El amor entre los animales y el hombre puede llegar a ser el lazo más fiel e increíble. Un claro ejemplo es el caso de Mariano Sironi y una ballena que nació en las costas de la Península Valdés, con una particular mancha en su espalda. En este contexto y de manera inesperada, nació una hermosa historia que ya lleva 24 años.
Mariano es el Director Científico de Conservación de Ballenas, y en una de sus expediciones, fotografió a un ballenato con una mancha en forma de hueso sobre su espalda. Inmediatamente la bautizó Hueso. Al tener dos manchas en el lomo y otra en su vientre que sube sobre su lateral izquierdo, sabía que podía distinguirla entre otras ballenas.
“Cuando tenía 28 años, en 1998, comencé mis estudios de doctorado sobre el comportamiento y desarrollo social de las ballenas francas juveniles en Península Valdés. En 1999, durante mi primera temporada de toma de datos desde el observatorio de la estación de investigación, Campamento 39, en el Golfo San José, registré varias crías que luego serían importantes en mi estudio, y que a lo largo de los años han sido una parte especial de mi vida”, contó Sironi, en el su perfil del Instituto de Conservación de Ballenas.
El comienzo de la historia entre Mariano y la ballena Hueso
Hueso y Sironi tienen una historia que nace hace mucho tiempo atrás, se conocen hace 24 años. “Recuerdo que Hueso era una cría muy activa. Muchas veces la vi saltando y jugando alrededor de su madre”, comentó el especialista. Un año después, en el 2000, la volvió a ver, pero transformada en una joven ballena “independiente y muy sociable”, detalló.
Su siguiente encuentro fue en 2006, cuando Sironi estaba haciendo observaciones de comportamiento de una madre y su ballenato desde un acantilado en el Golfo Nuevo: “Irrumpió en el campo visual de mi telescopio otro ballenato muy activo y curioso, que interrumpió el descanso de las ballenas que observaba”, recordó el director de la Organización.
Por detrás del ballenato apareció su madre y Sironi se percató que tenía ciertas manchas blancas en la espalda, generándole gran asombro: “Esa hembra ¡era Hueso con su primera cría! Con solo siete años de edad, Hueso se había convertido en madre”, comentó.
Tres años más tarde, mientras el especialista se encontraba haciendo un relevamiento aéreo, Hueso lo volvió a sorprender: “La fotografié con su segunda cría, que era tan activa como ella ¡Estaba saltando!”, indicó.
Cada vez que Hueso aparece de forma sorpresiva, Sironi no puede ocultar su alegría. En 2014, el especialista volvió a recibir la visita de la ballena: “Con 15 años de edad, pasó nadando frente a la estación de investigación en la misma bahía que visitaba cuando era recién nacida. Cuando con el telescopio vi sus manchas blancas, mi corazón dio un vuelco en mi pecho”, afirmó.
Ese día, Sironi recuerda que fue corriendo hasta la playa a saludarla y después agarró la cámara para registrar a Hueso con su tercera cría: “¡También estaba saltando! Parece que la hiperactividad es común en la familia de esta ballena. Días después, volvimos a observarla junto al investigador del ICB Alejandro Fernández Ajó. Esta vez la vimos desde el bote, ella y su cría se acercaron mucho”, contó.
En septiembre de 2019, Hueso vuelve a sorprender al científico, ya con 20 años y una cuarta cría. El último encuentro fue el domingo 24 de septiembre de este año, mientras Sironi, junto con el equipo de investigadores del ICB en el Golfo San José: “En un día de sol y mucha calma en el mar, navegábamos en nuestro bote de investigación, el ‘Gris’. Estábamos tomando imágenes desde un dron para foto identificar ballenas y colectando biopsias de piel y grasa”, aseguró.
“Por la tarde, mientras Agustina Donini, veterinaria del Programa de Monitoreo Sanitario Ballena Franca Austral, tomaba notas, Kichi Pérez Aagard fotografiaba con el dron una ballena a la que describió ‘con manchitas blancas en la espalda’. Cuando nos acercamos a esta ballena y su cría, una vez más mi corazón dio un vuelco y mi emoción fue inmensa y solo pude decir: ‘Esta ballena es Hueso, es Hueso, o sea… ¡ES HUESO!’”, comentó.
Sironi afirmó que estuvieron a metros de ella y de su cría y “nadaban muy tranquilas”. El encuentro duró más de una hora y ambas ballenas se mantuvieron cerca del bote de los investigadores.
Un sentimiento de amor y felicidad entre el investigador y la ballena
Las coincidencias entre Hueso y Sironi estuvieron llenas de asombro y felicidad: “Cada encuentro con Hueso y sus crías fue inolvidable. Recuerdo además a las personas que me acompañaban en esos encuentros. La emoción compartida nos une entre humanos y nos acerca más a la esencia de las ballenas y de su ballenidad”, aseguró el especialista.
Sironi la vio crecer a Hueso y estuvo presente en los momentos más importantes de su vida. Con mucha esperanza de que la ballena le vuelva a aparecer en sus investigaciones, el investigador afirmó: “Hueso, me llena de esperanza para seguir viviendo en un mar de ballenas”.