Pablo (22 años), quien la viene rompiendo en River, y Santiago (25), a quien apodan “Maluma” o “Chino” y esperará ingresar desde el banco de Defensa y Justica este sábado, podrán cumplir lo que en la infancia imaginaron alguna vez: enfrentarse en Primera.
Ellos crecieron en Arizona, San Luis, y en cada potrero que rodara una pelota imaginaron jugadas y situación simulando estar en el Millonario. Crecieron con la herencia de su padre de seguir y alentar a la Banda y la posición de ataque.
“Los dos elegíamos jugadores ofensivos porque, como mi papá era 9, nos ilusionábamos con ser delanteros”, contó el delantero del Halcón. Entonces, “cuando jugábamos a la pelota con Pablo en el pueblo, decíamos que éramos como el chileno Salas y el Muñeco Gallardo”.
Gallinas de sangre
El duelo de hermanos este sábado en el Monumental será una anécdota aparte y vistosa, ya que los hermanos puntanos palpitan un partido en el que se los espera ver enfrentados, sintiendo en sus venas un sentido de pertenencia aunque -para Santiago- imposible de manifestar.
Se espera que sea una tarde inolvidable para quienes recibieron nombres de reconocidos jugadores de fútbol, por parte de papá Víctor: el mayor recibió el nombre de Santiago por el Indiecito, y para el menor, pensaron en Aimar a la hora de nombrarlo.
Incluso, un tercer hermano, se llama igual que el “Pelado” Almeyda, Matías Jesús, lo cual cae de maduro que su padre era un fanático de aquel equipo de fines de los ‘90. Mientras que el cuarto hermano, Mateo, es la única oveja negra de la familia y se hizo hincha de Boca, según contó ‘Maluma’.
Imaginar ser rivales
“Jugar contra Pablo es un sueño”, admitió el mayor de los hermanos, en una nota con Olé.
La primera vez que imaginaron que “nos podíamos enfrentar fue cuando él estaba en Colo Colo” expresó Santiago. “En ese momento existió una posibilidad porque pude haber ido a jugar al fútbol chileno, pero finalmente no se dio”, recordó el extremo de 25 años, que al igual que Pablo comenzaron a jugar al fútbol en las infantiles de General Pico para luego dar el salto en Vélez.
“Los dos nos fuimos de chicos del pueblo, extrañamos bastante, pero queríamos ser futbolistas. Allá no tenés las mismas comodidades que en Capital. Aprendimos mucho de mis padres. Mi mamá nos inculcó el estudio, es la directora del colegio y siempre nos exigió en ese sentido”, manifestó Santi, sobre esa infancia en su pueblo de poco más de mil habitantes.
Y contó que si bien no tenían indumentaria adecuada para entrenarse, se las rebuscaban y corrían por las calles para mantenerse en forma paralela a las prácticas con las Infantiles del club pampeano.
El crecimiento en el fútbol nacional
El destino en el fútbol tomó bifurcaciones. Pablo se fue a las inferiores de Talleres de Córdoba a los 13 años, luego de ser rechazado en las inferiores de River. Mientras que Santiago se fue a Vélez, Santiago continuando su camino y adaptándose a la pensión y compartiendo con la categoría 98 con Nico Domínguez y Gianluca Mancuso.
Luego se fue a la Primera Nacional, vistiendo camisetas como Juventud Unida de Gualeguaychú, Atlanta e Independiente Rivadavia, donde se mostró en los equipos de Primera y Defensa, ni lento ni perezoso, fue en busca de él para contratarlo.
Y si bien mañana buscará entrar y hacerle goles a River, Santiago sabe que el profesionalismo es lo que cale ahora, dejando de lago su fanatismo por el Millo.
“Me peleo por River, ja, ja. Me peleo bien, igual, eh. Pero siempre fui muy de vivir intensamente los partidos”, admitió a Olé, evitando opinar sobre lo que experimentará en esta fecha en el Monumental. Y aclaró: “Hay que intentar dejar el fanatismo de lado y enfocarse en que te tiene que ir bien. Así, después, se disfruta de otra manera”.
Hoy, a punto de cruzarse en bandos diferentes, los hermanos no aplicarán en esta ocasión la ley del Martín Fierro. Lo soñaron.
Adentro de la cancha, serán rivales y buscarán la victoria de sus respectivos equipos.