El océano, un velero, y su soledad... de esta forma se enfrentó Federico Norman a uno de los desafíos de regata más exigentes del mundo, la Mini Transat. Sorteando momentos difíciles, el rosarino nunca soltó el timón y cruzó el Atlántico en solitario durante más de 20 días, convirtiéndose en el primer argentino en poder completar la competencia.
Una aventura en solitario
La Mini Transat es una regata que consiste en dos etapas: de Francia a las Islas Canarias y luego, hasta el Caribe. “Fue un sueño hecho realidad en poder ser el primer argentino en terminar esta regata, pero más allá de eso, en lo personal significa muchísimo. La navegación en solitario te cambia bastante”, indicó Federico en diálogo con VíaPaís.
“Son dos etapas marcadas muy diferentes: la primera tiene toda la ansiedad de ser la primer aventura al mar. El estrés y los nervios de la salida cuando estas en tierra, son un montón. Una vez que soltas amarra es un momento mágico, porque a mí y a muchos navegantes nos pasa lo mismo, una vez que estás en el agua todo fluye, es en el lugar donde nos sentimos más cómodos”, continuó el rosarino.
Y agregó: “La competición era una novedad para mí, por lo cual la aventura estuvo por encima de la competencia. La primera etapa fue muy difícil porque había que tomar muchas decisiones para salir del Golfo de Vizcaya, pero también muy feliz de haber podido transitar momentos muy difíciles y superarlos. Creo que lo principal fue la autosuperación en los momentos más difíciles de la regata”.
Con respecto a la segunda parte de la competencia, señaló: “La superé con un poquito más de cintura, de conocimiento de uno mismo y del barco. Es más larga que la primera etapa, son 2.700 millas, el doble de trayecto, pero con un poco más de previsibilidad en el viento, lo cual lo hace mucho más divertida la regata, pero más demandante desde lo físico”.
“Es muy extenuante estar tanto días a tantos días a máxima velocidad con la dificultad que implica dormir cuando el barco va rápido. En la segunda etapa atravesé momentos físicos extremos porque fueron varios días de tormenta, mucho viento y olas que el barco sufre, se rompen cosas que tenés que solucionarlas. Tuve problemas de energía durante algunas noches, así que fueron noches largas sin la posibilidad más que de timonear personalmente, sin poder poner el timón automático. Fue una aventura de ir, encontrarse con dificultades y ver como uno las soluciona”, continuó el rosarino.
Sorteando obstáculos
El navegante tuvo que superar varios desafíos en la competencia: “En la segunda etapa, durante casi tres días, estuve bajo vientos extremos para la condición del barco”, indicó. “El cansancio era grande, ya llevaba ocho días en el mar y la condición cada vez se ponía más difícil, con lo cual empecé a experimentar los límites. Por suerte el mar apretó, pero no ahorcó y fue muy lindo atravesar nuevamente ese umbral de cansancio porque te pone en una situación que te vas dando cuenta que se puede más”.
Debido al nivel de dificultad de la regata, el navegante dormía períodos de 40 minutos para corroborar el estado del barco: “Durante el 95% de la regata fue así, en una sola parte estuve demasiado cansado y tuve que estirar un poco más esas posibilidades de dormir. Llegué a un extremo en el cual no concebía dormir porque el barco era una samba, entonces hubo un día en el que tuve que tratar de dormir un poco más y estirar esas siestas, que fueron durante seis días que dormí una hora en vez de 40 minutos”, aseguró.
Apesar de la situación extrema, Federico no iba a bajar los brazos: “Tenía muy en claro que iba a dejar todo en la cancha, aun cuando en la segunda etapa no hay vuelta atrás. En esa etapa el viento va hacia América y no podes volver, ya no tenes tierra a donde regresar, hay que seguir. Si tenía algún tipo de accidente, iba a buscar la manera de ingeniármelas para poder seguir a máxima velocidad, siempre tuve en cuenta eso, sin poner en riesgo mi vida. Todos los días sabía que había que apretar, pero había que sobrevivir también”.
Más que una competencia, una aventura extrema
Compitieron 60 embarcaciones en su categoría y Federico logró el puesto 11: “Hubo seis embarcaciones que tuvieron que abandonar por algunos por problemas técnicos y otros por problemas físicos y psicológicos también”, señaló el navegante.
El rosarino destacó el buen compañerismo entre los participantes: “Estar en el medio del mar y de casualidad encontrarte con alguno de los otros barcos de la competencia, en un área que todavía te podes hablar por una radio de bajo alcance, aún cuando es una persona que no nos conocíamos, es mucho el apoyo emocional que te da”, aseguró.
“Hablas con el otro como si fuera un amigo de toda la vida porque estamos los dos en esa soledad, ayudándonos y motivándonos, haciendo una pequeña competencia interna para empujarnos los dos hacia adelante. Te puedo decir que esa experiencia de encontrarte con gente así es muy grata. Naturalmente cuando llegabas a Canarias vamos recibiendo todos los barcos, es una tradición quedarse a recibir a los barcos que están detrás tuyo. Lo sentís como un abrazo que no te lo olvidas más”.
Tachando de su lista de sueños, Federico está muy orgulloso de haber logrado finalizar la Mini Transat: “No sé si volvería a realizar la misma competencia, pero tengo planes de realizar alguna competición en la cual pueda duplicar la apuesta. Pensar en una vuelta al mundo es algo que todavía es un utópico para mí, pero también era un utópico hacer este cruce de Atlántico en solitario en una regata. Con esfuerzo y planeándolo con tiempo se puede, así que ahora estoy tomando energía junto con familia y amigos en Argentina, pero con intenciones de volver a plantear un desafío de la escala”, aseguró.
Como reflexión, el rosarino indicó: “Los sueños hay que intentar lograrlos, hay que materializarlos y que son difíciles. Normalmente uno sueña a la misma altura de la dificultad que lo engloba, hay que llevar la mente y el cuerpo ordenados, pero vale la pena esforzarse en eso. Lo que le transmito a los chicos es que si encuentran su pasión vayan por ello porque el nivel de felicidad que uno tiene se refleja en el brillo. Uno tiene mucho brillo cuando está haciendo lo que le gusta y le puede iluminar al resto a motivarlos a hacer lo mismo. Creo que eso es la huella que dejé”.