La sexualidad humana implica placer, reproducción y también comunicación. Para concretar un encuentro y durante la relación sexual se pone en marcha un proceso de seducción que implica comunicarnos a través del lenguaje verbal y no verbal.
En los últimos tiempos, es innegable que nuestra manera de comunicarnos se ha modificado sustancialmente debido a la emergencia de las redes sociales.
Conocemos gente en otras partes de la ciudad, país o del mundo. De hecho, podemos interaccionar con varias personas a la vez. Tenemos, aparentemente, más opciones, más chances.
Según Trevor Haynes, investigador del Departamento de Neurobiología de la Escuela Médica de la Universidad de Harvard, nuestras estructuras sociales solían estar formadas por alrededor de 150 individuos. Con el uso de dispositivos electrónicos, esta cifra se dispararía actualmente a 2 mil millones de potenciales conexiones.
Vivimos tanto o más en el mundo virtual que en la concreta realidad y los vínculos sociales no escapan a esta situación. En estas épocas, las historias sexoafectivas comienzan con dar un like, recibir un fuego, contestar una historia. El sexting tomó protagonismo: chat, imágenes y videos que nos provocan, encienden y traccionan para generar un encuentro. Se generó toda una cultura del mensaje virtual, que muchas veces cae en una atmósfera poco clara, ambigua y desconcertante:
Fluidez inicial, luego paulatina pérdida del feedback; la incógnita de saber qué pasó y con mucha suerte, un mensaje esclarecedor que pone punto final a la situación.
“Se suben las mejores fotos. Recibís un mensaje de alguien que jamás te hubiera encarado en la calle, o quizás con mucho esfuerzo, en un bar o un boliche. Contestás, surge interacción…Pero después, con el correr del tiempo, se va perdiendo la emoción…Y en muchas ocasiones, todo queda ahí”.
La comunicación tecnológica nos ha atravesado tanto que replicamos ese comportamiento en la vida real: Se abrió un mundo paralelo en el que el deseo juega a lo que sabe, pero al mismo tiempo, los vínculos sexoafectivos actuales parecen durar lo mismo que una historia o un reel de Instagram.
“Matcheamos, nos encontramos, sale algo, bien fugaz y se pierde rápidamente la emoción. Pero no importa: volvemos a la virtualidad, a la red que tejimos con varios contactos a la vez y se concreta un nuevo encuentro”. Así entramos en un loop infinito del que no salimos más, en donde la cantidad, muchas veces, toma protagonismo desplazando a la calidad.
El placer es presencia. Para sentir, hay que estar. En este momento, en este lugar. La vorágine de la vida moderna, incluyendo el fenómeno de las redes sociales, nos alejan de esta premisa. Estamos siempre pensando en lo que viene: ¿Qué hay más allá? Y esto lo vemos con la inmediatez con la que pasamos de una historia a la otra, tanto en la virtualidad como en la presencialidad.
Si la sexualidad también es comunicación: ¿Cómo nos estamos comunicando? ¿Qué buscamos comunicar? ¿Nos estamos comunicando?
Es verdad que, pantalla mediante, nos animamos a seducir, mostrarnos y aproximarnos a los demás de manera simple, instantánea y desenvuelta, pero también es cierto que hay un gran montaje que después no puede sostenerse en el tiempo.
La pregunta es: ¿Estamos más, o menos conectados que nunca?
Mucha ansiedad, nada nos conforma, queremos más pero cuando llega, ya no lo queremos. Jugando un yo-yo interminable donde el deseo, aún en su naturaleza efímera, dura lo que nunca duró: lo que tarda tu dedo gordo en poner un like.