Hay verdades que pueden ser tan duras como las rocas que resaltan en el paisaje de los montes malvinenses, próximos a la capital del archipiélago, donde tuvieron lugar los combates decisivos en la guerra que en 1982 enfrentó a Argentina y Gran Bretaña.
Y las verdades personales, las que tienen que ver con lo que un ser humano quiere expresar libremente, deben ser tan respetadas como esas mismas enormes piedras. Nos gusten o no.
Recorrí esos montes, anduve entre esas rocas. Vi su altura, su majestuosidad, su firmeza; también, lo intrincado de sus formas. Imaginé que representaban vivencias, pensamientos, verdades. Decidí indagar, explorar en ellas, entrevistando a un excombatiente británico. Descubrí que en el paisaje de su vida, las convicciones en base a lo vivido afloran como esos sólidos y contundentes peñascos de las islas.
Colin Charlton, nacido en Inglaterra, se unió al Ejército Británico a los 15 años, en 1972. “Lo hice para escapar de la pobreza y el desempleo”, me confiesa. “Primero, formé parte de Junior Para (tal como se denomina al cuerpo de jóvenes aspirantes a Paracaidistas) y más adelante fui incorporado al 3 de Paracaidistas (ya, el cuerpo profesional)”.
10 años después de la primera vez que se colocó sus borceguíes, cuando ya tenía 25, fue enviado a luchar por las Malvinas.
“Antes de partir a la guerra, en nuestro cuartel en Inglaterra había escrito una carta de despedida a mi familia. Y previo a eso, habíamos celebrado una reunión en casa”, rememoró.
-¿Qué es lo que más recordás de aquella despedida en tu hogar? - “El abrazo de mi madre. Fue lo que más sentí”.
Los efectivos del 3 de Paracaidistas, junto a otras unidades militares, navegaron durante algo más de dos semanas a bordo del transatlántico Canberra, requisado por el gobierno británico para el transporte de tropas al Atlántico Sur. “El viaje se consumió manteniéndonos en forma, afinando nuestra habilidad militar”, recuerda Colin.
Una vez que la “gran ballena blanca”, como apodaban al Canberra, se acercó lo suficiente a las Malvinas y bajo la constante amenaza de los ataques de la aviación argentina, debieron hacer un trasbordo al buque HMS Intrepid, del cual finalmente desembarcaron en San Carlos.
Siendo testigos privilegiados de la batalla aeronaval entre la Fuerza Aérea Argentina y la flota británica (Royal Navy), en la zona que llegó a ser bautizada como “El callejón de las bombas” por la intensidad de las embestidas argentinas desde el cielo, las distintas unidades del ejército del Reino Unido lograron no obstante consolidar su cabeza de playa. Desde allí, iniciarían el avance hacia la capital isleña.
Desde las primeras horas en las islas, Colin experimentó como todo el mundo el rigor del clima y el terreno, sumado a los desafíos de la logística. Ésta había sufrido un golpe importante cuando el buque portacontenedores Atlantic Conveyor fue atacado y hundido por la aviación naval argentina; es que el barco transportaba a algunos de los helicópteros que llevarían a los mismos paracaidistas al frente de batalla.
La marcha de más de 100 kilómetros a pie, en tres días y cargando mochilas de 50 kilos, está entre los hitos de exigencia física con los que debió cumplir el Regimiento de Colin, junto con el Comando 45 de Royal Marines.
Monte Longdon Estancia House, desde donde saldría seguido de patrullaje, sería una escala previa. Más adelante, vendrían los reconocimientos del objetivo más importante de la campaña asignado al 3 Para: nada menos que el Monte Longdon, fuertemente defendido por la Compañía B “Maipú” del Regimiento 7 de Infantería argentino, la 1ª Sección de la Compañía de Ingenieros Mecanizada 10 y una Sección de ametralladoras calibre 12,7 mm de la Infantería de Marina. Allí, sucedería el enfrentamiento terrestre que más muertes produciría en ambos bandos (54 en total, y 190 heridos).
“Estábamos bien entrenados, pese a que nuestra experiencia militar antes de la guerra se había limitado a operaciones contra el terrorismo en Irlanda del Norte”, comenta Charlton, a quien junto con los demás efectivos y en las horas previas a aquel ataque, uno de los decisivos por la capital isleña, se les transmitió del general Jeremy Moore, comandante de las fuerzas terrestres británicas: “Serán duros combates, pero la reputación de todas las unidades de esta formación habla de su sacrificio para lograr la victoria. Sé que están dispuestos a mantener esa misma reputación y estoy seguro de que lo conseguirán… Que Dios los acompañe”.
Monte Longdon resultaría un infierno de 12 horas, de acuerdo con tantos y tantos testimonios de quienes allí pelearon. “Quizá, lo peor para nosotros, lo que nos provocó la sensación de miedo, fue tener que atacar sin poder cubrirnos de los disparos, de acuerdo con la topografía”, rememora Colin, quien como sus camaradas honra a los héroes de ambas partes. “Cada aniversario del combate, levanto una copa por nuestros respectivos hermanos”, expresa.
Al respecto, le pido unas palabras para la hermana de un soldado argentino caído aquella noche. María Fernanda Araujo, hermana del conscripto Clase 62 Eduardo Araujo (Regimiento de Infantería Mecanizado 7, “Coronel Conde”), recibirá en las próximas horas el siguiente mensaje, a través de Twitter:
“Buenas noches María, mi nombre es Colin Charlton… Espero que la vida te trate bien, a vos y a tu familia en este momento. Ninguna vida joven perdida en circunstancias trágicas debe ser olvidada. No sé dónde está enterrado Eduardo, pero si está en las Malvinas, espero que puedas visitarlo. Anhelo que sigas bien, junto con tu familia, y que podamos mantener este contacto”.
La respuesta de María Fernanda será: “Buenas noches Colin; gracias por cada palabra que me ha escrito. Es muy reconfortante para mi alma, mi corazón y mi familia. Eduardo tiene su posición en el Cementerio Argentino en Darwin, en las Malvinas. Supimos su localización en diciembre de 2017. Así que imagínese lo importante y sanador que ha sido saber dónde se encontraba físicamente. Para mamá, fue volver a parirlo. Para mí, volver a tenerlo. Eso nos ayudó a entender que en las guerras no hay vencedores ni vencidos; todos pierden algo y algunos perdemos todo. Que estas palabras sirvan para hacerle llegar nuestro respeto y agradecer sus conceptos para con nosotros”.
Después de leer lo escrito por María Fernanda, Charlton me pide que por favor le transmita lo siguiente: “Estoy bastante abrumado por la emoción... Lloro por todos... Y estoy totalmente de acuerdo con lo que piensa y dice”.
Aquel 14 de junio de 1982
Durante 48 horas y hasta el mismo 14 de junio, la jornada final de la guerra, las tropas británicas que habían capturado el Monte Longdon continuaron padeciendo el fuego argentino. Así, lo recuerda: “Sufrimos una constante descarga de artillería y morteros, lo que recién cesó después de que el 2 Para (la otra unidad de paracaidistas del Reino Unido que combatió en las islas) tomó Wireless Ridge”.
Continúa: “Entonces, nos preparamos para seguir avanzado rumbo a nuestro siguiente objetivo, el hipódromo de Stanley –Puerto Argentino para Argentina-. Pero a los 30 minutos, supimos que flameaba la bandera blanca en la localidad. Tres horas después de eso, sentía calor por primera vez desde que habíamos desembarcado. Pasamos 10 días en una casa de las islas antes de regresar a casa. Recién años más tarde, comenzaría a sentir el impacto de lo vivido aquellas cuatro semanas de la guerra”.
El regreso a casa y la posguerra
El Regimiento de Charlton volvió a Gran Bretaña junto con el 2 de Paracaidistas; ambos, embarcados en el buque Norland, que primero transportó a miles de prisioneros argentinos al continente.
“Después de pasar 10 días en la Isla Ascensión, nos llevó un vuelo de la RAF (sigla en inglés de Real Fuerza Aérea) a Bride Norton. Como había una huelga ferroviaria, me quedé otros tres días en lo de un amigo en Guildford, hasta que mi hermano viajó para llevarme a casa”, cuenta.
-¿Cuál es tu recuerdo más emotivo del reencuentro con tu familia? -Cuando abracé a mi madre.
La posguerra fue otro trance difícil en la vida de Charlton, quien continuó en el Ejército británico hasta los 42 años. “El trastorno de estrés postraumático (conocido por su sigla TEPT) no fue tratado hasta la guerra de Afganistán -2001- en las tropas. Al principio, después de las Malvinas, se lo trató de ocultar. En general, puedo decir que el gobierno no brindó una buena atención a los que habían luchado. Se olvidó bastante de nosotros”, asegura.
Ya retirado del Ejército, quiso volver a las islas. “Fue un regreso emocional. Pasé una semana con una familia en la capital del archipiélago”, comenta Colin, quien vive en Sunderland, Inglaterra, donde nació.
-¿Qué sentís hoy por las islas por las que luchaste y en relación con sus habitantes?
-Mi opinión es que (políticamente) las islas son, en cierta forma, una expresión del colonialismo. Y los conflictos por ellas han sido el reflejo de la codicia de los gobiernos; esta es la peor parte. Respecto de los isleños, pienso que democráticamente tienen el derecho a elegir su propio destino.
-Y si vos mismo pudieras volver en el tiempo, ¿cambiarías algo de tu propio destino personal?
-No cambiaría nada desde mi perspectiva como soldado. Pero soy consciente de que somos piezas de ajedrez, servidores, dirigidos por políticos. Las guerras no son comenzadas por soldados, sino por políticos, que jamás están en el lugar del que viste un uniforme. El mundo es un lugar peligroso por los líderes que tiene y sus ambiciones.
Charlton es ambientalista, instructor de mountain-bike y su filosofía de vida hoy se resume en un término: paz y amor. Tiene dos hijos, sobre los que me cuenta: “Me siento muy orgulloso de ellos. Uno trabaja en un hospital y el otro es baterista de dos bandas, que se llaman Risen Prophecy y Spartan Warriors. Han tocado por toda Europa”.
-¿Te hubiese gustado que se sumaran al Ejército? -Jamás lo hubiera permitido. Ambos son seres humanos compasivos.