La historia de Natalia Albornoz es digna de contar en detalle, ya que en cada etapa de su vida pudo quedarse con lo bueno. A los 22 años la godoycruceña se separó del padre de sus hijos mayores porque la maltrataba, incluso estuvo dos veces internada por los golpes que recibió, pero logró escapar y empezar de cero una vida nueva de la que está totalmente orgullosa y agradecida.
Doce años mayor que ella era el hombre por quien dejó Mendoza y se fue a vivir a Buenos Aires en 2002. Natalia, su pareja y los dos niños vivían en una habitación, una “pocilga” como ella la recuerda, donde sufrieron hambre y violencia verbal, física, económica y psicológica de parte del padre de sus hijos.
“Fue una relación muy traumática. Me junté en el 2001 cuando nació mi hijo más grande y la violencia empezó estando embarazada. Caí una vez al hospital por desfiguración de rostro”, contó Natalia a Vía Mendoza y resaltó el hecho de que era otra época en la que no se hablaban ciertos temas como el machismo, el que no se cuestionaba.
Ya viviendo en Buenos Aires fue internada una vez más a causa de los daños por violencia y fue ese y un episodio más, el detonante para tomar la decisión de irse. “Sentía que me volvía loca y planeaba cómo matarlo”, reveló para graficar la situación límite en la que se encontraba.
“Él se fue a trabajar y me escapé. Metí todo en bolsas de consorcio que había ido comprando y escondiendo. Compré unos pasajes por teléfono y recibí ayuda de gente que conocía de cuando era soltera y trabajaba como azafata”, recordó Natalia sobre el día en el que decidió cambiar su futuro y el de sus hijos.
Desde ese momento no supieron nada más de él, y ella a los años obtuvo la patria potestad de sus hijos, quienes hoy son mayores de edad.
Resurgir, salir adelante y empezar de cero
Así fue que la mendocina dejó Buenos Aires, regresó a la provincia con un niño de dos años y una nena de 9 meses a empezar de cero. Justo al regresar a la provincia cobró el juicio de un trabajo del que la habían despedido embarazada, y con eso vivió unos meses hasta que fue consiguiendo distintos trabajos. Llegó a tener tres a la vez de moza, mucama y vendía internet por teléfono a España.
Hasta que en 2007 abrieron las inscripciones para ingresar al Servicio Penitenciario de Mendoza, donde trabaja desde hace 15 años. “Cuando uno hace las cosas bien, todo empieza a salir bien”, dijo convencida respecto a cómo su vida comenzó a tomar un nuevo rumbo y se transformó por completo.
Su familia de tres se agrandó cuando en 2016 se casó con su actual marido, con quien tuvo gemelas. Pero no solo ese fue un gran cambio para su vida, sino que ese mismo año empezó a estudiar Psicología, carrera que hizo en tiempo y forma, ya que se recibió el 1 de diciembre del 2021, día que presentó su tesis.
“Ese día fue como el día que me casé”, dijo respecto a la alegría que sintió de poder compartir con su familia un momento tan importante. “Abracé a mi hijo y le dije ‘no te olvides que uno puede volver a empezar siempre. No te olvides lo que nosotros pasamos y que se puede resurgir después de que uno toca fondo’”, confió respecto a las palabras que le repitió al mayor de los cuatro sobre la enseñanza que puede dejarle para toda la vida.
“Se puede sin plata, se puede con tres trabajos, se puede con dos niños chicos. Es perseverancia y voluntad y saber que uno vale más que un golpe, que la cara desfigurada, más que la manipulación”, dijo convencida de que si ella pudo, seguramente otras personas que viven o vivieron lo mismo pueden lograrlo.
Ahora, quiere ayudar desde su lugar y desde su profesión a todo aquel que necesite de su ayuda, más allá de que empatice con aquellas mujeres que fueron o son víctimas de violencia de género. “No busco plata, me gustaría estar en ese lugar donde necesiten un psicólogo. Sea donde sea porque estoy convencida que la palabra es sanadora”, cerró Natalia sobre lo que hará una vez que llegue su matrícula.
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