Se lo ama o se lo odia con la misma intensidad, pero nunca se lo puede ignorar. Para todos los tresarroyenses, Claromecó es un privilegio, y ya sea por amor o conveniencia, en Claromecó nos refugiamos cuando los desastres del alma asoman, cuando la vida se pone dura, cuando la rutina diaria nos pide un freno, cuando buscamos disfrutar de las cosas más sencillas, el mágico, sanador e inigualable Claromecó, nos recibe.
Para el mal de muchos y el bien de otros, nuestra principal villa balnearia pudo haber sido otra cosa de lo que es en la actualidad; pero todo aquel plan ideado por sus primeros habitantes que añoraban para Claromecó el progreso y la modernización, quedó trunco, sin motivo alguno, cuando todo se encaminaba a su realización.
La historia podría comenzar a contarse a mediados del siglo XVIII, más precisamente en el año 1748, cuando el explorador y misionero de la Compañía de Jesús, José Cardiel, se encuentra con la desembocadura de un arroyo, al que bautizó con el nombre de Ascensión. Ese arroyo no era otro que el arroyo Claromecó.
Tuvieron que pasar casi 100 años para que las tierras que actualmente ocupa el balneario, fueran adjudicadas por el sistema de merced para la cría de ganado en 1830 y con el paso del tiempo, cedidas en enfiteusis a los primeros hacendados que fueron poblando aquella zona, allá por 1836.
Posteriormente Juan Bellocq adquirió la mayor parte de ellas y fundó la estancia "San Francisco". Tras su muerte, los hijos heredaron las tierras y comenzaron a promocionar lo que llamaban "el rincón de Claromecó". Velozmente se convirtió en el sitio buscado por los lugareños para disfrutar de los veranos y las primeras casas de la villa comenzaron a edificarse hacia 1910.
En 1919 la familia Bellocq, teniendo en cuenta la importancia que había adquirido el lugar como centro balneario, propuso al Gobierno de Buenos Aires la formación del Balneario Claromecó y propuso como encargado de la mensura al ingeniero Arsenio Bergallo.
Claromecó fue fundado oficialmente el 9 de noviembre de 1920.
Fue en el año 1925 cuando un grupo de vecinos con visión de progreso previendo un futuro promisorio para la zona de Tres Arroyos, por su lógica importancia agrícola, comenzaron a buscar una salida al mar para poder embarcar y comercializar los productos de la zona y a su vez explotar de una mejor manera la pesca y el turismo del lugar.
Modernizar Claromecó era la tarea, y para eso, la familia Bellocq, encargó al entonces prestigioso arquitecto Jorge Bunge, el estudio y el trazado urbanístico que fuera todo un plan a desarrollar en tiempo breve para impulsar a la creación del balneario. Ese proyecto demandó tres años, desde 1925 a 1928.
El proyecto que presentó el arquitecto Bunge, comprendía, entre otras cosas y de acuerdo a los diseños urbanísticos de la época: plantación de árboles, fijación de médanos o arenales, instalación de usina eléctrica, construcción de un hotel con 250 habitaciones, estación ferroviaria con una rambla de 500 metros de frente sobre el mar, un muelle de mediano y gran cabotaje para pesca y carga de cereales y ganados, una iglesia, casas de vivienda, cancha de golf, escuela y calles pavimentadas, etc.
En los cálculos entraba la previsión de tener los trabajos terminados en un período de 18 meses principalmente se buscaba que coincidieran con la finalización del ramal ferroviario que se estaba gestionando `interregno”, por los señores Bellocq con el Ferrocarril del Sur y cuya iniciación se preveía para finales del año 1929.
El progreso en aquellos años, llevaba el nombre de "Ferrocarril", medio de transporte capaz de unir nuevos horizontes, y la familia Bellocq se dedicó a la difícil tarea de conseguir la llegada del tren a Claromecó, por considerar indispensable que la línea férrea era el cordón umbilical que uniría al balneario con los centros urbanos más importantes del país.
Ello demandó iniciar las gestiones con la empresa del Ferrocarril del Sur para que se construyera un ramal ferroviario que partiría de la ciudad de Tres Arroyos a Claromecó, que de concretarse favorecería la incipiente industria pesquera como así también impulsaría el balneario como centro turístico y de expansión veraniega de la cual se venía disfrutando ya desde algunos años atrás.
Promediando el año 1928, tanto las tareas del señor Bunge, como las gestiones de los señores de Bellocq con el Ferrocarril del Sur, habían llegado al punto de su culminación; Bunge tenía hecho un plan completo para poner en práctica y que fue aprobado por la empresa ferroviaria en Buenos Aires y su consejo de Londres a través de las gestiones realizadas por los señores de Bellocq, habiéndose comprometido la compañía a inaugurar los servicios ferroviarios a Claromecó para fines del año 1929 previa constitución de una Sociedad Anónima de la que participaría el Ferrocarril del Sur con aporte de dinero y la construcción del ramal ferroviario, los señores de Bellocq con las tierras y contándose además con la intervención del vecindario tresarroyense, como posibles accionistas.
Por su parte los Bellocq, fundan la sociedad anónima para la explotación del ferrocarril, cuyo directorio estaría presidido por don Carlos Bellocq e integrado por el señor Guillermo White en representación del Ferrocarril del Sur, y por don Ramón L. Oliveira Cezar quien sería el gerente general, y que, junto a Bunge sería parte de la organización que pondría en práctica la ejecución del balneario.
Todo estaba hecho, todo estaba pronto a ejecutarse pero todos los proyectos, todas las gestiones, todo el esfuerzo de las personas que intervinieron en los planes de creación del balneario, cayeron poco tiempo después en el abandono más absoluto, sin que se puedan establecer aún las causas.
El arquitecto Bunge, una vez fracasadas las iniciativas del Balneario Claromecó y con las experiencias obtenidas en su estudio, se lanzó a la creación del Balneario PINAMAR, del cual fue fundador, logrando de esta manera plasmar su sueño ideado para nuestra zona.
Pero... no todo se quedó en el olvido, y Claromecó comenzó a crecer, sin coordinación gubernamental pero bajo la iniciativa individual de los tresarroyenses que adoptaron la villa como su lugar de veraneo y descanso.
Sin puertos y sin trenes, con el paso de los años, Claromecó dejó al descubierto su inigualable belleza, apuntalado en la extensión incomparable de sus playas.
Pasito a pasito, año tras año, fue creciendo sin perder nunca su magia natural, sus encantos propios de villa, sus particularidades de pueblo.
Las 24 horas de la Corvina Negra, le otorgaron prestigio Nacional, de punta a punta del país llegan visitantes que regresan y recomiendan y disfrutan y quieren quedarse.
Por un incomprensible sortilegio, por diferentes y extraños motivos Claromecó se te mete en el corazón. Quien alguna vez pasó por sus playas, a la corta o a la larga, siempre desea volver.
Claromecó cumple 100 años, nuestro viejo, querido y mágico Claromecó, privilegio de los tresarroyenses y nostalgia de los que siempre añoran regresar.