Fue necesario que la señal viniera del brazo de una nueva asistencia financiera y desde un escenario del poder global. Mauricio Macri sólo dijo dos cosas en su último viaje a Nueva York. Que la Argentina no se declarará otra vez en cesación de pagos y que está listo para competir por su reelección.
Hasta ese momento, la sombra de un nuevo default era como un fantasma indeseable que merodeaba la escena sin que nadie se anime a nombrarlo. La política argentina lo traducía con alusiones a su fantasma gemelo: el clima de interinato.
El nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional para nada le asegura a Macri su reelección. Pero despejó el escenario de una cesación de pagos y encarriló la discusión política en el cauce del año electoral, de octubre a octubre. Es lo que las fuerzas mayoritarias leyeron en el acto.
Cambiemos convocó de inmediato a una cumbre de mandos medios. Con Marcos Peña apuntalado por Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal y el radicalismo expectante bajo la conducción de Alfredo Cornejo.
El encuentro es el mismo que en ocasiones anteriores tenía al Jefe de Gabinete como eje de la organización electoral y vertebrador del discurso unificado. Aunque Peña no ha perdido ese rol, encara más debilitado el desafío de la contención de socios de la coalición gobernante.
En el peronismo distanciado de Cristina aceleraron la conformación del Grupo de los cuatro, integrado por los dos gobernadores de mayor proyección política y los dos referentes de mayor peso parlamentario.
Juan Schiaretti viene liderando la liga de gobernadores justicialistas. Sus equipos técnicos han conducido al resto desde que asumió Macri en negociaciones en las que maximizaron el rédito de sus votos en el Congreso para oxigenar las cuentas fiscales de las provincias. En ese juego sordo e intenso tuvo como socio privilegiado a Miguel Pichetto. Juan Urtubey y Sergio Massa ofrecen al grupo dos precandidaturas para calentar las primarias.
El kirchnerismo retiene el sello del PJ pero trabaja como Unidad Ciudadana y ya asumió que la campaña para el retorno de la expresidenta se hará en los tribunales de Comodoro Py. La invitación de Cristina para que observadores internacionales asistan a las audiencias de los juicios orales que se le vienen encima confirma esa orientación.
Por el momento, la discusión política pasó de especular con eufemismos conocidos del lenguaje destituyente -como la transición anticipada- a imaginar escenarios de elecciones primarias confirmadas, primera y segunda vuelta electoral.
Macri es esta vez el oficialismo que defiende su ciudadela. Desearía liquidar cualquier pleito en la primera vuelta. Cristina y el peronismo del Grupo de los cuatro -si no convergen en una primaria que los integre- competirán para ver quien empuja mejor al Presidente al mano a mano del balotaje.
Dos hechos centrales se combinaron para que la política deje de especular con una nueva crisis institucional.
No fue sólo el más evidente, el apoyo explícito del Fondo Monetario al programa financiero argentino, sino también el efecto secundario de la crisis de los cuadernos.
La investigación que lleva adelante el juez Claudio Bonadio se ha transformado en un revulsivo de dimensiones inciertas para el sistema político.
El Gobierno se entusiasmó primero con el escándalo de los cuadernos al ver que complicaba directamente a Cristina. Sorteó con buen criterio el primer escollo cuando envió a Angelo Calcaterra a abrir la lista de empresarios arrepentidos. Se afligió después, cuando la lista se extendió hasta producir una parálisis que no ha concluido en las licitaciones de obra pública. Y ahora teme que las ramificaciones conduzcan a una reconfiguración del establishment y de la financiación electoral cuyo rumbo ignora tanto como el resto de los actores políticos.
De todos modos, el oficialismo le debe a la crisis de los cuadernos un favor inesperado.
En el peor momento de la crisis de deuda, a mitad de camino entre el apoyo inicial del FMI y la revisión del primer acuerdo, jalonada por una inestabilidad cambiaria cuyo futuro inmediato sigue siendo una incógnita, los cuadernos Gloria invalidaron al conjunto del peronismo como opción inmediata frente a una crisis de gobernabilidad. La mancha venenosa se expandía en el imaginario colectivo más allá de Cristina y su séquito. Esa duda operó en favor de Macri.
Un exsecretario privado de Cristina ya pidió acogerse a la ley del arrepentido. Equivale a decir que admitirá haber cometido delitos graves y aportará información sustancial para que su colaboración lo haga merecedor a un trato diferencial en el proceso penal que investiga Bonadio.
Se trata de Fabián Gutiérrez. El mismo que señaló José López cuando le preguntaron quién le dió el dinero que intentaba esconder en un monasterio.
La certeza del saqueo golpea la puerta del despacho de Cristina Fernández en el Senado de la Nación. La expresidenta ya descartó el gesto de dignidad esperable. No pedirá ninguna medida que disminuya la protección de sus fueros. Pichetto ya expresó su voluntad de defenderla, aunque se desconoce si esta posición seguirá siendo compartida por el resto del Grupo de los cuatro.
El escándalo de los cuadernos sigue siendo el nudo que define la primaria del PJ.
Macri tiene un problema distinto. Los errores que cometió el Gobierno en el manejo de la economía lo han puesto a tiro de balotaje. Y todavía falta recorrer el largo desierto de la recesión.
El desmanejo cambiario le arrebató la primera baja que había conseguido en el índice de pobreza. Ahora que espantó a los fantasmas del default y la transición traumática, le aparecieron dos gemelos nuevos.
Se llaman cero déficit y cero emisión.