Instituto empató 1 a 1 contra Estudiantes de Caseros. La igualdad lo consagró campeón de la noche, por ventaja deportiva, y pudo conseguir el segundo ascenso a Primera División. Desde la tribuna, la hinchada fue un jugador más y sufrió desde el primero hasta el último minuto de partido.
A continuación, una crónica de una noche gloriosa, que abonó a la frase tan escuchada entre los albirrojos: “Si no se sufre, no es Instituto”.
Desde las kilométricas filas de ingreso hasta el inicio del sufrimiento
Eran más de cinco las cuadras que rodeaban al Monumental de Alta Córdoba con hinchas que intentaban ingresar al partido. La espera se aminoraba con el aliento y los cánticos de los fanáticos que, pese al intenso calor, se congregaron en los alrededores para hacer la famosa previa.
Las tribunas estaban repletas y los pasillos no eran tales. Las familias estaban completas: madres, padres, hijos e hijas, abuelos; todos estaban presentes para ser parte de la historia.
La emoción estuvo desde el primer minuto. Rezos, lágrimas y cánticos, todo se entremezclaba para darle paso al Glorioso cordobés. El ingreso del equipo de Lucas Bovaglio estuvo acompañado por un increíble recibimiento de fuegos artificiales y humo, que ya predecía el logro.
La pitada del árbitro Fernando Espinoza dio inicio al encuentro. La hinchada, de todas las tribunas, no dejaba de alentar. Los redoblantes pasaban a segundo plano tras el grito de los fanáticos que rogaban la consagración. “Ésta es tu hinchada que te quiere ver campeón”, se escuchaba.
El gol del rival y el recuerdo de las otras finales fallidas
De por sí, el nerviosismo era total. La hinchada alentaba. El juego estaba inestable. Y eso se vio en el arco de Instituto cuando Juan Cruz Randazzo abrió el marcador y el rival logró imponerse. Un dejo de desesperanza inundaba el aire.
Hubo quienes recordaron las finales fallidas que protagonizó Instituto. A otros, les brotaron las primeras lágrimas de indignación, tristeza y bronca. Fueron momentos de angustia, que intentaron borrarse con más aliento y cánticos de esperanza.
Sin embargo, en el primer tiempo no hubo igualdad. Y los minutos de descanso fueron dolorosos.
El segundo tiempo del empate, la victoria y la consagración
El complemento era decisivo: era una consagración o todo quedaba como un mal recuerdo. El aliento seguía presente pero los 16 años en la B Nacional pesaban. Sin embargo, Fernando Alarcón se puso la capa de héroe y, de cabeza, marcó el gol del empate.
Las lágrimas volvieron a brotar. Ya no eran tímidas. Era un llanto de desahogo, de alivio, de una ilusión que estuvo desde el primer momento y que se consagró en el adicional.
Esas madres, esos padres, esos hijos y abuelos se abrazaron, gritaron de felicidad y se sacaron esa mochila tan pensada. “Si no se sufre, no es Instituto”, se escuchaba entre las voces quebradas, que no daban más de alegría y que esperaban salir para continuar los festejos en la plaza de Alta Córdoba.