Una de las cosas que más pueden afectar a las personas es la mentira. Aquellos que utilizan este recurso de manera compulsiva no lo hacen únicamente con alguien cercano, sino que se puede extender a todos los ámbitos de la vida. Es por eso que la psicología encontró una explicación sobre lo que ocurre en los cerebros de estos individuos.
La mitomanía, conocida también como mentira patológica, se manifiesta en personas que relatan historias distorsionadas o completamente inventadas de manera reiterada, sin un motivo evidente y a menudo sin siquiera obtener un beneficio. Este comportamiento puede comprometer la confianza en los vínculos familiares, de pareja, laborales y sociales. Según los investigadores, los mitómanos no siempre mienten para manipular, sino que suelen experimentar un impulso difícil de controlar, lo que convierte el acto de mentir en un hábito crónico que termina por aislarlos y provocar consecuencias emocionales graves para ellos y su entorno.
El fenómeno de la mentira compulsiva se diferencia de las mentiras instrumentales o piadosas por su frecuencia y desvinculación con objetivos concretos. La mitomanía aparece como un patrón automático, llevado adelante incluso en situaciones banales o donde decir la verdad no implicaría consecuencias negativas. Los especialistas de la Clínica Levante Rivas señalan que factores como baja autoestima, ansiedad, experiencias de rechazo, traumas infantiles y dificultades en la gestión emocional pueden ser detonantes de este trastorno. Muchos mitómanos desarrollan el hábito para modificar la imagen propia, adaptarla a lo que creen que otros esperan o escapar de realidades que perciben como amenazantes.

Mitomanía: el impulso incontrolable de mentir y sus raíces emocionales
Entre los principales síntomas de la mitomanía se destacan las mentiras frecuentes y complejas, la dificultad para sostener relaciones duraderas, la tendencia a exagerar logros y vivencias y el convencimiento parcial de sus propios relatos. Quienes padecen este trastorno encuentran complicado frenar el impulso, aun cuando saben que puede traer consecuencias perjudiciales. Este patrón repetitivo de distorsionar la realidad suele generar un círculo vicioso: el aislamiento social, la desconfianza del entorno y el deterioro de la autoestima retroalimentan el comportamiento, profundizando la necesidad de mantener la conducta.
Las raíces de la mitomanía, según psicólogos clínicos, suelen encontrarse en la combinación de déficit de valoración personal, ansiedad y experiencias traumáticas o ambientes familiares conflictivos. La mentira compulsiva opera entonces como una vía de escape para afrontar emociones incómodas, protegerse del dolor o buscar aceptación social.

Qué ocurre en el cerebro de quienes mienten compulsivamente y cómo se trata la mitomanía
Estudios recientes en neurociencia identificaron que en las personas con mitomanía existe una mayor impulsividad asociada a alteraciones en el funcionamiento de áreas cerebrales involucradas en el autocontrol, como el lóbulo frontal y los circuitos de recompensa. La mentira se convierte en un acto automático, vinculado a la búsqueda de alivio frente a la incomodidad emocional, aunque luego genere culpa o aislamiento. La plasticidad del cerebro refuerza el hábito y lo vuelve cada vez más difícil de detener sin ayuda profesional.
La principal herramienta terapéutica es la terapia cognitivo-conductual, orientada a modificar patrones de pensamiento y conducta. En casos complejos, también se recurre a tratamientos farmacológicos para abordar cuadros de ansiedad o depresión asociados. Las terapias grupales y familiares resultan eficaces para reparar los lazos afectivos y establecer un contexto de apoyo al proceso de recuperación. La clave está en diferenciar la mitomanía de otras formas de mentira y comprenderla como un trastorno psicológico que requiere acompañamiento profesional.

































