Las fronteras dividen al mundo desde lo antiguo. Pero más allá de las líneas políticas, las entradas custodiadas, los prejuicios, las barreras culturales, idiomáticas y sociales, los humanos comparten una fuerza irrefrenable capaz de mover montañas: el deseo de conocer y amar a un otro que se nos presenta como un extraño y llega a convertirse en un dos casi necesario.
Es que cuando el hilo rojo del destino se revela, las distancias son ínfimas, y cualquier adversidad se hace apenas un trámite necesario para llegar al lugar deseado, el abrazo inevitable. De este modo, inesperado y dramático, nació la historia de Ana Laura y Hatem, dos enamorados que recorrieron medio mundo para conocerse en persona y forjar una familia que comparte en su día a día sus lazos árabes y rosarinos.
¿Cómo se conocieron Ana Laura y Hatem?
Él, nacido en Gaza, la región más compleja de Palestina. Ella, rosarina, profesora de historia, bailarina de folklore árabe (dabke) en la Sociedad Libanesa de Rosario y comprometida desde chica con las causas sociales. El punto de encuentro, como en muchas de las historias de amor a distancia, fue Facebook.
Como en su país las noticias llegan muy limitadas por una cuestión política, Hatem usaba la red social para informarse sobre el exterior y saber qué se decía de su propio lugar. “Un día navegando la encontré a ella y me llamó la atención que en su foto de perfil tenía algo libanés y cosas relacionadas a lo árabe, asique le mandé una solicitud de amistad para hablar sobre noticias”, explica.
Era 2015. Las horas hablando se convirtieron en días; los días, en semanas. Al principio, él sólo quería hablar de actualidad, pero a medida que iba conociendo a Ana Laura, se daba cuenta que entre ellos había una conexión innegable y progresivamente surgió el amor. “Después de un año ella ya hablaba hasta con mi familia, usábamos Skype, charlábamos mucho. En el medio yo iba aprendiendo el castellano”, cuenta Hatem en un español casi perfecto.
Un día el deseo de conocerse se hizo irrefrenable, pero que ella pudiera viajar a Gaza era muy difícil y Hatem no conseguía visa para venir a Argentina, ya que tenía que tener una entrevista en la ciudad de Ramallah y no le daban permiso para salir de Gaza a hacer el trámite; entonces, idearon un plan.
¿Cómo hacer que Hatem y Ana Laura se pudieran conocer personalmente?
A esa altura, los dos estaban seguros de que querían pasar el resto de la vida juntos, por eso estuvieron de acuerdo en que la mejor manera era contrayendo matrimonio. Pero debido a que ni siquiera estaban en el mismo continente, el casamiento tenía que ser a la distancia. De esta manera, ella podría hacer desde afuera los trámites para que Hatem pudiera salir de Gaza.
“Casarnos nos casamos rápido, en 2016. El problema es que había cuestiones muy diferentes a la hora de hacer el trámite del casamiento”, explica Ana Laura. Efectivamente, en Argentina el casamiento a la distancia siempre existió, pero para llevarlo a cabo debe hacerse estrictamente como lo marca el Código Civil; y en ambos territorios, el acta la tiene que firmar la autoridad competente para casar personas en el país. La cuestión es que en Palestina la autoridad es el Sheik, una cabeza religiosa que debe estar de acuerdo con la unión matrimonial.
“Yo tenía 24 años y daba vueltas por toda la ciudad para conseguir un papel”, cuenta Hatem. Las dificultades no cesaron, y pese a las explicaciones del joven palestino, el Sheik no estuvo de acuerdo con el casamiento a distancia. En Argentina las cosas no iban mejor: Ana Laura cuenta que estuvo 4 meses presentando papeles y “siempre faltaba algo”. Incluso el mismo día del casamiento la llamaron del Registro Civil de Rosario a la mañana para decirle que faltaba un papel más de la embajada de Palestina en Buenos Aires.
Se casaron, pero para obtener el acta tuvo que viajar unos meses después a Buenos Aires. “Yo ya había suspendido todo y después me avisaron que lo hacíamos igual” cuenta entre risas Ana Laura y agrega: “Al final de esa manera tampoco les dieron la visa, pero al menos ya tenía una razón para poder verlo en Gaza”.
Hatem rememora: “Después del casamiento, yo envié los papeles en abril y me dijeron que tenía la entrevista para la visa en agosto, unos días antes de mi cumpleaños, en Ramallah. Se llega en media hora, pero es un lío para salir. Empezó el trámite, pero todos me advertían que para Argentina era imposible que saliera bien. Me contacté con una ONG que ayuda en estas situaciones y me dijeron que me iban a ayudar; antes que terminara el día me llamaron y me dijeron: ´Hatem, a las 9 presentate y tenés el permiso para salir de Gaza´.
Hamas, Fatah e Israel: los tres controles para abandonar Gaza
Salir de Gaza es una peripecia que Hatem explica detalladamente, reviviendo con su cuerpo cada momento y sensación como si no quisiera olvidar lo que le costó estar donde está hoy: “primero tenés que pasar tres controles; uno está custodiado por Hamas; el segundo lo tiene Fatah, perteneciente a la Organización de Liberación Palestina; y el tercero -y más difícil- es de Israel”.
Y continúa: “En el control de Hamas estuve dos horas. Estaba complicado, porque mi documento decía que aún no estaba casado y tenía 24 años, seguía sin supuestos motivos válidos para salir de Gaza. Ahí me hicieron muchas preguntas sobre mi esposa, me revisaron las redes sociales y me pidieron papeles”.
“En el de Fatah no me pidieron nada, sólo me hicieron notar que en mi documento figuraba mi apellido Abdala, no Issa. Sin embargo, me dejaron pasar. Luego tuve que caminar un largo recorrido hasta encontrar una pared. Por un micrófono me dijeron ´cuando la luz se ponga verde entra rápido´”.
“Apenas ví el color verde me metí corriendo”, recuerda. “Entramos a una sala gigante. Nos sacaron la mochila, nos pasaron por un escáner, nos hacían sacar la ropa y nos hicieron esperar. En ese momento no estaba consciente de lo que estaba pasando, no tenía miedo”, cuenta sonriendo.
Israel, la última parte
“Pasé y llegué al control de Israel. Allí me revisaron la documentación y me sacaron fotos. Había armas y seguridad por todos lados, era muy extraño. Me dijeron nuevamente: ´cuando haya luz verde avanza rápido´. Ví la luz y salí, ya estaba en el otro lado”.
La salida fue para él otro mundo, porque la de Gaza es la vida de un territorio en guerra: bombardeos, cortes de luz, servicios básicos que no llegan y muchísima pobreza. “Salí sin entender nada”, recuerda, “paré un auto y dije ´mirá, yo acabo de salir, no entiendo nada ¿puedes llevarme directo a la embajada en Ramallah?´”.
Hatem llegó a la entrevista, pero el embajador de Tel Aviv le negó la visa. Como el permiso era sólo para ese trámite, ya estaba a punto de volver a Gaza cuando su hermano Khaled le dijo que se quedara en Ramallah y, además, le consiguió dónde quedarse.
“Yo estaba convencida que le iban a dar la visa”, cuenta Ana Laura. “Ahí te das cuenta la pata burocrática y los prejuicios que existen alrededor de esto. Con los árabes hay mucha traba para el tema de otorgar visas y en muchas partes del mundo es así. Cuando le negaron la visa fui a la Secretaría de DDHH en Argentina pero no me hicieron caso, así que me fui yo para allá en enero del año siguiente. En menos de un mes dejé mi vida en Argentina y me fui para allá”. Finalmente, Ana Laura viajó a Palestina y empezaron a convivir.
La vida en Ramallah y por qué decidieron emigrar
Los dos consiguieron trabajo y una casita que empezaron a acomodar a su gusto; ambos coinciden en que se sentían bien ahí, pero el miedo a que un control israelí descubriera que Hatem no había vuelto a Gaza persistía. Lo peor que podía pasar era que lo atraparan y no le permitieran volver a salir, por lo que decidieron abandonar el país lo antes posible.
El problema era que Hatem no podía pasar por un control custodiado por Israel porque corría el riesgo que lo apresaran. La forma era volver a Gaza y pedir salir desde allí, pero en esa situación no era posible. Pidieron entonces la visa a Italia, aprovechando que Ana Laura es ciudadana europea. Quedaba la situación de poder salir de Ramallah una vez otorgada la visa.
Necesitaban un permiso para salir a Jordania. “Todos me decían que nunca iba a salir, pero yo lo conseguí. En el trabajo un compañero me dijo que hablara con una persona que yo no conocía. La visa se vencía en seis meses y yo necesitaba el permiso asique intenté.”
Esa persona estaba en ese momento en contacto con el embajador de Jordania por una cuestión de trabajo y le dijo a Hatem que justo tenían un trabajo en Jordania y podían intentar llevarlo y sacarlo por ahí, siempre que tuviera los papeles en regla. Pero seguía necesitando un permiso de Israel.
Adiós Palestina
Un día, a las 12 de la noche, un funcionario que tiene contacto directo con Israel llamó a Hatem y le contó que se había enterado de la situación gracias a Khaled. La voz detrás del teléfono sentenció: “Tenés que ir a las 10 de la mañana o perdés la visa, es a las 10 o nada”. “Nosotros no teníamos nada preparado. Empezamos a llamar a los trabajos, a ver cómo hacer con los pasajes, dónde llegar, armar las valijas; preparamos un viaje de un mes en una noche”, cuenta ella.
“A la mañana siguiente fuimos y pasamos por una especie de checkpoint. A mí me hicieron pasar lo más bien, a él lo llevaron por otro lado”, continúa Ana. Y Hatem agrega: “A mí me llamaron autoridades que sólo están para cosas pesadas. Me agarraron dos, o tres policías y me preguntaron ´ ¿hace cuánto estás acá, donde vivís, cómo conseguiste el permiso? ´, les parecía muy raro que hubiera llegado ahí con un permiso”.
Le preguntaron si tenía intenciones de regresar, él dijo que no y le hicieron un papel en el cual firmó que por cinco años no podía volver.
Finalmente, dos años después de conocerse viajaron juntos a Roma para fijar domicilio. De ahí se fueron a Barcelona y obtuvieron los papeles. Llegaron en un momento muy agitado, justo se había proclamado la independencia en Catalunya y un atentado terrorista en la Rambla de Barcelona había dejado 13 muertos y cientos de heridos. “Nosotros habíamos estado en la Rambla ese día, salimos a repartir currículums, pero ni nos enteramos”, cuentan.
Todo marchaba relativamente bien, hasta que un acontecimiento inesperado los llenó de inquietudes.
Argentina, el país de los brazos abiertos
Un tiempo después, una hermosa noticia los tomó por sorpresa: estaban esperando un bebé. Más allá de la gran alegría, lo laboral se convirtió en un desafío justo en el momento en el que más necesitaban una buena estabilidad económica. “Allá te dan contrato por un año a prueba, y si estás embarazada... afuera”, cuenta Hatem.
“Cuando yo conté que estaba embarazada, a los cuatro días me echaron”, agrega Ana Laura. Khaled, llamado así en honor al hermano de Hatem que tanto los ayudó, estaba en camino y la idea era que naciera en Europa, pero cuando su mamá se quedó sin trabajo aún cargándolo en su panza, las cosas comenzaron a complicarse.
Hatem no conseguía nada y ella comenzó a trabajar en el bar de unos pakistaníes. Los horarios eran muy pesados y el sueldo no alcanzaba para mucho; por eso, con la fecha de nacimiento cerca, tuvieron que pensar qué hacer.
Argentina era la mejor opción, sobre todo porque Ana Laura podría estar cerca de su familia para el nacimiento de su bebé; aunque no era fácil. Barajaron las opciones, que consistían en pedir una visa de turista o de reunificación familiar, pero finalmente compraron pasajes de ida y vuelta para no tener problemas con los papeles.
Llegaron a la madrugada al Aeropuerto Internacional de Ezeiza. Por esas casualidades de la vida, la chica que los atendió en inmigraciones era de Palestina; quizás un regalo del país de costas y cordilleras que los recibía con los brazos abiertos. Además, estaba Virginia, una pampeana con la que Hatem hizo también amistad a la distancia y que los fue a abrazar, con la emoción de haber sido parte de una increíble historia de amor.
Un par de días después viajaron a Rosario, donde hoy viven en una casita alquilada de zona sur junto a su hijo Khaled, que comparte en su sangre la historia de dos pueblos distantes que supieron derribar barreras físicas, sociales y culturales. El amor logró lo imposible.
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