Podria haber sido el destino de un viejo marinero cualquiera. De grumete a capitán mercante, recorrió todas y cada una de las instancias en que la transportación de mercaderías a través de los mares componían la actividad fundamental del comercio mundial. Nacido en febrero de 1844 en Canadá, dicen que desde muy mozo tenía como manía por la construcción de barcos y embarcaciones. Cuando tenia una decena de años apenas improvisó una balsa con maderos, latas y algunos correajes…por supuesto que la navegación no duró mas que unos pocos metros insuficientes y sufribles. Pero la raíz estaba echada.
Hong Kong, Buena Esperanza, Buenos Aires, Londres, Marruecos, Islas Salomón, Sumatra y el lugar remoto que uno pueda hacer cruzar por su mente fue transitado de una u otra forma por Slocum, soportando vientos, tifones, rebeliones a bordo y cada peripecia propia de la vida naval. Como será la diversidad de sus millas que la célebre explosión del volcán Krakatoa lo encontró frente a esas mismas costas, utilizando toda su pericia para lograr evacuar su buque de la zona de peligro.
Estuvo 2 veces por el Río de la Plata. En una de ellas llegó hasta el puerto mismo de Buenos Aires, donde una epidemia de cólera multiplicaba las muertes atroces por centenas. Pero en otra ocasión (y como tantas otras veces acompañado de toda su familia) bordeaba las costas del Brasil con rumbo a Buenos Aires transportando algunas mercaderías que le permitieran recuperar la inversión que habían hecho al construir el barco. Famélicos, cansados pero unidos sorteaban de a poco las vicisitudes del viaje. En eso andaban llegando a la desembocadura del Plata cuando su esposa Virginia comienza a sentir los embates de las enfermedades y las desesperanzas.
Por cierto, esa bella morena delgada de apenas treinta y cuatro años parecía querer doblegarse más que un junco cuando las olas golpeaban los maderos, las velas se reventaban de hinchazón y las monedas escaseaban por doquier. Yo no sé si eso será también el destino del marinero o simplemente la maldita suerte pero Virginia Slocum dejó de doblarse porque se quebró, una mañana de julio de 1874 cuando aún quedaban varias millas para llegar a Buenos Aires y contar con algún médico. Sencillamente, se murió en el mar. Dicen que a partir de ese momento aquel viejo capitán nunca navegó como antes, pero seguro que son habladurías indecentes.
Y así podría justamente haber sintetizado las historias de los cuentos y narraciones de navegantes, sentado con una pipa y bebiendo alcohol en bares somnolientos y contando sus aventuras a quien se díganse escucharlo. Pero esas son cosas justamente de los cuentos y con normalidad se ubican en las antípodas de las realidades.
Porque finalizando el Siglo XIX los antiguos barcos de maderas y velamen frondoso desaparecían inexorablemente frente al metal y al vapor, llamados estos a dominar las aguas maximizando los plazos, aumentando las economías y olvidando en letanías las aventuras y proezas navales.
En ese entorno Slocum pasaba a ser lentamente un desocupado de su actividad y lo que es peor, un expulsado del círculo laboral por tratarse de un veterano en años y estrategias. Triste destino el de los profetas anónimos, peregrinar sus ilusiones pasadas y sus hechos entintados de héroe en un mundo de las indiferencias y masividades. Así eran las cosas para él, contrastando de a poco su realidad con la ilusión de los grandes cuentos.
Pero claro, los capitanes son de los barcos y de las aguas y aquel avejentado caballero de las anclas (contaba con 49 años) un día de 1893 recibió de un antiguo amigo viejo la mejor de las bendiciones: una barcaza destartalada y endeble , que apenas se mantenía a flote. Nuestro Capitán la bautizó de inmediato: Espuma (o Spray) y manos a la obra se propuso la restauración de aquellos deshechos.
Dicen que las labores manuales ayudan a la reflexión y a la comprensión de las cosas. Que las ocupaciones prácticas suelen templar algunos desatinos y que las actividades prácticas son liberatorias. Vaya uno a saber todas esas sencillas ciencias pero la verdad es que Slocum vislumbró su norte: dar la vuelta al mundo en solitario. La verdad, varios navegantes lo habían logrado pero en bracos y buques de gran porte con tripulaciones enormes y abocadas. Pero…¿en solitario?
El 25 de Abril de 1895 terminó de aprovisionarse, repasar los cordeles, templar las velas, mirar su reloj (era el único instrumental que llevaba) y finalmente levar el ancla. Dice Joseph Conrad que no se trata de subir, levantar o izar…el ancla se leva. Lo cierto es que Slocum se lanzó desde la costa de Estados Unidos hasta Europa, con el plan de cargar agua y volver a cruzar el Atlántico esta vez hacia las costas sudamericanas. En eso anduvo, tocando puertas y puertos, reparando como podía su embarcación, dando charlas explicativas, vacunando nativos o vendiendo baratijas con el único trazado norte de cumplir su locura. Bueno, tal vez los adjetivos resulten muy subjetivos pues locura, sueño, ambición, deseo en definitiva…¿Qué mas da en medio del océano?
El entorno de la noticia Joshua Slocum: fue el primer hombre en circunnavegar el planeta en solitario. Nacio en 1844 y fallecio en 1909.
SERIE: Historias elementales de marineros, navegantes, pescadores y otros seres universales: Serie realizada en exclusiva para Diario UNO a partir de la documentación obrante en diferentes reservorios (Archivo General de la Nación, Biblioteca Nacional de la República Argentina, Archivo General de la Provincia de Entre Ríos, Archivo Histórico Patrimonial de Valparaíso y otros).