Quienes caminan por la peatonal del centro de Córdoba suelen detenerse unos minutos ante una imagen que rompe con la rutina del tránsito apurado. Entre comercios y conversaciones cruzadas, Mariana se mueve al ritmo del tango junto a Amancio, un muñeco de aspecto realista que oficia de pareja de baile. Algunos miran con curiosidad, otros sacan fotos, otros simplemente se quedan observando en silencio. La escena, repetida varias veces por semana, ya forma parte del paisaje urbano.
Mariana tiene más de 20 años de trayectoria en el baile y una extensa experiencia en el espacio público. Antes de instalarse en Córdoba, recorrió plazas, veredas y andenes de subte en la ciudad de Buenos Aires, donde solía bailar sola como una forma de invitar al encuentro. “Era como una excusa linda bailar sola o para bailar con todos quienes quisieran”, contó a Vía Córdoba.
Una necesidad nacida en la postpandemia
La incorporación de Amancio no fue una decisión estética ni una estrategia pensada de antemano. Surgió como respuesta a un contexto específico: el regreso a la calle después de la pandemia. “La idea de bailar con Amancio surgió pospandemia. Antes yo bailaba sola, sin pareja alguna, entre la arquitectura porteña de los espacios públicos”, relató.
En Córdoba, el ruido, el movimiento y la exposición del espacio urbano se le hicieron más difíciles de transitar. En ese proceso, apareció la necesidad de contar con una compañía que le permitiera sostener la práctica artística y, al mismo tiempo, recuperar el vínculo con el público. Así nació la idea del muñeco como compañero estable, siempre dispuesto.
La creación de un milonguero a medida
Amancio no es un objeto genérico ni improvisado. Fue encargado especialmente a una artesana de San Marcos Paz, en la provincia de Buenos Aires, con indicaciones precisas. Mariana buscaba un muñeco que no pareciera inanimado, sino un verdadero milonguero nocturno.
Para definir su fisonomía, aportó referencias concretas. “Le dije: ‘Mezclame dos ideas de hombres que me gustan mucho para que tengas como referencia. Mezclame a Dolina con Diego Peretti’. Y ahí quedó Amancio”, relató. El resultado es una figura que despierta empatía inmediata y refuerza la ilusión del baile compartido.
El arte como refugio y sustento cotidiano
Más allá del impacto visual, la presencia de Mariana en la peatonal responde a una filosofía de vida. Bailar en la calle es, para ella, una forma de conexión humana y también un modo de subsistencia. “Disfruto de conectar fundamentalmente desde un lado verdadero, humano y tanguero con el entorno”, afirmó.
Ese intercambio cotidiano con un público diverso (vecinos, turistas, trabajadores) fue clave para atravesar momentos de desánimo y reconstruir el vínculo con la ciudad. El objetivo no es el espectáculo grandilocuente, sino la constancia del gesto.
Al final del día, la medida del éxito es sencilla. Mariana lo resume sin vueltas: la felicidad está “en hacer algo que nos guste mucho y trayendo a la casa un plato de comida para la familia”. En la peatonal cordobesa, entre pasos apurados y miradas curiosas, el tango deja de ser solo una expresión artística para convertirse en una forma concreta de estar y sostenerse en el mundo.





























