“Nunca sentí miedo ni desesperanza. Tampoco me conecté con lo que sabía que no podía controlar. Lo único que podía hacer era cuidarme y estar entera”, responde la montañista Analía Ibáñez Sierra cuando le preguntan qué le dio fuerzas para sobrellevar los dos días que estuvo perdida en el cerro Pacuy, en Salta.
Se desorientó, cayó por un barranco y se golpeó la cabeza. Se quedó sola, cansada y sin los bastones que sostenían su andar por la montaña. Buscó la forma de seguir mientras alucinaba y se deshidrataba. En medio de todo ese sinfín de extrañas sensaciones tuvo una única gran certeza: tomar decisiones y cuidarse. Y así se mantuvo hasta que la rescataron.
Analía y su amigo Miguel, ambos montañistas con experiencia, comenzaron el ascenso al Cerro Pacuy en la madrugada del domingo 16 de agosto del 2020. Hicieron cumbre alrededor de las 15.30 y allí se quedaron a comer. Comenzaron el descenso a las 16. “El problema fue que nos quedamos mucho tiempo en la cima. Lo ideal hubiera sido que llegáramos, nos sacáramos unas fotos y bajaramos”, recuerda Analía, quien es Psicóloga y docente de la Universidad Católica de Salta.
“Mientras subíamos yo había visto el lugar donde me perdí, y mi idea era pasarlo de día porque la huella no estaba marcada. De hecho, lo pasamos de día pero por una distracción nos desviamos muchísimo del sendero, y ahí empezó todo”, cuenta en una entrevista con Centro de Entrenamiento para Montaña (C.E.M)
Cuando retomaron el camino los agarró la noche, y terminaron caminando por una quebrada. “Las paredes de los costados no nos dejaban ver nada. Tampoco teníamos margen para pisar en seco porque había agua y piedras. Decidimos escalar una de esas paredes. Miguel iba delante, yo me sentía muy cansada”, dice Analía.
“Nunca previne que me iba a golpear la cabeza”
Treparon sin guantes y sin cuerdas sobre piedras flojas pero lo lograron. Cerca de las 2 de la madrugada siguieron camino pero volvieron a desviarse cuando escucharon el ruido de un animal. Analía seguía a su amigo, que caminaba unos metros más adelante, pero en cuestión de segundos se desbarrancó y rodó hacia abajo. A partir de ahí, el silencio de la noche, la inmensidad de la montaña y la soledad.
Esperó a su compañero, que la buscó durante horas, pero no logró divisarlo. “Me senté y veía luces por todos lados. Nunca previne que me iba a golpear la cabeza. Sólo me quedaba esperar que Miguel me busque”, cuenta.
Pasó lo que quedaba de la noche del domingo, y al día siguiente caminó para el sentido contrario. “El lunes estuvo plagado de cosas raras, de alucinar, de hablar con gente que sabía que no estaba. No sentí miedo porque el golpe me generó un estado de conmoción durante esos días. Mi conciencia estaba alterada”, explica.
Analía hace montañismo desde hace años. Para subir el Pacuy había analizado la ruta, también las condiciones climáticas de esos días de agosto, y en su mochila llevaba todo lo necesario para la caminata. Incluso había contemplado la posibilidad de dormir allí y volver al día siguiente. Su familia la sabía, sus amigos andinistas también.
“Lo que me pasó fue que no supe implementar los recursos del montañismo que tenía. Me tomé toda el agua y no me acordé que tenía geles hidratantes, tampoco que llevaba ibuprofeno para aliviar mis dolores. Tenía comida pero llegó un momento que no podía comer porque estaba deshidratada”, detalla. Ese día caminó y consiguió agua en una quebrada.
El martes 18 de agosto fue consciente de que lo único que podía hacer era cuidarse. “Ya no caminaba y me arrastraba sentada sujetándome con los brazos. Me movía poco y dormía. Me quedé esperando porque sabía que me iban a buscar”, cuenta.
“Cuando me despertaba pensaba que tenía que tomar una decisión y cuidarme”
La noche del martes fue la más difícil y la primera vez que sufrió el frío. “Busqué un lugar para resguardarme, me tapé con la mochila y con algunas cosas que tenía. Me abrigué lo más que pude. Me costó mucho porque sentía muchísimo frío. Me dormía, me despertaba y seguía viendo las estrellas. La noche no pasaba más”, recuerda.
A Analía la busco un gran equipo de rescate, entre grupos de montaña, baqueanos, andinistas profesionales, la Policía y Aviación Civil. El miércoles a la tarde la divisó un baqueano llamado Víctor. En un principio pensó que estaba alucinando hasta que entendió que era cierto, que la ayuda en la que tanto había confiado durante esas 48 de supervivencia había llegado. La encontraron golpeada y cansada pero entera como siempre supo que tenía que estar.