Fabiola Navarro es una joven venezolana de 24 años que emigró a la Argentina después de haber resistido todo lo que pudo en Caracas para no dejar a su novio. Cuando ya no pudo aguantar más, tomó un micro y vino a Buenos Aires donde se había instalado su familia. Lo sorprendente es que, al llegar, se enteró de que estaba embarazada.
Sus padres y sus hermanos llegaron a la Argentina hace un año. "Tuvieron que vender todo lo que tenían para salir: la casa, el auto, todo. En Venezuela, o comprás comida o comprás un champú, tú decides. En mi familia prefirieron vender todo a morir de hambre", cuenta Fabiola a Infobae.
Con el dinero de lo vendido pudieron pagar cuatro pasajes en micro y alquilar una casa en Bella Vista. Su mamá, que era maestra jardinera, se puso a limpiar casas y a cuidar chicos. Su papá, que en Venezuela era ingeniero en sistemas, comenzó limpiando una inmobiliaria, después un gimnasio y ahora pinta paredes.
Esos trabajos los ayudaron a recaudar los 400 dólares que les faltaban para pagarle otro pasaje al mayor de sus hijos que había quedado en la tierra de Nicolás Maduro.
Fabiola se había negado a irse sin su novio, Reinaldo Perger. "Los dos teníamos trabajo pero las cosas empezaron a andar peor", cuenta. La joven ganaba 4 dólares por mes y ya había tenido que abandonar la universidad: "Estudiaba Relaciones Industriales. Iba a una universidad privada porque la pública es imposible: los docentes no iban porque no les pagaban, porque habían matado a algún estudiante o porque la inseguridad es tan grave que se metían a robar en plena clase".
Reinaldo trabajaba de ayudante de cocina en un puesto de comida. "Lo que ganábamos alcanzaba para comer una semana, siempre y cuando comiéramos puros vegetales, nada de carne", explica Fabiola. Ella era la encargada de hacer la cola del supermercado a las 3 de la madrugada para comprar harina y arroz en los llamados "productos regulados": las colas eran tan largas que nunca volvía antes de las 3 de la tarde.
Además de la odisea para conseguir alimentos, ya la habían apuntado y perseguido con un arma de fuego para robarle el celular. "Yo corrí, me podrían haber matado. Pero el teléfono era lo único que tenía para estar en contacto con mi familia", afirma. Un día ella no aguantó más e ideó un plan con Reinaldo: ella iba venir a la Argentina con el pasaje que podían comprarle sus padres, iba a trabajar y, con el dinero que juntara, iba a comprar un pasaje para él.
Fabiola se despidió de su novio a comienzos de junio y se tomó un micro hacia Buenos Aires. "Comí galletas y pan durante todo el viaje", recuerda. Tardó 10 días en llegar. En Argentina empezó a tener un malestar generalizado. Creyó que estaba enferma pero estaba embarazada.
"No lo podía creer. Cuando le conté a Reinaldo se puso como loco. Quería venir y estar conmigo pero era imposible reunir el dinero para el pasaje", cuenta la joven y revela que casi cinco meses después, Reinaldo la llamó y le dijo: "Me voy para allá, no puedo más".
Ella le preguntó cómo pensaba hacer si no tenían dinero para pagarle un pasaje y él le respondió: "Caminando".
En Cúcuta, la frontera pero ya del lado de Colombia, conoció a otros venezolanos que habían iniciado la misma odisea de emigrar a pie. Ellos se dirigían a Perú, por lo que la otra mitad del viaje la iba a tener que hacer solo.
Reinaldo salió de Caracas hace casi dos meses, no tiene teléfono y es poco lo que Fabiola sabe de él: "Me llamó a comienzos de diciembre. Pidió un teléfono prestado y me dijo que iba por la costa de Perú, que la gente lo ayuda con agua y comida. Que descansa en alguna plaza o duerme en la calle, donde lo agarre la noche. Dijo que había hecho dedo, que un camión lo había avanzado un poco pero que se había tenido que bajar tan rápido que había dejado el bolso con su ropa. Ahora sí que no tiene nada".
Además, el hombre le contó que está muy quemado por el sol, que le sangran los labios y que tiene los pies hinchados. También le contó que iba a ofrecerse para pescar en la costa, que eso iba a demorar el viaje pero iba a permitirle comer y ganar algo de dinero para comprar agua. Nunca habló de abandonar su travesía: según su cálculo, le faltaban dos días de caminata para llegar a Bolivia.
"El sabe que en Venezuela no se puede tener un niño hoy. No se consiguen remedios, todos los días muere un recién nacido o personas mayores, por desnutrición o porque se fue la luz del quirófano en medio de una operación", asegura Fabiola.
El viernes previo a la Nochebuena, Reinaldo consiguió un teléfono prestado y volvió a escribir. Ya había entrado a la Argentina: estaba en Salta. Fabiola tiene esperanza de que llegue a tiempo: ya está en el séptimo mes de embarazo y espera un varón que nacerá en un hospital público, en San Miguel.
"Es desesperante pero le pido a Dios que pueda. No imagino luchar tanto para no poder llegar a tiempo al parto", se lamenta la joven.
El 24 de diciembre la pareja cumplió dos años de novios y ella puso una foto en su cuenta de Instagram junto a él, con la leyenda: "Para pruebas de amor se creó la distancia. Te amo vida mía. Pronto juntos".