El 17 de agosto de 2020 transcurrió, en buena parte, como un fin de semana largo en la ciudad. Si bien la pandemia asolaba a buena parte del mundo, desde el 21 de abril no se contabilizaban contagios. Pero, a las 19.30, todo cambió:
“La Coordinación Epidemiológica de la Región 2 Salud de la Provincia comunica un nuevo caso de COVID-19 en Rafaela. Se trata de un hombre adulto, quien estuvo de viaje en zona de circulación comunitaria. El mismo se encuentra en su vivienda particular, con buen estado de salud, realizando el aislamiento pertinente y recibiendo los controles sanitarios. En este momento no presenta síntomas y sus contactos están también aislados”, rezaba el comunicado.
Al día siguiente, el intendente Luis Castellano encabezó una conferencia de prensa, en donde acusó a esta persona tenido una “irresponsabilidad supina, absoluta”, dado que no habría tomado las medidas de precausión necesaria (no se aisló). Para ese momento, había 60 personas aisladas (cinco empresas no abrieron, afectando a 200 trabajadores)., lo que puso a la ciudad en “alerta naranja”.
Pero no solo eso: también se inició una causa judicial, para ver si se había violado el artículo 205 del Código Penal. Nunca más se dio a conocer los resultados de esa investigación de oficio que inició la fiscal Gabriela Lema.
También hubo un ida y vuelta, dado que el empresario había dado a conocer que los resultados de sus hisopados habían dado negativo.
Pero, por lo bajo, otros vinculaban los contagios a otro hecho que se dio ese mismo 18 de agosto: los 39 allanamientos por asociación ilícita y juego clandestino que dejaron a 14 detenidos. Algunos decían que la situación epidemiológica se complicó cuando arribaron a la ciudad policías de Rosario para hacer este operativo.
Lo cierto es que habían pasado 118 días desde el último positivo. La “vieja normalidad” estaba de vuelta: el 90% de las actividades en marcha y las reuniones sociales y afectivas, pese a las prohibiciones nacionales, se daban cotidianamente.
Todo eso cambiaría: a lo largo de todo septiembre, los contagios irían subiendo lentamente. Al comienzos de octubre, declararon a Rafaela (junto a Sunchales y Esperanza) con transmisión comunitaria sostenida. El pico llegaría el 23: hubo 177 contagios, sólo ese día.
A partir de allí, la situación iría en descenso, para llegar a un fin de año que nos pemitió pasar, literalmente, las fiestas en paz. Luego de un pequeño rebrote en enero (como consecuencia de esos encuentro), el verano fue tranquilo. Comenzó el proceso de vacunación con menos dosis de las deseadas.
Pero para marzo ya se sabía que la seguna ola estaba en marcha. Después de Semana Santa, todo fue acelerándose: el 2 de abril se notificó la detección de la cepa de Manaos en la ciudad. El recuerdo es mucho más cercano y doloroso: duró mucho más, hubo muchos más contagios y se cobró muchas más vidas que la primera ola. Hasta se terminó instalando una terapia intensiva en la vereda del Hospital.
En un año, 14625 rafaelinos. Se recuperó la mayoría, pero fallecieron 317 conciudadanos. Sólo uno había perdido la vida en los primeros 25 casos.
Ahora, la situación es otra: en este fin de semana, entre sábado, domingo y lunes, apenas se contabilizaron 9 casos. La vacunación avanza a paso firme y ya se colocaron segundas dosis a cerca del 20% de la población.
Ahora, sólo resta saber cómo enfrentaremos la inevitable llegada de la variante Delta.