María Leonor Morales tiene 110 años y vive en la localidad de Nogolí, ubicada a 49 kilómetros de la capital puntana. La anciana tiene un andar lento pero seguro, porque va por la vida con una gran sonrisa que refleja su vitalidad y agradecimiento.
En una entrevista con El Diario de la República, María contó que junto a toda su familia, el 1º de julio, celebró sus 99 años, sin embargo aseguró que su madre la anotó a los once y que en realidad tiene 110 años. Tuvo diez hijos, cuarenta nietos y más de treinta bisnietos.
Luce un gorro marrón de lana que le tapa las orejas, un pañuelo clarito, un buzo verde y un delantal atado a su cintura. María es una mujer de campo, una mujer dura pero amorosa. Sus ojos reflejan la nostalgia de lo vivido y el amor hacia la vida. Su piel arrugada y curtida delatan el paso del tiempo, y su trabajo realizado. Sin embargo en ella persiste el espíritu alegre y buen humor.
La abuela explicó a los periodistas del medio puntano que recuerda todo, sobre todo a su madre Rosario Morales y a sus diez hermanos. "Nací en La Carolina, Mi padre nos abandonó y ella nos tuvo que criar sola, por eso tengo el apellido de ella", expresó con un dejo de tristeza y paso seguido tomó un tarro lleno de brasas donde calentó la pava para tomar unos mates.
"En casa a los mayores nos tocó salir a trabajar y los más chicos se quedaban haciendo las tareas de campo. Me acuerdo que en ese entonces no teníamos dinero y me mandaban al cerro de La Carolina. Ahí entraba a los túneles y me ocupaba del oro, hasta que en un momento empezó a escasear y continuamos con los minerales", recordó.
Su edad en la libreta cívica delatan 99 años, pero no es la que tiene en realidad. "Todavía me acuerdo cuando fui con mi mamá a realizar el trámite para asentarme al Registro Civil de Paso del Rey. Yo tenía once años. Tengo la imagen de ir caminando tomada de la mano y saludar al hombre que nos atendió. Recién ahí el mundo supo que había nacido", dijo en tono chistoso y resaltó que el 1º de julio cumplió 110 años.
María cerró sus ojos para recordar y ver su vida, contó que "a los 20 años conocí a mi esposo Regio Lucero, gracias a mi hermano. Nos casamos y nos vinimos a vivir a Nogolí. Acá tuve mis diez hijos", luego bajó la mirada, emocionada tomó aire y se volvió a incorporar para poder contar, con los ojos vidriosos, que dos de ellos ya han fallecido.
De pronto un auto interrumpió el silencio campestre, María giró su cabeza, vio a la menor de sus hijas y se le iluminó la cara. Las dos se dieron un cálido abrazo. Leonor, como todas las veces que ve a su mamá, le pidió la bendición. María con sus manos tiernas, la acarició.
"Estoy así porque siempre la remé, nunca me tiré atrás y siempre le di para adelante. Ahora me duelen un poco los huesos", dijo con una pícara sonrisa y agregó que a pesar de eso no se queda quieta. "En mi vida trabajé mucho. Cuando quedé viuda me tuve que hacer cargo de la casa y los niños. Yo hachaba leña, quemaba carbón, me encargaba de los más de 700 cabritos que teníamos. Siempre me las arreglé sola", resaltó.
Las juntadas en su hogar son multitudinarias ya que contó que tiene "cuarenta nietos y más de treinta bisnietos. Somos una familia bastante numerosa", dijo alegre y precisó que al lado de su casa vive uno de sus hijos. "Acá no estoy sola, cada dos por tres me dan una vueltita. En más de una oportunidad me han querido llevar a vivir a la ciudad pero yo no quiero saber nada. Me gusta estar en mi casa, de la única manera que me pueden sacar de acá será muerta", enfatizó y agregó que ahí ella es feliz.
María se levanta todos los días a las 7 de la mañana, "pongo el agua en el brasero y tomo unos mates. Le doy de comer a las gallinas, prendo el horno de barro y preparo la comida. Mi especialidad es el locro, todos se vuelven locos cuando lo hago", contó luego explicó que "hoy barrí, saqué todas las hojas. Lo hago despacito, aunque en un par de ocasiones me he caído pero así también me he levantado", manifestó.
La abuela puntana expresó que para llegar a la ciudad tardaban dos horas y que lo hacían en un carro tirado por un caballo. "Mi suegro lo ensillaba y salíamos disparando. Trasladábamos carbón y leña. Antes habían poco autos. La primera vez que vi uno me quedé impresionada. Acá nos sabíamos subir al cerro y los veíamos pasar de arriba. Toda una aventura", resaltó.
De acuerdo a lo relatado por la periodista Ayelén Anzulovich, pasadas las 12, María se levantó de su silla, tomó su bastón y caminó apurada hasta la puerta de su casa. En ese momento sobrevolaba un drone del medio puntano. Sus ojos se le iluminaron y su sonrisa resplandeció porque nunca había visto nada igual.