Por Fabricio Esperanza
Contar con la posibilidad del llamado “margen de error” es algo preciado en cualquier trabajo. Que una persona pueda equivocarse y volver a empezar la tarea que estaba realizando hasta que salga bien, siempre es bienvenido porque brinda tranquilidad. Una tranquilidad que sin embargo no todos tienen.
Hay ciertas actividades en los que un error se puede pagar muy caro, y en una particularmente, el yerro queda grabado de por vida. Literal. Mariano Abilar es un reconocido tatuador oriundo de Chilecito, La Rioja, pero que desde hace tiempo desarrolla su arte en Córdoba.
Especialista de una técnica que se llama dotwork o puntillismo, le contó a Día a Día cómo es el proceso para llegar a ser bueno con la tinta y la aguja, sin incrustar manchones en los clientes en ese intento.
–¿Cómo llegaste a este mundo?
–Siempre me gustó dibujar, desde chico, y también de chico me interesaron los tatuajes, pero es muy difícil largarse en esto, a tal punto que en un momento hasta se me fueron las ganas. Por cuestiones de la vida me fui a México tres años y conocí a una chica que tatuaba en una técnica que se llama handwork, o sea trabajo a mano, un laburo más artesanal, sin máquina. Y ella me fue tirando algunos consejos que me animaron nuevamente.
–En el tatuaje no se puede fallar. ¿Cómo se comienza a laburar sobre la piel?
–Es cierto eso. Hay algunos métodos previos que no sé si sirven del todo porque la piel es única. Se suelen utilizar pieles sintéticas, piel de animales, he visto probar sobre frutas para ir sintiéndose cómodo. Lo mío no fue así: yo empecé en mí. Los primeros tatuajes me los hice a mí mismo.
–Fuiste tu propio conejillo de indias...
–Totalmente. Es un punto que creo importante, largar en uno, pero largar. Y por supuesto que a medida que vas trabajando se va perfeccionando el acabado, pero con alguien hay que empezar ¡jajaja! No sabés, en mis primeros tatuajes con otras personas transpiraba litros de los nervios, hasta que te vas soltando.
–¿Y después de vos, con quién seguiste?
–Mis primeros tatuados siempre supieron que con ellos estaba arrancando, porque fueron amigos míos. Pasó que ellos veían mis dibujos y me decían que cuando me animara, ellos se ponían. Y así fue, se me vinieron regalados. Gracias a Dios no tuve ningún reproche.
–¿Cuando un trabajo sale mal o no le gustó al cliente cómo se arregla?
–A mí nunca me pasó. Lo más complicado de trabajar son las líneas y a veces se te puede ir alguna y hay que improvisar, arreglarlo dentro de la misma imagen. Sí es común que venga gente y te pida tapar cosas viejas que se hicieron hace muchos años
–Algunos se tatúan zonas del cuerpo como los genitales. ¿Te tocó un pedido así?
–Recuerdo una chica que me pidió una imagen entre los dos pechos, por ejemplo, muchos se tatúan la zona de los glúteos también. Te soy sincero, y volviendo al tema de que no hay margen de error, en cualquier laburo que te piden sólo te concentrás en que te salga como el cliente lo quiere. Por supuesto que hay que generar un contexto en el que ambos estemos cómodos.
–Contá sobre algún diseño extraño que te hayan pedido.
–Hay de todo, pero suelo ser bastante selectivo con la elección de los pedidos. Me impactó mucho una chica jovencita que me pidió una ametralladora. Te preguntás cómo será la vida de esa chica para querer tatuarse una AK 47. Hasta hice algo que no hago por lo general, le pregunté si estaba segura.
–¿Lo más difícil de este trabajo?
–Para mí es la parte del diseño. Yo trabajo mucho con pedidos específicos, no tengo catálogo. Es gente que viene con una idea y me pide que la baje a un diseño. Interpretar esa idea es complicado, yo suelo reunirme previamente con el cliente y charlamos sobre lo que pretende. Es un desafío importante.
–Terminemos con anécdotas...
–Uhh, una vez casi me infarto. Un flaco amigo me pidió un trabajo grande, de hombro a hombro, un paisaje selvático con animales y encima era su primer tatuaje. Me había puesto los guantes y alcancé a apoyarle le mano en la espalda, cuando se desplomó en el piso. No reaccionaba y me empecé a desesperar, le di cachetadas, lo sacudí, lo acosté y le levanté las piernas, hasta que en un momento se despertó. “Perdón, no te dije que me da impresión y me desmayo”, me dijo. Casi me muero yo esa vez, pero al final se hizo el diseño, desmayo de por medio.