No vivo”, cuenta Alyona Sayapina, ucraniana en Argentina. Desde que comenzó la guerra hace 17 días, cuando las tropas rusas, bajo la orden de Vladimir Putin, invadieron su país, teme segundo a segundo por su familia que está distribuida en distintas partes del territorio ucraniano.
Como si fuera un ejercicio, Alyona, de 25 años, está pendiente de los chats de cada ciudad a través de los cuales los ciudadanos, invadidos por la angustia y la desesperación, dan aviso del sonido de las sirenas porque se aproxima un nuevo ataque. Al rato, la joven ucraniana escribe a cada familiar o conocido que tiene en el punto de combate y chequea el estado de cada uno. “Les pregunto si están bien, si sobrevivieron, si tuvieron tiempo de ir a un refugio antibombas o a un lugar ‘más tranquilo’, si es que se puede llamarlo así, algún lugar donde no les llegue el misil”, narra en diálogo con Vía País.
Gran parte de sus amigos que viven en Kiev y en Járkov debieron escapar. “De Járkov salieron todos porque la cosa se puso muy mala, muy peligrosa. Mientras mi psicóloga huía, estaba esperando el tren en la estación a las cuatro de la madrugada y como no llegaba, apagaron la luz porque atraía los ataques. Estaban todos pegados y empezaron a escuchar disparos. Les dijeron si que corrían o salían, los iban a matar porque había soldados rusos que disparaban. La pasó muy mal y yo estaba en contacto con ella para darle un apoyo psicológico, consolarla, porque sé que es muy duro y que el pánico te mata. Cien mil personas en un lugar y afuera otras disparando. Afortunadamente se fue de Járkov a una ciudad en las montañas, pero viven así sin saber qué va a pasar mañana o si van a poder volver algún día a su hogar o si van a tener que huir más”, relata.
La guerra no solo es temer por tus seres queridos, sino también convivir con el dolor injusto de perderlos. Dos amigos de Alyona murieron en Járkov producto de los ataques mientras repartían comida a la gente que necesitaba.
“Escucharon las sirenas y el ruido de un misil, y mucha gente se echó a correr al refugio pero ellos no llegaron. Les cayó un misil ruso al lado del auto y fallecieron una chica de 21 años y un chico de 22 que no tenían nada que ver, ni siquiera nunca habían sido militares. La chica donaba sangre siempre y gestionaba todo eso, y el chico también”, cuenta entre lágrimas.
Y agrega: “Ocurrió en un barrio residencial, aunque Putin dice que no disparan ni atacan a los objetos que no sean militares, que es una maldita mentira”.
Alyona, oriunda de Dombás, debió refugiarse a los 17 años en 2014 cuando Rusia tomó su país y, según cuenta, sanar su dolor y su “trauma de guerra” le costó cuatro años. “No podía escuchar ni una puerta cerrarse porque me daba miedo, solamente me quería tumbar en la cama”, confiesa.
En este sentido, explica que lo que está pasando en Ucrania traerá consecuencias mucho mayores y que teme por eso. Asimismo, habla con profunda tristeza de su sobrina de 7 años quien entendió de la manera más cruel la palabra “guerra”.
“Se dio cuenta de qué es guerra, lloró varios días y estuvo sin hablar. Yo daría todo por que ella nunca hubiera sabido todo lo que está pasando”, dice.
“Los adultos lo podemos procesar pero los niños son una esponja. No pueden procesarlo pero lo están guardando”, agrega. Y cierra: “Veo a esos niños que lloran, que están sin hogar y que no entienden, que sienten la angustia y el dolor de sus madres. Eso va a influir en toda la nación, no solo los están matando y destruyendo ciudades enteras sino que es un daño psicológico tan fuerte que va a quedar por mucho tiempo”.