Yanina Mendoza: vencer al cáncer y morir por motochoros

Por Alejo Gómez. Tenía 32 años y era madre de un adolescente que criaba en su barrio de toda la vida, Yofre Sur. Hace un año la mataron cuando iba a la carnicería. Al que le hizo esto le deseo que nunca pierda un hijo, porque no tiene idea de lo que se siente, dice su mamá.

Yanina Mendoza: vencer al cáncer y morir por motochoros
Despuu00e9s del crimen, en Yofre Sur hubo una multitudinaria marcha para exigir seguridad.

Desde que pasó todo, Raquel soñó sólo una vez con su hija Yanina. Se lo acuerda bien: alguien –un ser espectral, una figura rara- golpea la puerta y cuando ella abre Yanina está parada en el marco. Raquel grita su nombre y la abraza. Le da el beso que no pudo darle aquella noche del 14 de mayo de 2016, cuando la vio tirada en la esquina de su casa, en barrio Yofre Sur, con un disparo en la cabeza. Los motochoros ya estaban a muchas cuadras, o a pocas, da igual porque la oscuridad era completa.

Según el valor que cada quien le dé a los sueños, ese beso de despedida fue real o quedó pendiente.

En la práctica, en el mundo tangible, se cumple un año desde que Yanina Mendoza, una chica de 32 años, madre de un adolescente, fue asesinada por delincuentes que le robaron la billetera y el celular.

Iba a juntarse a comer lomitos con su novio y fue a la carnicería cuando los motochoros frenaron a su lado.

No había tenido una vida fácil Yanina. Su mamá, Raquel Céliz, sabe de esas dificultades: esta mujer, que a sus 69 años sigue haciendo tareas de limpieza en el Mercado de Abasto, educó sola a su única hija, lo que hace las cosas difíciles cuando se tiene que criar a un niño y, al mismo tiempo, salir a la calle a ganarse el sustento.

Raquel no tenía opciones, y cuando eso ocurre hay que amoldarse al entorno. En su caso, amoldó cajones en una sala del Mercado para que su niña durmiera mientras ella cubría el doble turno de limpieza desde las 8 de la noche hasta el mediodía siguiente.

_Pasamos la de Caín-, cuenta Raquel en su casa de Yofre Sur, doblando la servilleta para secarse los ojos.

En diagonal a la mesa redonda hay un altar improvisado con la foto de Yanina y su hijo trepado al cuello. La foto es tan grande que Yanina parece viva.

Luchar al cáncer. Más arriba se dijo que Yanina no tuvo una vida fácil, y es verdad. Cinco meses antes de su asesinato tuvo hemorragias y fue al hospital. Le hicieron unos estudios, después le hicieron otros estudios y descubrieron un cáncer de útero.

_Perdía una cantidad de sangre impresionante. Yo me puse muy mal y ella se molestó conmigo, me dijo que iba a salir adelante, que no estuviera así-, dice su mamá.

Apenas horas antes de ser atacada por los motochoros, Yanina había recibido en el Hospital Oncológico una noticia llena de vida: el tumor había disminuido a la mitad. Claro que enfrentar al cáncer no fue gratis: en el medio hubo quimoterapia, rayos, tres transfusiones y braquiterapia. La médica le dijo que no iba a poder tener otro hijo pero que iba a vivir, y la vida nunca es poca cosa.

"¡Estábamos saliendo del cáncer y me la mataron en un asalto!", se quebró Raquel ante los micrófonos durante una multitudinaria marcha en el barrio en la que participaron vecinos y víctimas de arrebatos, asesinatos y asaltos.

Poco después Félix Daniel Paredes (24), de barrio San Jorge, prendió el celular robado de Yanina y fue localizado y arrestado. Está preso por supuesto autor de encubrimiento agravado.

El presunto autor del asesinato, Enzo Emanuel Cortez (22), de Yapeyú, cayó en manos del Departamento Homicidios y aguarda el juicio por "homicidio en ocasión de robo", confirmó a Día a Día el querellante Carlos Nayi.

El conductor de la motocicleta sigue suelto.

La muerte de Yanina forma parte de una lista fatal que crece con cada arrebato de motochoros, y en la que se leen los nombres de Silvia Gabriela Calderón, asaltada en setiembre en Pueyrredón; Juan Carlos Potchtar, atacado en abril en el Centro; y Rita González, abordada en marzo en Villa María. En esa lista hay nombres que no son fatales pero que nunca se recuperan, como Yohana Morachi, la joven que quedó cuadripléjica tras ser desestabilizada por motochoros en Ampliación Palmar, en 2014.

Palabra de madre. Yo, Raquel Céliz, tenía 10 años cuando vine a vivir a Yofre Sur. Mi hija Yanina nació y echó sus raíces acá, al punto que me decía que no se iba a ir nunca. Y nunca se fue. Estoy enojada con la vida, con el Universo. No tengo más fuerzas. Poco creo en Dios en este momento: estoy enojado porque no me puso a mí en lugar de ella.

Yanina presentía que algo malo le iba a pasar, y se lo dijo a mi nieto. Pero quién iba a creer que era verdad. Aquella era una noche común. Mi nieto estaba en un cumpleaños. Yanina estaba de novia con Hermes, un muchacho de Pueyrredón, y esa noche quedaron en comer unos lomitos en la casa de él.

"Ya vengo, ma, voy a la carnicería", me dijo, y salió. Al rato salí a fumar a la vereda y vi un montón de gente en la esquina. Pensé que había ocurrido un accidente, pero no fui a ver porque tengo problemas para caminar. En eso llegó Hermes y preguntó qué había pasado que había tanta gente amontonada. Se fue a la esquina a ver. Estaba muy oscuro. Alumbró con la moto y la vio. "¡Es mi novia, es mi novia!", gritó, y tiró la moto para correr adonde estaba Yanina.

No me pregunten de dónde saqué fuerzas. Corrí como pude hasta la esquina y vi a mi hija por última vez. Estaba en el suelo, con la cara para el costado. No me acuerdo nada de lo que sigue. Sé que desperté a la madrugada siguiente en mi cama, y que a Yanina no pude despedirla ni besarla. Excepto esa vez en el sueño.

De la hija que salió a la carnicería me quedan nomás pulseras, anillos y dos aritos. Ni siquiera la billetera que le robaron. Al que le hizo esto le deseo que nunca pierda un hijo, porque no tiene idea de lo que se siente.

Y mi nietito que no habla de lo que pasó. Tampoco va al cementerio; me dice que no tiene sentido, que su mamá no está ahí. Me cuenta que todas las noches habla con Yanina. Él es la única familia que me queda.