A principios de año, una pareja de vecinos de Winifreda, una localidad pampeana ubicada a 40 kilómetros al norte de Santa Rosa, iniciaron las gestiones ante la Municipalidad para conseguir que les hicieran un contrato de comodato del predio de la Escuela N° 214 del Lote XII, cerrada desde hacía tiempo por falta de matrícula, para desarrollar allí un emprendimiento hortícola.
Como la escuela, ubicada a unos 20 kilómetros al noroeste de la localidad, estaba deshabitada y para evitar que las instalaciones se deterioraran, tanto la intendenta Adriana García como el vecino Rubén Soncini, ex alumno de la institución y productor agropecuario de la zona rural, los alentaron y ayudaron para que finalmente pudieran firmar el contrato por cuatro años con el municipio.
La familia se hizo cargo del predio en abril, en plena pandemia de coronavirus, lo que fue recibido con satisfacción por los chacareros de la zona dado que siempre temieron que el lugar fuera usurpado, según publicó el portal local InfoWini.
Fue así que Carina García junto a su esposo, Emilio Navarro, y sus hijos Emanuel y Nahuel, transformaron el predio de la escuela rural en el que armaron una huerta orgánica y comenzaron con el cultivo de frutillas, cuya producción ya comercializan en negocios locales con un nombre que homenajea al ex establecimiento educativo: “Frutilla 214, Lote XII”.
García recordó que aprendió todas las fases del manejo del cultivo mirando videos en Youtube. “En julio pusimos las primeras 300 plantas que dieron sus primeros frutos en octubre. Como eran chiquitos, los consumimos nosotros hasta que empezaron a largar los más grandes. Hoy están completamente desarrolladas y en plena producción. Y en septiembre plantamos otras 300 que ya están largando los primeros frutos”, contó.
El emprendimiento utiliza una superficie de 70 metros de largo por 10 metros de ancho y las plantas provienen de Escobar, provincia de Buenos Aires, pero la vecina las compra en un vivero de Santa Rosa.
Asesorados por la ingeniera agrónoma Fernanda Paulino, quien les propuso producir alimentos sanos y ecológicos, la emprendedora relató que “a las plantas de frutillas les aplicamos un fungicida para curarlas de los honguitos y nada más. Y mantengo la tierra bien húmeda para combatir al pulgón. Para eso instalamos riego por goteo aprovechando que había una perforación y el agua es de muy buena calidad”, dijo.
Los lomos de tierra fueron recubiertos con un polietileno blanco para el control de malezas, la conservación de la humedad y mantener la fruta limpia, entre otras características.
Actualmente, García vende su producción en bandejas de medio kilo en negocios y en domicilios particulares, con frutos que pesan entre 25 y 50 gramos cada uno, y contó que los clientes quedaron encantados con el producto y que la demanda es constante, “los comentarios que recibo en Facebook son espectaculares”, afirmó.
Con vistas al futuro, la emprendedora apunta a expandir su producción de frutillas a 1200 ejemplares. Sabiendo que cada planta tiene una vida útil de dos años, ya está formando “hijos” para ir renovándolas, cortando las guías o estolones y colocándolas en macetas para luego plantarlas en las camas de tierra.
Otro espacio del predio está reservado para la huerta, en donde plantaron vegetales y hortalizas de todas las variedades, gran parte para el autoconsumo y el resto para ser comercializada en la localidad.
Mientras la actividad principal de Navarro es la apicultura, que comparte con su hijo Nahuel, la familia vive en el edificio escolar, que es mantenido por ellos, donde dos de las antiguas aulas son habitaciones, además de la cocina y el baño, con luz eléctrica y televisión satelital.
Por último, la vecina, que invierte dos horas diarias al riego manual de todas las producciones orgánicas, expresó que “estamos muy contentos y queremos agradecer a todos los que hicieron posible que nos cedieran el espacio para que lo trabajemos”, dijo, orgullosa.