Un año de convivencia con el coronavirus: cómo lo vivieron los sanjuaninos

Miedo a contagiarse, tristeza por no ver a la familia y problemas económicos, los tres principales efectos de la pandemia según el testimonio de tres personas.

Un año de convivencia con el coronavirus: cómo lo vivieron los sanjuaninos
Los controles en la vía pública se volvieron parte del paisaje cotidiano de la provincia. SI San Juan

El 20 de marzo el presidente Alberto Fernández anunció el inicio de la cuarentena estricta. La vida de todos cambió, hubo modificaciones en los hábitos sociales de la gente y muchos tuvieron que reinventarse para conseguir el sustento diario. Cómo analizan estos 365 días de convivencia con el coronavirus tres sanjuaninos.

Ana Clara Rubio tiene 34 años y trabajaba en el comercio cuando estalló la crisis del Covid-19. “Miraba y escuchaba las noticias todos los días. El coronavirus avanzaba y era cuestión de tiempo para que nosotros en la provincia viviéramos la misma realidad. Y un día pasó, San Juan entró en aislamiento total y de repente casi todo estuvo vacío y cerrado. En aquel momento trabajaba atendiendo un negocio, de lo único que se hablaba era del coronavirus. Se vivió la locura de no encontrar cigarrillos y la gente estaba alterada. Nadie sabía que iba a pasar. Pero cada día me levantaba a tratar de conservar mi trabajo, y no quedarme sin él como le pasó a la mayoría de mis amigos”, relató.

La gente comenzó a vivir con miedo ante el desconocimiento sobre el funcionamiento del virus. “Tenía temor de tocar un billete, una moneda, de contagiarme por llevar el mango a mi casa, y enfermar a algún familiar, sobre todo a mi abuela de 94 años que vive conmigo. De repente me vi usando guantes, barbijo, poniéndome alcohol cada vez que volvía a casa. Me sacaba la ropa y me bañaba. Luego fueron cambiando las fases y de a poco fuimos pasando a la nueva normalidad”, detalló.

Actualmente sique trabajando, Ana mantiene los cuidados y también está el temor latente de contraer coronavirus. “En mi casa se hicieron corrientes los trapos con lavandina en las entradas, alcohol por todos lados, y los barbijos colgados en el perchero. En mí, siempre el barbijo, el alcohol en gel en la cartera y hasta no compartir el mate con otra persona”, cerró.

Gonzalo Morales tiene un kiosco, está casado con una enfermera con quien tiene dos hijos. Las consecuencias económicas fueron complicadas y tuvo que ajustarse para continuar, incluso llegó a pensar en vender los vehículos. “Todo fue un conjunto para que el negocio viniera para abajo, al punto de vender hasta vehículos para mantenernos”, explicó.

Mónica Scarpitta es trabajadora esencial, se desempeña en el Ministerio de Salud Pública y paró muy pocas veces a pesar de ser grupo de riesgo. “La pandemia para mí fue al principio demasiado temor, miedo a contagiarme un virus tan desconocido y sobre todo miedo a la muerte porque soy una mujer adulta y con enfermedad que en un primer momento era crónica y luego se consideró no tan grave. Deseaba estar en mi casa guardada, llegué a envidiar el trabajo virtual que hacían otros desde sus casas”, narró.

El mayores miedos para Mónica era no ver más a su familia. “El temor de no ver más a mis nietos, a mi hijo y a mi familia era muy fuerte. Luego me calmé un poco con la ayuda de mis compañeros de trabajo, que también pasaban lo mismo y dije: “No soy la única”. Entre todos extremamos cuidados. Por eso cuando veo tanta liviandad, tanta irresponsabilidad, que ya los muertos no importan mientras no sean los tuyos pienso que no se aprendió nada de solidaridad, de respeto al otro”, añadió.

Mónica recibió la primera dosis de la vacuna Sputnik y está a la espera de la segunda. “Cuando me tocó mi primera dosis de vacuna surgió una esperanza. Vivo el día a día, disfruto de cada minuto de mi familia, mi mate, mis amigos, mi trabajo, mi tiempo y lo más bello en mi vida: mis nietos”, cerró.