Cuando los argentinos salen de viaje por el mundo, a veces, según el destino, se desesperan. ¿En que cabeza cabe que un hotel cinco estrellas no tenga bidet? ¿Qué es ese extraño artefacto dentro del inodoro con el que pretenden reemplazarlo en muchos países, incluso de europa?
Sin embargo, a ojos de los habitantes de todos esos países del mundo, "los raros somos nosotros". Aunque lo tengamos naturalizado, el artefacto especial para lavar las partes íntimas que ocupa el mismo espacio que un inodoro no es tan popular en el resto del mundo como acá.
¿Cómo llegó?
Este objeto que los argentinos, sobre todo porteños, dan por sentado, resulta ser un elemento que ocupa un lugar tan simbólico como digno de mencionar: sinónimo claro de burguesía y ascenso social, importado de Francia cuando todos los ojos miraban a Europa. No era tan importante usarlo como demostrar que se podía contar con uno de ellos en la casa.
El bidet comenzó a tener un lugar en los baños de las grandes ciudades argentinas a medida que los departamentos de la segunda mitad del siglo XX. Algunos historiadores afirman que fue traído por los Cruzados de vuelta de Jerusalén, y que se creía que funcionaba como anticonceptivo: había sido diseñado para lavar los órganos genitales antes y después de las relaciones sexuales.
Otros señalan, según explica La Nación, que en realidad que fue concebido para que los jinetes, luego de largas jornadas, pudieran darse baños de asiento. Lo cierto es que tuvo su primer esplendor en la Francia napoleónica.
Su preciado lugar en los baños, sin embargo, podría estar llegando a su fin. Con las últimas reformas de los códigos urbanístico y de edificación de finales de 2018, acompañada de la aprobación para la construcción de microviviendas de 18 metros cuadrados sin bañadera ni bidet, el amado artefacto comenzará a desaparecer.