Pinceladas literarias: “El circuito” un cuento de Marcelo León

Sección a cargo de Valentina Pereyra.

Pinceladas literarias: “El circuito” un cuento de Marcelo León
Pinceladas literarias: “El Circuito” un cuento de Marcelo León

Vía Tres Arroyos presenta una nueva entrega de Pinceladas literarias, la sección a cargo de Valentina Pereyra que, en esta ocasión, seleccionó un cuento de Marcelo León.

El circuito

-Usted sabe que la rapidez no es atributo de la justicia, ni en este pueblo ni en ninguno, dice Carrizo, el oficial de servicio que está tomando la denuncia.

- La tienen secuestrada. Dice Lourdes. La tiene El Gordo Funes en una quinta. Ya saben quién es. Tienen que ir y allanar.

-Dígame la dirección o como llegar si es una quinta, por favor.

- Es ahí, unos diez kilómetros por la ruta para el lado de Buenos Aires. Lo que le digo es lo siguiente: mi hermana consume desde los catorce. Siempre hermosa. Alta. Para mis padres era imparable. A los quince ya trabajaba en la barra del Manhattan ahí en el centro. Necesita tomar todos los días. Es bastante fácil pensar que el que le consigue para tomar la tiene agarrada. Es un secuestro como le dije. Como no hay locales con putas se maneja así el Gordo Funes y ustedes lo saben.

-Qué más me puede decir de su hermana, que otro dato me puede dar. Dice Carrizo, tratando de no hacerle caso a todo lo que agrega Lourdes.

- Hace unos días la llevamos al hospital, a salud mental. No daba más, no sé cuántos tipos le hacían ver por semana. Un día apareció en casa y se desmayó. La llevamos y quedo internada. Pero a los pocos días dicen que se escapó y cada vez vuelve más hecha mierda.

-Qué edad tiene ahora?

-Veintiséis, el pelo negro largo, casi uno ochenta, ya se lo dije. Pasa por épocas que necesita tomar todos los días y el que le consigue después hace lo que quiere con ella. Para mí eso es un secuestro, como le dije.O presa o como le quiera poner. Me entiende lo que le digo?

-Claro que la entiendo, le pregunto porque hace poco que estoy acá y no conozco a todos. Acá parece que todos se conocen.

- Aunque no conozca a la gente se lo puede imaginar no?¿Cuánto hace que es policía? ¿No sabe lo que hace la policía, o cómo se maneja?. A este tipo todo el mundo lo conoce, se lo deben haber nombrado el primer día.

- No todos somos iguales Señora. Usted me dice cualquier cosa de la policía, no se le mueve un pelo, pero viene igual a buscar ayuda, una respuesta. Yo no le falto el respeto y usted no me conoce.

Carrizo es colorado, medio gordito, de barba corta y desprolija, de esa que no crece pareja, hace diez años que es policía. Tiempo como para saber cómo es el manejo de todo lo que rodea el delito en una ciudad chica. Viene de familia de policías de La Plata, de traslado en traslado por el conurbano cayo acá buscando tranquilidad. Un hecho en el interior como lo llaman, también te puede arruinar para toda la vida si no las tenes bien puestas, le dijo su viejo cuando se despidieron. El viejo fue treinta años policía en Quilmes.

- ¿Qué más quiere agregar? ¿Qué otro dato me puede decir, cuánto hace que no sabe nada de su hermana?.

- Se fue hace como quince días de salud mental. Ya se lo dije. Es mucho tiempo para no saber nada. Dicen que se escapó a la noche. Yo sé que ahí adentro también pasa de todo. La limpian con medicación, se recupera un poco, anda bien unos días, y después sale y vuelve al circuito.

-Le estamos pasando la foto a los agentes de calle, y a policía de la ruta. La estamos dando como desaparecida.

-Le digo que está secuestrada. O desaparecida, me da lo mismo pero muevan un poco.

Carrizo se incorpora sale de la habitación, habla por teléfono y vuelve.

-Lourdes, mandé agentes a la quinta y van a rastrear por la zona. Dígame si tiene otra dirección además de la quinta donde podamos mandar un móvil.

-Vayan a buscar al gordo Funes. ¿No tiene un policía que lo conozca? Vayan a buscarlo y apriétenlo para que cante. ¿Nunca lo denunciaron por nada a ese hijo de puta?.

-Quiere agregar algo más?

- Vayan a la quinta, al hospital, a todos los lugares que le dije. Lourdes se incorpora.

Carrizo le hace firmar la denuncia le toma otra vez el teléfono, le pide otro numero mas y le dice que ni bien tenga novedades le avisa.

Irazábal el jefe de calle llama por teléfono y le pregunta a Carrizo si alguien más se acercó a hacer alguna denuncia por la desaparición de María Mendoza o por otra de las minas del Gordo Funes. O si alguien más está interesado en su búsqueda. Le dice que hable después con Benítez, el policía que se encarga de los Funes.

-Ahora lo llamo dice Carrizo.

- Hay que encontrarla, dice Irazábal. Como sea. Después vemos que hacemos con ella. El sistema es así, tenemos códigos, dice Irazábal.

Benítez le manda un mensaje a Carrizo:- María Mendoza es una falopera, y El Gordo la tuvo como su mujer o la preferida un tiempo. Después la cambió. Ahora la tiene para trabajar, le lleva tipos. Si desapareció y no fue El Gordo la debe andar buscando también porque sabe mucho. Hay que encontrarla. Me ocupo y te aviso.

A María la convencieron y la sacaron de salud mental hace diez días. Venían del norte cinco cazadores a un campo a pasar una semana y había que atenderlos. Bajaban en avión. El Gordo Funes les conseguía lo que quisieran tomar y María se ocuparía de atenderlos con otras cuatro o cinco chicas que iban a la noche y se quedaban lo que los gringos quisieran. Pagaban muy bien a todos y en dólares. Como en otros viajes querían cazar ciervos, jabalíes, algún puma. Coger, comer y tomar todo lo que tuvieran ganas.

Para eso la sacaron de salud mental. La tuvieron en la quinta y se les intento escapar. Pero la agarraron enseguida, la llevaron otra vez a la quinta le pegaron y la dejaron encerrada, desnuda y atada en un galpón. El Gordo estaba demasiado borracho, le pego y la ató, pero no lo suficiente. Con su hermano se fueron a recibir a los gringos. María se conoce todos los movimientos. Está en la calle como el Gordo Funes y la policía desde siempre. Y se les volvió a escapar.

María camina desnuda por la ruta, su paso errante la lleva a la banquina derecha y luego cae en la cuneta sobre un sector lleno de agua y pastos altos, una especie de canal que se forma al costado del camino. Rodríguez la ve, le da un rebencazo a la yegua para acelerar el galope, enseguida pierde de vista eso que vio que no sabe bien que es, que supone una mujer por su cabello.

Son cerca de las seis de la tarde y está oscureciendo. Es una zona de quintas a unos diez kilómetros del centro de la ciudad. Rodríguez lleva cuatro perros y va en busca de unas vacas que dejó cerca de la ruta en una especie de corral hecho con un cerco de alambre eléctrico, donde el campo es más alto hay buen pasto y no llega el agua.

Cuando se acerca la ve de costado, casi boca abajo entre los pastos y el agua, se baja rápidamente y se mete en la cuneta. El agua sucia lo moja hasta las rodillas. La da vuelta y tomándola por los brazos la empieza a sacar, la lleva a la banquina con mucho esfuerzo. Rodríguez es musculoso, chiquito de cuerpo, no muy alto, flaco y anda por los cincuenta años. De joven lo llamaban siempre para las carreras cuadreras que se hacían en la zona, porque era de bajo peso y muy hábil domador y jinete.

Rodríguez piensa que está muerta o que se le va a morir. La mujer de pelo negro hasta la cintura, de piel muy blanca, joven, debe medir un metro setenta o más, tiene un hematoma azul violáceo en la frente, un labio golpeado, partido, y un corte a simple vista de unos centímetros que sangra en una de sus piernas fibrosas, tal vez de deportista.

Rodríguez la mira, pone su cara cerca de la boca y la nariz para saber si respira. Siente el cuerpo caliente a pesar del frio, se saca la campera y la tapa. Respira. La mujer se mueve, abre los ojos, se le cierran, intenta incorporarse y no puede. Rodríguez le dice que se quede quieta, que si pasa un auto o alguien va a pedir ayuda y la va a llevar al hospital. Se saca el pullover y se lo pone con esfuerzo cubriendo la espalda y los pechos redondos, de los que no puede evitar el roce de una de sus manos. La cubre también con la campera para que no pierda el poco calor que conserva su cuerpo desnudo.

Le habla, la mira, que se quede quieta le dice otra vez. Ve que no tiene bello en su pubis, la observa y siente ganas de salvarla, de tenerla en su casa hasta que se recupere. Piensa que sería lindo que para agradecerle por haberla salvado ella le ofrezca ser su mujer. Él se comprometería a cuidarla hasta cuando ella quisiera. Ese sería un acuerdo que no se atrevería a proponerle jamás. También cree que tal vez sea muy alta y hermosa para él que es un peón flacucho, pobre y medio viejo.

Todo esto se le ocurre y dura un instante. Lo piensa mientras decide que la va a poner de pie como pueda y la va a cargar en la yegua y la va a llevar a su casa, la va a curar, la va a cuidar. Rodríguez es fuerte por haber trabajado toda la vida en el campo, tiene brazos aguantadores y si bien su cintura a veces le ha jugado una mala pasada, lo intenta. Y va. Le habla como si esta vez le tocara amansar un caballo distinto a todos los demás que alguna vez pasaron por su vida. Siente que está amansando el caballo más importante el que va a montar su hija si la tuviera.

Le habla desde su experiencia, es lo que tiene para ofrecerle. La ayuda a incorporarse, le dice que la va tratar de poner sobre la yegua, le sigue hablando, le dice que es una mujer joven, que tiene que vivir, que lo ayude, se le escapa y le dice por último que es muy hermosa. Y lo hace: la carga y la sube. Ahora está sentada con la cabeza apoyada sobre la yegua, inclinada hacia adelante, le cuelgan los brazos como si quisiera abrazarse al cuello y no tuviera fuerza y es eso lo que le ocurre. Rodríguez pone un pie en el estribo y en un salto se sienta atrás y la sostiene para que no se vaya para un costado y se le caiga. En la otra mano tiene las riendas y arrancan.

Le mira esa parte del cuerpo que no alcanza a cubrir su pullover verde de lana y piensa que es lindo y firme. Ve que las caderas son justas y que están ahí al viento y que las tiene cerquita, muy próximas. Piensa que a esta mujer la quiere cuidar como si hubiera encontrado algo valioso que nadie va a reclamar, que quiere que sea suyo para siempre. Y va contemplando cómo se mueve ese cuerpo dormido con el paso a paso de la yegua. Y van despacio hacia su casa, cruzando el puente del arroyo entre la bruma, como si fueran el final de una procesión con todos los perros caminando en silencio.

Sobre el autor

Marcelo León es tresarroyense, nacido hace 57 años, Lic en Servicio Social por la Universidad Nacional de Mar del Plata. Escribe cuentos y poesía desde la adolescencia y ha participado de los talleres de escritura de Raquel Robles

" Literatura,memoria, política ,cultura pop y subjetividades en modo narrativo", a través de la Revista Anfibia; y del Taller de lectura y escritura creativa con la Profesora Sandra Staniscia