Dos cordobesas realizaron una denuncia ante la Justicia de Córdoba, por diferentes actos de violencia recibidos de efectivos policiales. La historia aúna abusos policiales, vejámenes, homofobia, violencia de género y hasta un robo, según lo expuesto por las jóvenes.
La historia comienza el viernes 16 de abril a la madrugada, cuando Paula y Ayelén acababan de salir del bar Club Paraguay. Una amiga y un amigo les pidieron que los acercaran hacia la casa de otra persona, en la zona del Parque de las Tejas. Y hacia allí fueron, con Paula al volante del auto y Ayelén sentada en el lugar del acompañante.
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Como sus amigos no tenían la dirección exacta, frenaron un momento a esperar que les llegara la ubicación al teléfono celular. Fue entonces cuando un móvil policial se les puso a la par. “Pueden circular hasta las 23″, les dijo el oficial varón. “Pero estábamos en un bar que autorizaron a cerrar a la 1″, le respondió Paula. “A mí qué me importa”, le habría contestado el uniformado. El diálogo inicial terminó por ser el preámbulo de lo que iba a sobrevenir, según la denuncia.
Tras pedir carné de conducir, tarjeta verde y documento de identidad a la conductora, los policías se dieron cuenta de que el vehículo no estaba a su nombre. “¿Quién es el titular?”, la interrogaron, y ella señaló a Ayelén: “De mi pareja”.
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Las jóvenes aseguran que apenas ellas se presentaron como novias ante los policías, los uniformados radicalizaron su actitud. Les indicaron a los cuatro que se bajaran del auto y, sin que mediara ninguna orden judicial, la mujer policía se asomó dentro del vehículo y sacó una lata de cerveza vacía. “Ustedes no pueden hacer eso”, les indicó Paula, y de a poco la situación se fue tornando cada vez más tensa.
Apareció otro móvil y de pronto ya eran cuatro policías, tres varones y una mujer, que los interrogaban, los revisaban y hacían toda clase de comentarios al frente de ellos. Paula intentó hablar con la mujer uniformada, le preguntó el motivo por el que se estaban ensañando con ellos y si le parecía bien perder tiempo allí mientras en la ciudad ocurrían episodios más graves, siempre según lo que ella cuenta ahora. La respuesta fue una detención por resistencia a la autoridad.
Cuando la dieron vuelta para ponerle las esposas, ella le pidió a su novia que grabara todo con el celular, lo que alteró aún más a los uniformados. Denuncian que uno de los policías le quitó el teléfono a Ayelén y le borró todo el registro.
Luego, también la esposaron y las dos fueron encerradas en el asiento trasero de un patrullero. “Estuvimos casi tres horas ahí adentro, mientras aparecían más policías que comenzaron a sacar todo de dentro de nuestro auto”, amplía Ayelén.
Paula, que dice sufrir principio de claustrofobia, comenzó a pedir que le abrieran la ventanilla, lo que generaba burlas policiales, pese a que ella comenzó a descompensarse. En el medio, se le soltó la remera y quedó semidesnuda dentro del móvil. “Un policía se acercó con su celular y nos alumbraba, como si nos hubiera filmado. Nosotros le pedíamos que no lo hiciera, que ella estaba medio desnuda y no se podía tapar porque estaba esposada, pero no les importaba”, sigue Ayelén.
Detenidas
Tras esa larga espera, el patrullero arrancó y llevó a las jóvenes hacia la Alcaldía de Tribunales 2, donde funciona la Unidad Fiscal de Atención Inmediata (Ufai). “Las trajimos por hacerse las feminazis”, cuentan ellas que la mujer policía le dijo a otro jefe policial que estaba en la puerta. “Hola, chiques. ¿Así es el idioma en el que ustedes hablan, no?”, les dijo este funcionario policial a las jóvenes en torno burlesco, siempre según lo que ellas denuncian.
Esposadas, fueron ingresadas allí y conducidas a un sector donde estaban otros detenidos, en su gran mayoría varones, que comenzaron a gritarle todo tipo de groserías. Adentro, había más policías, entre los que se encontraban al menos tres agentes del Grupo Especial de Salvamento (GES), según el uniforme que llevaban que ellas recuerdan.
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Paula se descompensó varias veces más. Ayelén vio cómo se caía al suelo y, para que no hiciera convulsiones, un policía del GES le apretaba con los borceguíes una pierna. Cuando despertó, dos de los uniformados le tomaban el pulso. Ante esto, la subieron de nuevo a un patrullero y la llevaron hacia el hospital Misericordia, donde el médico de guardia se negó a atenderla, ya que no había ninguna orden judicial en ese sentido. Y regresaron a la Ufai.
El dato es clave: todo, según la denuncia, pasó por fuera de la Justicia, pese a que gran parte del relato sucedió dentro de la Ufai. Paula cuenta que fue arrastrada, levantada por las esposas, sacudida y maltratada en diversos sentidos. “Me sentí denigrada”, resume.
A las 6.30, sin abogados y sin permitirles hacer una llamada, los policías comenzaron a insistir en “pintarles” los dedos y en que firmaran una supuesta acusación por resistencia a la autoridad. Las jóvenes se negaban y decían que iban a denunciar lo que estaba ocurriendo. Fue entonces cuando apareció la mujer policía que las detuvo, con los brazos rasguñados, y les dijo que ella las iba a acusar. “Nosotras no la rasguñamos, fijate mis uñas”, acusa Paula.
“Si no firman por las buenas, será por las malas”, les respondió un policía de camisa blanca y pantalón de vestir al que ellas señalan como un “comisario”.
“Pedíamos auxilio, nos sentíamos secuestradas, pero nadie nos podía ayudar allí adentro”, acota Ayelén.
Finalmente, tras una videollamada en una sala especial con una secretaria de la Ufai, recién cerca de las 12 quedaron en libertad. Pero no tenían ninguna de sus pertenencias encima, estaban desorientadas y no sabían a quién pedirle ayuda.
La denuncia
Ese mismo viernes fueron seis veces a buscar sus objetos secuestrados y el auto. A la comisaría 4ª, a la 12ª y a Tribunales. En todos lados recibieron respuestas evasivas. Recién el domingo, en la comisaría 4ª, les devolvieron una bolsa con los celulares y todo lo que les habían sacado del auto, menos un costoso perfume, según las denunciantes.
Al auto recién lo recuperaron el lunes. Según fuentes de la Ufai, todo corrió por cuenta de la propia Policía, sin autorizaciones ni mediaciones de ningún funcionario judicial.
Con miedo y tras un largo debate familiar sobre si convenía o no animarse a denunciar a los policías, el lunes 26 de abril, las jóvenes lograron presentar una denuncia en el Polo de la Mujer, donde en un comienzo les habían negado poder declarar allí, ya que adujeron que el tipo de delito no era de su competencia.
Ahora, con el asesoramiento de las abogadas Liz Dadá y Laura Sesma, intentan saber algo de la Justicia. Ignoran qué sucedió con la denuncia que ellas presentaron y también con la acusación por presunta resistencia a la autoridad. Dicen que no pueden salir de noche, que le tienen miedo a la Policía y que aún no logran entender cómo los policías se pasaron toda la madrugada alrededor de la detención de ellas, cuando en la calle hay otras urgencias delictivas.
En ese sentido, Sesma le presentó una nota a la jefa de Policía, Liliana Zárate, para pedirle una audiencia con la idea de que la funcionaria policial pudiera escuchar de boca de las jóvenes todo el relato de lo que ellas denuncian.