Este domingo en el estadio Mario Alberto Kempes se jugó la final de la Copa de la Superliga entre el Club Atlético Tigre y Boca Juniors.
La histórica jornada deportiva se vivió de una manera muy especial en la tierra natal del segundo goleador del club, Carlos "Chino" Luna, quien marcó 113 goles, apenas dos menos que Juan Marvezzi, quien ostenta la punta.
El Chino Luna llegó al club en 2004, y volvió en 2018 luego del descenso en abril en Superliga. Fue el primero en creer que se podía salir de la mala racha, fue el que contuvo a sus compañeros en ese difícil momento, fue el que le devolvió la alegría y la confianza al equipo, y todos se lo reconocen.
Es el segundo goleador histórico de Tigre, y con sus 37 años es un poco el padre de todos. Los escucha, los contiene, y lo más importante: les da el ejemplo.
"Era un momento muy esperado para quienes llegamos en 2004 al club", declara Luna. "Estábamos a punto de irnos a la Primera C. Salimos de ahí. Jugamos copas internacionales, nos fuimos al descenso pero mantuvimos la ilusión de ser campeones", relata.
Y fue así, con la ilusión intacta, el compromiso firme y el esfuerzo diario, que el equipo logró el objetivo: llegar a la final. "Tambaleamos ante Unión pero a partir de ahí fuimos imparables. Fue justo que nos quedáramos con este título", remarca.
La Copa Superliga es el primer campeonato para el club en su historia, por eso el triunfo tiene otro sabor, se disfruta más, es especial.
Acerca de su trayectoria deportiva, Luna recordó: "Fui un pibito de pueblo que tuvo la posibilidad de irse a probar a un club de Buenos Aires (Deportivo Español). A partir de ahí todo fue lucha. Quería ser alguien y jugar en Primera antes de tener que volverme a Piquillín. Soy cabeza dura, sabía que lo podría lograr con mucho trabajo, supliendo todas las carencias que pude haber tenido. Estoy orgulloso de lo que logré", dice y se emociona hasta las lágrimas.
Y es que así de grande y así de humilde es el Chino Luna. El que vuelve cada año a su Piquillín querido donde es esperado por chicos y grandes para saludarlo, sacarse una foto, compartir un momento. Y él se hace el tiempo para todos. Incluso brinda charlas motivacionales a los chicos del club local, donde destaca el compromiso que deben tener con lo que hacen y remarca el valor de los sueños.
Y no se olvida de sus raíces, vuelve para nutrirse del amor de su gente, de esa gente que lo vio crecer y jugar a la pelota en las calles y baldíos de su pueblo. Recuerda a cada compañero de colegio, a cada dirigente del club, a cada uno de sus vecinos, y aún conserva a amigos de su niñez. Porque el Chino no cambió su esencia. Es grande, pero de esos grandes de verdad.