“Efecto Mozart” es el nombre que se le dio a un fenómeno que se producía luego de un experimento realizado con un grupo de estudiantes de la universidad de Winsconsin, en Estados Unidos. En el ensayo los estudiantes escucharon durante diez minutos la sonata en re mayor para dos pianos KV 448 y se observó que los mismos obtenían mejores respuestas en pruebas de razonamiento espacio-temporal. A este fenómeno se le conoce como “efecto Mozart”.
Una investigación científica afirma que la música de piano en concreto produce efectos beneficiosos en el cerebro para tratar algunas enfermedades.
Sabrán disculpar los lectores pero pienso que en algunas ocasiones la ciencia y las explicaciones hay que dejarlas de lado. A mí no me interesa saber por qué la luna a veces se ve de color naranja, me basta con sentarme, observarla y disfrutarla, sin más.
Lo mismo me pasa con la música en general y con el piano en particular. Yo no sé por qué me gusta tanto escucharlo.
Claro está que no todo da lo mismo. El piano y el resto de los instrumentos son cuerpos sin alma y el alma es del artista que los ejecuta, sin ella cualquier melodía, por extraordinaria que sea, quedará rápidamente en el olvido. El sentimiento lo es todo, el alma nos otorga siempre un plus extraordinario, se tiene o no se tiene, y Betina Liebana la tiene.
Liebana Es profesora de Música y en el 2019 se recibió de Profesora de Piano actividad en la cual, hoy, ejerce.
A los 5 años, la inclinación o su fascinación por la música se hizo presente desde su inconsciente cuando descubrió un bombo y unas castañuelas. “mi familia es de origen español -inició- y esos eran los instrumentos que había en mi casa y que primero me llamaron la atención. Mi abuelo tocaba muy poquito el acordeón y el otro, la armónica, pero nadie en mi familia se dedicaba a la música”.
Betina comenzó a tocar el piano a los 8 años, “en un piano que me compró mi abuelo. Yo tocaba en los remates. Mientras se hacían las subastas yo tocaba el piano que había ahí para vender, hasta que mi abuelo me lo compró. Luego mi madre me llevó a tomar clases con una profesora particular; esta profesora sugirió que me mandaran al Conservatorio y allí, lo que en principio era un juego de niños, se convirtió en mi educación formal”
“Fui una alumna bastante rebelde –recuerda - debo reconocerlo, no era de las más estudiosas. Además para mí, no todo pasaba solamente por la música clásica académica, tenía además otros intereses musicales.”
“En mi adolescencia dejé las clases pero siempre seguí en contacto con la música, cantando o relacionándome con alguna banda; cuando cumplí los 20 años retomé mis estudios”.
Para su última presentación ensayó durante más de seis meses en el Centro Cultural La Estación una vez a la semana, todos los miércoles por la mañana, en el piano que hace algunos años posee el Centro Cultural, uno de los pocos pianos que hay en las instituciones de la ciudad de Tres Arroyos.
Para este año el Centro Cultural La Estación ha programado un Ciclo de Conciertos que tienen como fin, no solamente darle espacio a los pianistas locales o foráneos de presentarse, también juntar fondos para afinar el instrumento.
“Es muy caro afinar un piano – dice Betina – y la Cooperadora del Conservatorio no puede abastecerlo. Generalmente vienen afinadores de Olavarría o Bahía Blanca. Tratamos todos los meses de organizar un concierto. Este año hasta octubre tenemos las fechas cubiertas. En Tres Arroyos somos cinco mujeres pianistas y todas va a tocar”.
Como profesora de piano tiene alumnos de 8 años hasta adultos, además en el Conservatorio Provincial de Música dicta la materia Conjunto Vocales Instrumentales una materia específica de la carrera de Educación Musical que le permite arreglar, ensamblar canciones: “Algunos alumnos cantan, otros tocan instrumentos. Hacemos canciones y las presentamos en diferentes puntos de la ciudad haciendo lo que yo llamo ‘conciertos didácticos’ para las escuelas o para chicos que están en edad escolar”.
“También doy clases de Apreciación Musical – continuó- y si bien, esta materia tiene un enfoque europeo u occidental sobre los distintos períodos de la Música Académica, yo intento llevarlo hacia la actualidad o hacia nuestra música, porque si bien, la música académica es muy completa y muy rica, se puede llevar algunos de esos elementos a la música nuestra: armonías, ritmos y otros elementos que se pueden aplicar al rock nacional, al folclore argentino etc”.
No hay arte sin pasión y Betina Liebana lo fue descubriendo poco a poco ejecutando su instrumento y dándole rienda suelta a sus instintos.
“Para mí el piano y la música es una filosofía de vida. Tocar el piano es como un Mantra; implica mucho esfuerzo, muchas horas de estudio. Las horas que no estoy sentada en el piano sigo pensando mentalmente en las obras; parece obsesivo pero la vida de un artista apasionado es así; quien tiene una pasión lo sabe”.
“Muchas veces no hay rédito económico pero hay otro que es la gratificación del alma. Tocar el piano a mí me produce tranquilidad, es una pasión y las pasiones llenan el alma y no tienen fin”.
La pasión a la que Betina se refiere se nota cada vez que acaricia las teclas del instrumento que ama, pero también cada vez que con su voz suave se refiere a ello.
La última frase que Betina me destinó para esta entrevista me hizo recordar la letra de un tango que compuso e interpretó magistralmente el gran Rubén Juárez: “…si yo a mi bandoneón lo llevo puesto… que al dar mi último aliento, moriremos a un tiempo, Mi bandoneón y yo”.
“A mis 40 años puedo asumir que el piano y yo somos la misma cosa. No podría existir sin tocar el piano y sin hacer música”. Que así sea Betina…y gracias por eso.