Por Alejo Gómez.
"Paso todo el día sentado en la celda. No tengo con quién hablar. Para distraerme juego al ping pong, pero lo mejor del juego es hablar con los otros, decirles cosas como ¡great shot!, y yo no puedo porque nadie habla inglés. Me siento solo. Las conversaciones y las interacciones humanas son lo único lo que hay en una cárcel".
John Merrett (ingeniero en túneles nacido en Surrey, Inglaterra, el 30 de octubre del ‘57) se atraganta con las medialunas y sigue. Está sentado en el Tribunal Oral Federal 1, por recibir una pena por contrabando agravado de estupefacientes, pero no parece importarle tanto como aprovechar que alguien habla su idioma.
El hombre –campera azul desteñida, zapatillas rotas y lentes en la punta de la nariz- dice que Bouwer “es una tortura” por la soledad. “Los presos argentinos son muy educados. Me dicen ‘buenos días’, me ofrecen torta. Pero no tengo a nadie. Mi familia está en África, viviendo no sé cómo”, cuenta.
Dos abogados de oficio lo escoltan para asegurarse de que no suelte información que lo perjudique. Es que el Tribunal presidido por el juez Federal Vicente Muscará delibera en una sala contigua qué pena le corresponde a Merrett, arrestado el 14 de noviembre pasado cuando el escáner del Aeropuerto de Córdoba detectó que llevaba 38.020 pastillas de éxtasis ocultas en el doble fondo de dos valijas provenientes de Holanda, con escala en Río de Janeiro.
Se trata de 11 kilos de pastillas, valuadas en un millón de dólares, que habían eludido los controles europeos y brasileños y tenían como destino los sectores pudientes de la noche cordobesa. “Hay que felicitar a la agente cordobesa de la Policía Aeroportuaria que descubrió lo que nadie había podido”, dijo en su alegato el fiscal Federal Maximiliano Hairabedian.
Rara avis. El fiscal enumeró características que a su entender agravan el delito, y que hacen de Merrett una "rareza" en el mundo criminal de Córdoba.
Es usual que las “mulas” (como se llama a quienes transportan droga de un punto a otro) sean personas vulnerables, por lo general sin instrucción ni dinero. “Es el caso de hombres de países limítrofes que se desesperan por la falta de trabajo en sus países, y son utilizados por los narcotraficantes que aprovechan esa vulnerabilidad”, alegó Hairabedian.
“También suelen ser jóvenes. Pero el señor Merrett es profesional y tiene la edad suficiente para saber qué está bien y qué mal. Además, si bien vive en Gambia (África), cuenta con la posibilidad de regresar a su país de origen, en el Primer Mundo, y buscar un empleo”, indicó.
“Las ‘mulas’ –continuó- entran a nuestro país sin dinero. No es el caso del señor Merrett: él tenía celulares, dinero, tarjetas de crédito y débito, un Ipad y una reserva en un hotel de Nueva Córdoba”.
Por último, recordó que Merrett tiene un antecedente por el mismo delito en Portugal, y destacó que “semejante cantidad de éxtasis iba a afectar a múltiples personas en Córdoba”.
A favor del acusado dijo que tiene “hijos menores de edad en África para mantener” y que la cárcel “es difícil para quien no habla el idioma”. También que, como toda “mula”, es el último eslabón de una cadena en la que no se conoce al dueño del cargamento.
Merrett escuchaba inclinado a su derecha, con el oído pegado a una traductora contratada en el Colegio de Profesionales.
Hairabedian pidió 9 años de prisión; el defensor de Merrett, hasta 3 años.
"Estoy muy arrepentido. No lo volveré a hacer", dijo el británico antes de la sentencia. Los jueces pasaron a deliberar y Merrett giró para conversar con Día a Día.
A gran escala. En la Instrucción consta que Merrett tenía una reserva en un hotel de Nueva Córdoba al que debía dirigirse si pasaba los controles del Aeropuerto.
Había partido horas antes desde Ámsterdam con destino a Córdoba, previo escala en Río de Janeiro.
_¿La droga quedaba en Córdoba, o iba a ser transportada?
_No lo sé. Mi destino final era Córdoba. Tenía la orden de ir al hotel y mandar un mensaje a Holanda para avisar que había llegado. Supongo que alguien iba a contactarme para retirar las drogas. No sé más que eso.
_¿Pensó en declarar como arrepentido durante el juicio?
_Yo quise hacerlo. También quise un juicio abreviado. Pero no lo aceptaron.
_El dinero que le ofrecieron para traer la droga, ¿le hubiera alcanzado para salir de la pobreza?
_Hubiera ayudado para aliviar la situación de mi mujer y mis hijos en Gambia. Viví años allá e hice de todo: trabajé en una estación de servicios, en un restaurante, en una compañía. Pero la compañía redujo personal, quedé sin empleo y la situación en África es terrible. No conseguía trabajo ni tenía pensión. Estaba desesperado, necesitaba dinero para mi familia, para pagar el alquiler.
_¿Tiene comunicación con su familia?
_Muy poca. Es difícil desde acá. No sé en qué situación están ellos. El único trabajo disponible para mi mujer es ser ama de casa, limpiar, cocinar y lavar la ropa por 500 pesos al mes. No hay otra cosa.
_¿Por qué no se fue con su familia a Gran Bretaña?
_Yo estaba dispuesto porque tengo ciudadanía, y lo mismo mi hijo. Pero mi mujer y mi hijastra no la tienen, y se necesita mucho dinero para gestionar una visa. Yo no tenía trabajo regular. Y mantenerse en Inglaterra es muy caro, se necesitan al menos mil libras al mes (unos 21 mil pesos).
_¿Cómo son los días en Bouwer?
_Estoy bien, pero quiero que me trasladen a Ezeiza (en esa cárcel hay un pabellón de angloparlantes). La comida es mucha carne muy dura, y eso es un problema porque en febrero me extrajeron los dientes. Me iban a hacer un implante en tres semanas, pero ya pasaron cuatro meses. Tenemos un patio muy pequeño, todo alambrado, y dormimos tres presos en una celda para dos.
Merrett escuchó la condena de boca de su traductora: 7 años y medio de prisión. “Esto es terrible para mí”, dijo al salir esposado de la sala. En las manos llevaba una bolsa con una campera, zapatillas y libros que le regaló su abogado para matar el tiempo en el módulo MD1.