El 2018 se termina con todas las variables económicas en rojo, tras un salvataje del Fondo Monetario Internacional (FMI) que evitó un estallido pero no logró despejar la incertidumbre instalada sobre el futuro de corto plazo de la Argentina.
La gran protagonista de esta historia vertiginosa y demoledora para los ingresos de los consumidores fue la crisis financiera que empezó a avizorarse el 5 de marzo y terminó de explotar a fines de abril, en una economía dolarizada de hecho que sólo emite pesos.
En cinco meses, el Banco Central perdió 12.287 millones de dólares de reservas y sólo se puedo frenar la sangría con un blindaje del FMI y la aceleración a fondo del ajuste fiscal, secando a partir de octubre la plaza de pesos.
El año había comenzado con una expectativa de crecimiento del 3,5% para el Producto Bruto y una inflación máxima del 17%. La realidad no podría haber sido peor: la economía caerá 2,4% y los precios habrán subido 48%.
Con semejante desfasaje entre lo proyectado y lo materializado, en los pasillos de Casa Rosada y del Palacio de Hacienda intentan evitar ahora dar nuevos pronósticos para 2019. Habían dicho que la economía rebotará en abril, pero ya tienen más dudas que esperanzas.
Hubo condicionantes, claro: la sequía hizo perder 7.000 millones de dólares; y las tensiones globales por la guerra comercial y la suba de tasas en Estados Unidos afectaron a las economías emergentes, aunque a ninguna como a la Argentina.
En la Unión Industrial Argentina (UIA) y en la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME) han concluido en una sentencia preocupante: la sequía y la situación global exponen que el problema está en el modelo económico y su confusa y atropellada implementación.
La industria y los comercios entienden, a diferencia del Gobierno, que con la raquítica performance del mercado interno, sus negocios están condenados al estancamiento y, en un mediano plazo, la imposibilidad de sostenerse.
Las variables de impacto social han sangrado como nunca desde el 2001: cayeron entre 10 y 20 puntos los salarios; la pobreza se disparó al 32%, nivel más alto en una década; y el desempleo crece día a día, a punto de cruzar la barrera de los dos dígitos.
Son estas las consecuencias más dolorosas de un programa económico que, erróneo o no, estuvo plagado de desaciertos y decisiones tomadas a destiempo, con marchas y contramarchas que generan mayor incertidumbre por la sensación de desgobierno.
Si bien el déficit fiscal es un grave problema heredado del kirchnerismo, la gestión de Mauricio Macri primero lo amplificó y luego lo bajó de forma violenta, elevando la presión impositiva que asfixia a un sector privado vapuleado por caída de ventas y tasas de interés del 60%.
Hacia un año electoral, en el que el Gobierno se someterá a un plebiscito, reinan las dudas sobre el futuro y no se despeja la incertidumbre sobre si la estabilización macroeconómica que celebra Cambiemos es pasajera o definitiva, con temores de una crisis mayor.