El poder del lenguaje. La herramienta básica para la comunicación. ¿Será posible un mundo sin palabras? No. Pero hay personas que, sin decir nada, son capaces de contar mucho. Ahí aparece Omar Fernández, mimo de profesión. Hablamos con él porque los domingos 11 y 25 de junio estará con MIMOjiganga, en el Centro Cultural Córdoba (Poeta Lugones 401). Pero también para conocer lo que significa ser mimo hoy.
Para esta charla apelamos al Omar de cara lavada, porque el Omar de cara pintada no habla. Obvio. Explica que se trata de una obra de mimo clásico, apuntada a los chicos, pero con guiños a toda la familia: “Son varios cuadros, independientes uno de otro, en los que el personaje tiene que hacer cosas rutinarias y sencillas, pero que se van complicando. Y cada cosa se le vuelve un mundo. Es muy divertido y con mucha participación del público”.
¿A qué se debe el nombre de la obra? De la combinación de las palabras Mimo y mojiganga. “Es una palabra antigua, una obra teatral breve, cómica y, por lo general, ridícula. Ya no se usa más la expresión. Jugué con la palabra para recuperar un poco la historia del teatro”, contó Omar.
–¿Cómo decidiste ser mimo?
–De chico siempre dije que quería ser actor de cine. Y me decían que había que estudiar teatro, que no sabía lo que era. En el colegio vimos una obra y me encantó. Empecé a estudiar teatro y me enteré de unos talleres de mimo. Fui y me di cuenta que tenía facilidad, como algo natural. Hacía teatro de texto, por un lado, pero también lo de mimo porque laboralmente me convenía por los eventos”.
–¿Es un arte en desuso?
–Parece que sí. Sin embargo, la relación que se da con el público al no usar la palabra es mágica y muy fuerte. Uno se relaciona continuamente con la palabra. Tan es así que por ahí estás escuchando, pero mirando para otro lado. En cambio, al mimo le tenés que prestar atención; no te queda otra. Eso es lo que lo alimenta y lo hace seguir vivo. Es muy difícil, dentro de toda la oferta que hay, ganarse un espacio. La cantidad de obras de teatro que hay en Córdoba es solo superada por Buenos Aires, que tiene muchísimos más habitantes. Acá hay 50 espectáculos de teatro independiente por fin de semana. En otras provincias eso no pasa. Y en semejante cartelera es como que el mimo se pierde un poco. Pero tiene que ver con modas; hoy están los clowns. Igual, el mimo sigue vivo por fuerza propia, por la energía que implica el silencio.
–¿Es más fuerte la relación con los chicos o con los grandes?
–Me pasa muchas veces que es más fuerte la relación con el público grande, que con los chicos. Pasa que al chico, si no lo enganchás de arranque, se pone a caminar. El grande se engancha de una manera hermosa y participa mucho. En varias funciones ocurre que la gente espera para agradecer y eso es algo que me conmueve. Es hermoso. No es por contármela; es lo que sucede. Y me encanta.
–¿De qué se nutre el mimo?
–Me gusta el arte en general. Me defiendo bastante bien dibujando e intenté tocar la guitarra no sé cuántas veces. Y debo haber sacado dos temas en 50 años. ¡Y mal! En cambio, el mimo me brota, me sale, es como que físicamente hubiera venido predispuesto a eso. Uno puede aprender un montón de cosas, pero tiene facilidad para algunas y, para otras, no. Muchas de las cosas salen de jugar, de improvisar. O si no, son ideas que se me ocurren y después las trabajo. Pero ese camino me cuesta un poco más.
–El mimo está catalogado como artista callejero. ¿Es un prejuicio?
–Estamos más acostumbrados a verlo en la calle que en las salas. Lucho mucho contra eso; que no es sólo para la calle, sino también para las salas. Y también que no es sólo para chicos, sino también para los grandes. Uno intenta vivir de la actuación y te llaman para eventos, Fiestas de 15, casamientos... Bárbaro; hay que pagar la olla y el alquiler. Pero el mimo no puede ser solo para eso. Lamentablemente, en la calle la cosa se degenera un poco. Hay algunos colegas que son geniales, pero también están los otros que no son mimos y les parece que es fácil. Se pintan la cara y bastardean el oficio haciendo lo que creen que es un mimo. Quiero que el mimo vuelva más al teatro. Sería genial que no se catalogue al mimo como sólo un artista callejero o de eventos.
–¿Hay posibilidades de desarrollar al mimo o queda estacando siempre dentro de una misma fórmula?
–No hay techo. El mimo no solo es hacer la pared, objetos imaginarios o la soga. Eso es como que serían sólo tres cartas de un mazo de 50. No tiene techo. Como en todas las artes, va apareciendo gente nueva y joven que va renovando. Tengo una compañera con la que estudiamos juntos mimo, Florencia Ávila, que se fue a Francia a estudiar con Marcel Marceau. Ella está trabajando allá de mimo y le va muy bien. Es cuestión de ponerse, de investigar. No está todo inventado. Mirá el tango; pensaban que ya estaba todo y resulta que vino Piazzolla y le voló la cabeza a todo el mundo.