En el Departamento Gobernador Dupuy, bien al sur de la provincia de San Luis, Anchorena se yergue como un atractivo turístico que promete hacer viajar en el tiempo a propios y extraños.
Con sus antiguas casonas y sus gigantescas arboledas, esta localidad del sudeste puntano invita a disfrutar de su tranquilidad y sus variados paisajes.
La historia de Anchorena y algunas de sus imágenes en blanco y negro
Este pequeño poblado del sur puntano fue fundado, por la Ley N° 14, el 25 de julio de 1902.
En aquel año, y durante el gobierno de Narciso Gutiérrez, el Dr. Juan Esteban Anchorena y su hermana Josefa Anchorena de Madariaga, cederían unas 5 mil hectáreas de campo destinadas a la colonización y fundación de la localidad.
El primer poblador de Anchorena fue Don José Severo Albornoz quien tomó posesión de la chacra N° 12 el 4 de agosto de 1902.
Esta localidad, además, se sitúa a una altitud media de 306 metros sobre el nivel del mar y cuenta con unos 631 habitantes (según el Censo del Indec del año 2010).
¿Cómo llegar y qué se puede hacer en Anchorena, San Luis?
La localidad se ubica en una región de llanos y lagunas. A través de la Ruta Provincial 55, se puede acceder a este lugar que expone bellos y diversos paisajes.
La tranquilidad de sus panorámicas invita al descanso y la contemplación, pero también a la realización de algunas actividades recreativas al aire libre.
La zona mezcla relieves y planicies, pequeños lagos, colinas y arenales. Entre las propuestas, los safaris fotográficos son la una de las actividades preferidas por los visitantes que deciden capturar las disímiles imágenes que ofrece la naturaleza.
Además, la multiplicidad de especies animales y vegetales autóctonas se conforman como otro de sus atractivos:
Se pueden observar a los Venados de las Pampas, animal declarado “Monumento natural” de la provincia, en su hábitat.
Historia: La maldición de Anchorena en la década de 1930
Cenizas, plagas, sequías, vientos y médanos hicieron perder la mitad de su valor a los campos de la región por más de una década, según detalla una investigación de la profesora de Historia, Adriana Annecchini.
Este trabajo, ganador del concurso “Historias de mi pueblo y de su gente”, en 2017, cuenta la “maldición” que sufrió esta tierra cuando apenas tenía tres décadas de fundación.
“Todo comenzó con los recuerdos de niña que a menudo venían a mi mente de los relatos que me contaba mi abuela, Remedios de Bausa, que fue una mujer guerrera y positiva ante las adversidades que la vida le presentó”, comienza relatándose esta historia.
“Sin embargo cada tanto sentía un dejo de tristeza en su voz cuando ella recordaba los años ‘30. Lo mismo ocurría entre los relatos de los antiguos pobladores. Con el paso de los años, ya desde la mirada de historiadora entendí el pesar de los testigos y pensé que sí, posiblemente esos años hayan sido los más tristes en la historia de la localidad”, señala la autora nacida y criada en Anchorena.
El Volcán que oscureció a Anchorena en 1932
El domingo 22 de abril de 1932, el amanecer en Anchorena no aclaraba. Había entrado en erupción el volcán El Descabezado, en Chile, a la altura de Malargüe, Mendoza, y las cenizas opacaban el cielo del sur puntano.
“Diversos relatos dan cuenta del dramatismo que representó para quienes veían caer constantemente ese polvo blanco que los aterraba, porque no sabían que era ni de dónde provenía”, detalla Annecchini en su trabajo.
“Durante la tarde anterior escucharon un fuerte ruido como de trueno. Luego, en el transcurso de la noche comenzó a caer ceniza…
Tuvieron que tener los faroles encendidos todo el día y sacarlas (la ceniza) con palas de los techos, por miedo a que se hundieran, o que si llovía se convirtiera en una especie de cemento, ya que llegó a acumularse hasta 30 cm de espesor de un polvo blanco y fino, como un talco…
No se podía andar a caballo porque volaba cuando pisaban, cuando se levantaba la ceniza todos tosían, eso duró muchos días, las afecciones respiratorias fueron frecuentes, así también la irritación en los ojos”, detalla la investigación.
Además, “los autos de la época, al no tener filtro, fundían los motores. Las vacas y las ovejas comenzaron a morir”, describe la profesora, quien cuenta que durante décadas esa ceniza fue utilizada para limpiar vajillas.
Sequía, vientos y plagas: La maldición de Anchorena en los años ‘30
Desde 1929 hasta 1937, las sequías, los fuertes vientos y las plagas de langostas se sumaron a la “maldición” de Anchorena.
“El pasto puna reseco en los años de sequía, junto al bosque de caldén resinoso fueron favorables para los incendios, que no solo mataron animales, sino que arruinaron casas y alambrados”, asegura la investigación.
“Los vientos casi constantes, causaron la voladura de suelos, dando origen a tormentas de tierra que cubrían los campos, alambrados, caminos y animales. Las ovejas que se echaban no se levantaban más porque las tapaba la tierra…
Son dolorosos los relatos de los vecinos, contando que vivían con bolsas mojadas debajo de las puertas, y dormían con la cabeza tapada para que el polvo no los asfixiara…
A la mañana salían por la ventana, para con palas sacar la tierra acumulada en la puerta, contaba en sus memorias don Narciso Cabada, otro vecino de Anchorena”, relata parte de esta extensa investigación.
Arizona, un pueblo con historia
“En los años 30 todo se derrumbó. Para muchos pioneros fue el fin de la ilusión de Anchorena, un lugar prometedor. Soñaron con otros sueños en el mismo lugar, y se quedaron, como lo hicieron mis abuelos, a los que tal vez de tanto soñarlo, la vida se los cumplió…
Otros, la mayoría, partieron en busca de nuevas quimeras promisorias en distintos lugares. Despoblándose considerablemente, de tal manera que nunca más volvió a recusar esa cantidad de población y, por ende, perdió instituciones públicas y privadas. ¡Malditos años 30!”, destaca el capítulo sobre la maldición del pueblo en aquellos años.
Aun así, a la luz de aquellas adversidades, hoy Anchorena se yergue como una de las localidades del sur que ofrece un viaje en el tiempo y una rica historia para sus visitantes.