Cualquier político, periodista, empresario o consultor sabe que Sergio Tomás Copperfield responde mensajes de Whatsapp a las 2, 3 ó 4 de la mañana. Es un incansable, como Menem, o como Néstor. Personajes obsesionados por la política y el poder. Trajinadores de la comunicación con cualquier actor relevante por el medio que sea. Esta vez se enfrentará a uno al que la política le interesa casi nada, que es un incansable lector, estudioso de sus temas, pero que aborrece invertir tiempo en lo que el otro campamento ama: la rosca.
Sin embargo, hay cosas en las que se parecen: casi nada les resulta relevante fuera de ellos mismos. Están muy seguros que con ellos la Argentina va a experimentar una revolución que los inscribirá como padres fundadores de una era distinta. Ambos aceptan las reglas de un sistema al que creen que deben cambiar radicalmente y que, si tienen éxito, quizá estén por encima de aquél.
Ningún gran cambio efectivo –porque hubo muchos intentos fallidos- en la Argentina se hizo con hombres y mujeres que no creyesen que estaban más allá del bien y del mal. En el intento de ser profundos transformadores hicieron algunos gambitos a las reglas pre existentes, lo que lleva a la eterna pregunta (contra fáctica) respecto a si lo hubiesen logrado siendo estrictos respetuosos de lo pre existente. Así se genera un círculo vicioso: para concretar grandes cambios se apartan de algunas reglas, y al lograrlo se creen seres imprescindibles, lo cual los tienta a ponerse fuera de las normas con alguna asiduidad. Tema sumamente polémico.
Argentina necesita una gran transformación para salir de su letanía. Al final del camino, si es por derecha, por izquierda, por arriba, o por abajo, es menos relevante. Nadie concita apoyos mayoritarios sin logros que duran el suficiente tiempo para ser recordados. Los grandes intentos son temas para historiadores, no para la opinión pública.
Como se necesita una gran transformación, estamos en una elección entre dos que se creen imprescindibles, porque si no fuese así, el resultado ya estaría cantado, pero no lo está. El “imprescindible” que gane querrá entrar al Olimpo de los Dioses. Para eso, lo veremos tratar de hacer cosas divinas como separar las aguas, multiplicar panes, hacer ver a los ciegos, etc. En ese intento entrará en conflicto con cuanto mortal lo cuestione, porque ¿a quién se le ocurre contradecir a un aspirante a Dios? Pues viviremos en conflicto no solo porque las soluciones a implementar sean odiosas, sino porque la dinámica de construcción de liderazgo vuelve a la conflictividad algo imposible de evitar.
A mayor crisis, mayor demanda de liderazgos divinos. Divinos adaptados a la era de las redes sociales, pero divinos al fin. Nunca se debe olvidar que toda sociedad (electorado) tiene una demanda mítica, y cuando a esta se la obtura, busca expresarse de distintas maneras. Cuando encuentra su cauce en la política, ¡agarrate Catalina!, porque se mezcla lo humano, lo práctico concreto y lo divino. No va a ser fácil.
Como era de esperarse, el gran tema de conversación de la semana, fue el debate del domingo pasado. Ya no cuentan ni Chocolate, ni Insaurralde, ni el índice de inflación, ni el regreso del crawling peg, ni la falta de boletas de LLA, ni las declaraciones del presidente de la Corte Suprema, ni los decretos de último momento de Massa. Al haber sido el último gran evento de campaña –era difícil que algo lo superase en expectativa- todo quedó rondando respecto a quién ganó y con qué artimañas lo logró. Entonces, hagamos algunas consideraciones:
- Ganar un debate clave es sumamente importante, pero no es definitorio. Recurramos a un caso de la historia, no local. En 2004 se enfrentaron por la presidencia de EE.UU. Bush hijo y John Kerry. El final ya lo sabemos. De los 3 debates producidos, el demócrata ganó 2. Los votantes del republicano en los grupos focales posteriores reconocieron que Kerry había estado mejor, sin embargo, no iban a cambiar su voto por esa razón.
- Luego están quienes no solo no lo vieron, sino que tampoco les prestaron atención a las repercusiones posteriores, los titulares de los medios, ni las sesudas consideraciones de nosotros los consultores. O sea, les vale madres.
- Que alguien haya ganado no significa que los oscilantes / indecisos / etc. se inclinarán por quien haya demostrado más liderazgo y profesionalismo. El supuesto ganador debe analizar si tanto músculo no termina teniendo algún efecto búmeran.
Existe algo que a veces los equipos de campaña no miden, que es el nivel de saturación. Unos porque ya no saben qué otro aspecto puede generar miedo, y los otros porque vienen abriendo un gran paraguas por si pierden amparándose en la expectativa de un fraude. Miedo x miedo, es miedo al cuadrado. La semana pasada hablamos en esta columna de que las campañas se habían estancado y por lo tanto no estaban moviendo la aguja –y había que esperar al debate- llega un momento en que los cerebros de los votantes ya no pueden asimilar más estímulos. Si el ministro – candidato viola el código electoral o se hace el tonto respecto al juicio a la Corte, son cuestiones tangenciales.
Los votantes ya nos dijeron muchas cosas este año, muchas más de las que hubiéramos imaginado al inicio. Nos dijeron que estaban muy cansados de más de los mismos, que querían mucha más renovación política, que tantos años de hegemonías ya no iban, que los que se creían ganadores se fueron en semifinales, que a los distintos se les dio su oportunidad, que el debate no pasa por la ideología, que no tener estructura casi que fue una ventaja, que había que poner huevos, que la corrupción es relativa si no hay expectativa de futuro, y que el pase a retiro de los tenientes generales puede estar a la vuelta de la esquina.
También sabemos que parece ser imposible ser presidente en la Argentina antes de los 50, que podríamos llegar a tener al primer mandatario más joven de estos 40 años y que, gane quien gane, empieza con M. Solo falta el veredicto final.
PD: gracias todos y todas quienes me enviaron saludos por mi presidencia de la International Association of Political Consultants. No hay logros individuales sin mucha gente que nos hizo grandes o pequeños favores. Un gran abrazo!