El jueves pasado no fue un día sencillo para quienes tienen su vida marcada por la última dictadura cívico militar: Hijos Rosario denunció el ataque a una de sus integrantes y decenas de fantasmas se despertaron. Alejandrina Barry, legisladora porteña del PTS en FIT-Unidad, sesionó ese día, pero el hecho la sacó de su agenda. Esa tarde, también conversó con Vía País y el contexto le daba la razón a una de sus definiciones: “La memoria no es que se instala y queda: es una pelea continua”.
Alejandrina es hija de Susana Beatriz Mata y Juan Alejandro Barry. También es sobrina de Enrique Barry y Susana Papic. Los cuatro, desaparecidos.
“Mi mamá era docente, maestra de primaria. Fue fundadora del sindicato docente de Almirante Brown, después fue subsecretaria general. Eran militantes montoneros”, dice.
Quiere contar su vida y le cuesta ordenar por donde empezar, como si no la hubiera repasado tantas veces. “Bueno, por el principio”, elige y advierte que es una historia que tuvo que “reconstruir”. “Cuando mi mamá estaba embarazada estuvo en el Pozo de Banfield, eso fue previo al golpe. De ahí la llevaron a la cárcel de Olmos, donde nací y estuvimos unos meses”, indica.
Luego de fueron a Uruguay para resguardarse, pero en ese país los asesinaron. “Fue un operativo conjunto de las Fuerzas Armadas uruguayas y argentinas. De Argentina era una patota de la ESMA”, aclara.
Campaña mediática
Cuando se “googlea” su nombre hay una imagen que llama la atención de cualquiera: una niña rubia, muy pequeña, aparece en diarios, con titulares catastróficos sobre su “soledad”.
“Después que asesinaron a mis padres, los militares me secuestraron. Hicieron una campaña mediática conmigo, tergiversando los hechos. Me mostraban como víctima de mis padres. Fue una campaña muy fuerte”, dice y explica que esta “acción psicológica” tenía como fin amedrentar a los militantes.
Este tipo de campañas, señala, fueron “copiadas de lo que Goebbels hacía en el nazismo”. “Los genocidios tienen en su armado un aparato de propaganda. A mí me tomaron como parte de esa propaganda”, asegura.
En ese marco, Alejandrina dice que había un particular ensañamiento con su madre. Claro: ella rompía los estereotipos machistas que los militares aceptaban. “Le cuestionaban cómo se había convertirdo en una terrorista subversiva en vez de cuidar a su hija”.
“Alejandra (sic) está sola”, titulaban los medios, pero Barry resalta que nunca lo estuvo. “Hasta el asesinato estuve con mis padres. Luego, como ya habían usado mi imagen, no podían apropiarme, entonces me entregaron a mi abuela materna, con quien me crié. De hecho, cuando sacan esa campaña ya estaba con ella. Nunca estuve sola”, expresa.
Conocer y crecer
Alejandrina dice que tener noción de todo lo que había pasado fue “un proceso duro”. “Alrededor de los 13 años tomé más conciencia. En eso estuvo también ir al Normal de Banfield, en donde hubo numerosos desaparecidos, una escuela que tenía una militancia importante. Entonces desde el primer momento tuve un acompañamiento enorme. Varias de esas docentes conocían a mi mamá, habían militado con ella, eran sus amigas. Entonces muchas cosas las pude conocer a través de ellas. Reconstruir quiénes habían sido mis padres”, recuerda.
En ese camino de la reconstrucción comenzó a vincularse con sobrevivientes que también habían militado con sus familiares.
“Yo resalto el valor que tuvieron los sobrevivientes de la dictadura. Ninguno de nosotros hubiera podido conocer realmente toda la verdad sin ellos. Porque nos transmitieron realmente qué había pasado. Cada uno de sus testimonios fue fundamental en los juicios, sin ellos tampoco hubiéramos tenido juicios de lesa humanidad”, asegura.
Y agrega: “En mi caso particular fue fundamental porque hubo tanta manipulación de los hechos, una campaña mediática de tergiversación tan grande, que era necesaria la voz de los que sí los habían conocido. Para saber la verdadera historia de mis padres necesitamos de los que habían estado con ellos, los que habían sido sus amigos, sus compañeros de militancia...”.
Alejandrina pudo saber, también, qué pensaban, que había detrás de su férrea militancia. “Lo más lindo que me dijeron es que toda su lucha era por mí, porque querían dejarme un mundo mejor, donde no pasara lo que está pasando”, señala y recuerda también que, según le contaron, su madre buscó por mucho tiempo quedar embarazada.
“Para mí fue una generación enorme. Yo me convertí en militante desde muy chica de los derechos humanos y hoy soy militante de izquierda. La historia de mis padres me marcó mucho. Aunque no comparta su ideología, sí esta idea de dar peleas, por los otros y por las otras y en contra de eso tan brutal que es el individualismo, el ‘sálvese quien pueda’”, expresa.
El negacionismo
“Hay una generación que conoce de los juicios en adelante, pero para llegar a eso hubo que pelear muchísimo”. Los discursos negacionistas la llevan a otra época, aunque tiene una certeza: por la memoria se debe trabajar día a día.
“Yo me acuerdo de los ‘90, cuando estaban todos los militares en libertad, que existía como preponderante lo que se llama ‘la teoría de los dos demonios’. Yo iba a un lugar y no era hija de militantes desaparecidos: era hija de terroristas subversivos. Mostrar la verdad de lo que fueron nuestros padres y los 30.000 fue una gran pelea. La memoria fue construida con mucha lucha”, destaca.
“Sabemos que esos sectores negacionistas están. Sabemos que no fue fácil, pero esa historia que atravesamos también nos hace más fuertes para encarar lo que está pasando y lo que se viene. Cuando decimos ‘ni un paso atrás’ es un mensaje profundo, porque sabemos cuánto costó, fueron décadas de lucha para demostrar que en este país hubo un genocidio”, resaltó.
Para Barry los discursos negacionistas deben enfrentarse, porque no son otra cosa que “una lavada de cara a los crímenes cometidos durante la dictadura”. “No podemos dejar pasar esas cosas, no podemos naturalizar, hay que pelear contra esas ideas. Porque la memoria no es que se instala y queda: es una pelea continua”, afirma.
Alejandrina explica, aparte, por qué los crímenes de la dictadura “no son algo del pasado”: “Los militares siguen cometiendo delitos al no decirnos dónde están los cuerpos de nuestros familiares desaparecidos, al no decirnos dónde están nuestros hermanos apropiados. Ellos lo saben. Siguen cometiendo delitos al mantener ese pacto de silencio que renueva su responsabilidad todos los días de que cientos personas sigan privadas de su identidad”.
Por qué se lucha hoy
“Estamos ante un Gobierno que reivindica los crímenes más atroces de la dictadura. Su programa económico tiene características similares al aplicado por Martínez de Hoz. En ese sentido es muy importante estar en las calles este 24 de marzo. Cada día que avanzan los planes de este Gobierno son miles de personas que caen en la pobreza, miles de niños que no pueden comer y miles las personas que son reprimidas por solo defender sus derechos”, repasa Barry.
Y resalta: “Vamos a levantar las banderas de los 30.000, pedir juicio y castigo por todos los que faltan y dejar en claro que no vamos a retroceder. Es importante ser muchos, porque es la única manera de ponerle un freno. Creo que es el mejor homenaje que le vamos a hacer a nuestros familiares desaparecidos. A todos. A los 30.000″.