Lula Da Silva amaneció hoy a un tris de recuperar la presidencia de Brasil. Si la noche le es grata, la región habrá girado otra vez al ritmo de su país gigante. Como a principios de siglo, de nuevo las principales economías de Latinoamérica estarán en manos del progresismo, pero ahora en un contexto aviesamente distinto.En aquella década inicial, China decidió que pondría un dedal de carne en el tazón de arroz de sus multitudes. Con un simple pisotón movió de su eje al mundo. La demanda global de proteínas generó el boom de la soja. Y colgadas del dominó otros cientos de exportaciones. Lula Da Silva, Hugo Chávez, Néstor Kirchner, Fernando Lugo, José Mujica, se anotaron con lo suyo en la aduana.
Esta vez Da Silva aspira a regresar por efecto de otra mariposa aleteando en China: la ola de castigo a los oficialismos por las consecuencias de la tragedia global del siglo; una pandemia nacida entre las húmedas mercancías de la ignota ciudad de Wuhan. De sus remolinos emergieron el chileno Gabriel Boric, el colombiano Gustavo Petro, el peruano Pedro Castillo. Leyendo en el café esa borra, Lula pronosticó un futuro decepcionante para el gobierno de Alberto Fernández. Lo dijo sin vueltas: no cree que el peronismo pueda ganar en la Argentina del hambre.Casi en simultáneo, Cristina Fernández volvió a patear el hormiguero del oficialismo argentino. Le reclamó a su gobierno sensibilidad con la indigencia. Terminó la luna de miel para Sergio Massa, que venía gestionando con la jefatura distraída entre un atentado y un juicio.
Dos a destiempo
Cristina Kirchner y Lula Da Silva son esta vez protagonistas de una asincronía. Lula hace y dice cosas para recuperar el gobierno que perdió en manos de Jair Bolsonaro. Cristina hace y dice cosas para que no se le escape el gobierno que reconquistó. Ambos se perciben herederos de un tiempo que para cierta leyenda urbana fue el de los austrias mayores del progresismo. Pero Da Silva ya pasó por la desgracia del gobierno de los validos. Lula fracasó con Dilma. Cristina aún reniega con Alberto. A ese expediente inconcluso, el vizcacha de Pernambuco le asigna un final oscuro.
Con un pronóstico tan descortés, el kirchnerismo no tendrá buenos motivos para festejar a Lula. Menos después de una semana en la que la agenda social sepultó por completo el intento apresurado de resurrección hegemónica que asomó tras el atentado a Cristina Kirchner. Alguna vez la vicepresidenta se ufanó con denuedo: “A mi izquierda, la pared”. Esta semana la realidad le demolió el muro. Un conflicto gremial liderado por la izquierda le marcó otros límites.El sindicalismo tradicional reaccionó con reflejos corporativos. Pablo Moyano anunció que los camioneros vienen con pedidos de aumento más ambiciosos que el trotzkismo neumático. Sergio Palazzo, el bancario felicitado por Cristina, consiguió una paritaria cercana al ciento por ciento. Se pagará con los intereses de la plata que los bancos le prestan al Estado para financiar el rojo fiscal y que el Estado les devuelve con emisión. Aún disconforme, Palazzo le pide ahora al Estado que no se entrometa recaudando en los nuevos sueldos el impuesto a las ganancias.
Lo curioso es que Cristina, jefa indiscutida del Gobierno tras el atentado, se embanderó también como delegada. Le reclamó a su propia gestión económica un aumento indexable del gasto social, un enésimo intento de control de precios y mano blanda en las paritarias. Otro vice, el de economía, diseccionó ese imposible: más indexación equivale a más pobreza. Lo relevante en la respuesta de Gabriel Rubinstein no fue su argumento técnico, sino la autorización de Massa.
La vicepresidenta cree posible estar parada en ambos lados del mostrador: el de los que le echan nafta al fuego y el de los que intentan controlar el incendio. Segunda conclusión: no sólo el fracaso asincrónico del gobierno de los validos diferencia a Da Silva de Cristina. La propia viuda de Kirchner se está asumiendo austria menor.
Paritaria electoral
El peronismo territorial está más convencido que Lula. Con esta inflación le espera una elección funesta. Por esa razón maximiza su demanda en la única paritaria que no delega: la del sindicato de expertos en ingeniería electoral. En ese tablero los alineamientos se cruzan. Con la ayuda de los gobernadores más distantes del kirchnerismo y los rabiosos diputados que prometían defenestrar a la casta, el Frente de Todos quedaría a medio voto de suspender las primarias obligatorias. En la vereda opuesta, sus adversarios ya recibieron el llamado de los diputados trotzkistas garantizando un mismo voto de oposición.
Si se suman al voto unificado del bloque oficialista los dos diputados del peronismo esquivo de Rio Negro, dos ejemplares del mismo estilo en Misiones, uno del movimiento neuquino, tres de Juan Schiaretti y tres alineados con Javier Milei; pues entonces el Frente de Todos habrá conseguido el número: 129 manos para empiojar la interna en Juntos por el Cambio.
No toda la oposición es consciente del desafío. Más le vale encontrar el modo de seguir unida, aunque el gobierno elimine la regla fijada con las Paso. Lo sintetizó el cordobés Mario Negri: “Si no podemos resolver nuestra interna, tampoco podremos superar la anarquía en la que están dejando al país”.