A las 9:53 de hoy se cumplen 25 años del trágico momento en el que una bomba estalló en la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), en Buenos Aires. El edificio de la calle Pasteur 633 se vino abajo. Unas 85 personas murieron y otras 300 sufrieron heridas.
Con el hecho que conmocionó a la Argentina y a la comunidad internacional, se abrió una causa judicial que hoy tiene 300.000 fojas, de las que sobresalen la impunidad y el dolor. Pero toda la sociedad mantiene un firme reclamo de esclarecimiento y justicia.
Ese 18 de julio de 1994, Marcelo Melo tenía 34 años. Era un joven traumatólogo del Hospital de Clínicas, ubicado a una cuadra y media de la AMIA. Tras escuchar el estallido terrorista, fue uno de los médicos que trabajó a destajo para salvar vidas.
Hoy, en diálogo con Vía País, Marcelo lo recuerda aún conmocionado: "Estábamos en el sexto piso del hospital. Escuchamos una explosión; nos asomamos y vimos una cortina de humo saliendo de la calle Pasteur".
Marcelo repasa que la urgencia extrema de la tragedia obligó a montar un operativo sin precedentes para el Clínicas, del cual hoy es director. Se hizo una "calle humana", con personas tomadas de las manos, desde la AMIA hasta la puerta de ingreso del hospital.
Además de los médicos y enfermeros, miles de personas se acercaron al barrio de Once para dar una mano. El hospital estaba abarrotado de voluntarios -recuerda el médico-, que también recorrían las calles aledañas recogiendo papeles, documentos y escrituras que constituían una parte importante de la memoria de la comunidad judía argentina.
"Fue una cosa súper desorganizada y organizada a la vez; era una experiencia que nadie había vivido. Cuando la medicina tiene que enfrentar un acto de guerra, el estrés es muy alto. Atendimos a más de 300 pacientes, no había ningún hospital preparado para eso", dice.
En el Clínicas, los médicos iban categorizando a los pacientes con un color por el tipo de urgencia. La guardia y los pasillos estaban llenos de sillas de ruedas y de gente preguntado de todo y los quirófanos colapsaron. “Se salvaron muchas vidas”, dice, orgulloso, Marcelo.
El dolor de la muerte
Estefania Kupchik tenía diez años. En la madrugada del 18 falleció su abuelo. Entonces, su papá Luis se dirigió a las 9:30 a la AMIA junto a dos primos para hacer los trámites del sepelio. Pero el terror los encontró allí: murieron los tres.
Desde el primer aniversario, en 1995, Estefanía asiste a los actos de conmemoración en la calle Pasteur, donde hoy volverá a sonar una sirena a las 9:53. Pero ella no estará, porque está pronta a dar a luz a una nena.
"Tengo un hijo de 8 años al que le puse Luis de segundo nombre por mi papá”, relata a este medio. Y agrega que lo vive con angustia, con una presión en el pecho. “Siento dolor e injusticia”, dice y señala que también, en este día, recuerda a su papá.
Cuando su familia recibió la noticia del estallido, a Estefanía la llevaron la casa de una amiga. "Al día siguiente mi mamá me contó lo que había pasado. En un primer momento, teníamos la esperanza, porque lo estaban buscando", cuenta. Pero pocas horas después llegó la peor noticia.
A 25 años del momento más triste de su vida, Estefanía lamenta que en la Argentina “no se pueda esperar nada de la Justicia” y se aferra a la memoria de su papá, quien formaba parte del equipo del club náutico Hacoaj.
Como las historias de Marcelo y Estefanía, existen cientos de casos que están conectados por el hilo del peor atentado terrorista en la historia del país. Y aún hoy siguen encadenados por un motivo fundamental: el reclamo de justicia.
Inauguración de murales en el Clínicas
Esta semana se inauguraron tres murales gigantescos que le dan otra cara a la fisonomía de las paredes exteriores del Hospital de Clínicas, sobre la calle Uriburu. Es que por iniciativa de AMIA, se realizó esa obra con el fin de recordar a las víctimas del atentado, destacar la asistencia humana y profesional que brindaron médicos, enfermeras, auxiliares y voluntarios ante el horror desatado aquella mañana y denunciar el olvido y la impunidad.
Los murales completan, a su vez, el llamado "Corredor de la Memoria", un proyecto que comenzó en 1999 cuando sobre la calle Pasteur se plantaron 85 árboles y se colocaron plaquetas conmemorativas con los nombres de las víctimas fatales del atentado. Reconstruido hace 20 años, el edificio de la AMIA se sitúa en el punto intermedio de esta recordación permanente en la vía pública.