Italia tiene fuertes contrastes y además, bien manifiestos. El Norte y EL Sur, el frio y el calor, la nieve y el sol, los Alpes y el mar. La seriedad y la elocuencia, el temple y la explosividad y así muchas contradicciones más que, en cada uno de los hombres, expresa una forma de vivir y una idiosincrasia que nos suele resultar conocida.
Pero esta historia está claramente ubicada, bien definida porque se desarrolla allá en Legnano, ubicado en la Lombardía bien al norte de Italia.
Pero no comienza allí, sino muy cercano a ese territorio. Muy cerca, en el antiguo reino de Toscana que es el lugar donde en el año 1914 nacía el niño Gino entre campesinos y campos dorados. Algunos romantizan la pobreza, muchas veces es más importante dignificar a los hombres que lucha contra ella.
Siguiendo su destino, Bartali trabajaba en el campo, a la par del resto de sus familiares. La toscana de la época de la Primera Guerra Mundial difiere mucho de la contemporánea, pero siempre ha sido extremadamente bella.
Siempre hemos opinado y lo seguiremos sosteniendo, que los destinos están trazados y solamente recorremos su fino hilo. Como si fuese un libro que alguien ya ha suscripto y en el cual nosotros, navegantes, arriamos y levamos velas entre sus párrafos como si fuera una novedad. Quizás sea así o que valga la alegoría de los libros…también podría ser el nuestro una edición similar al Libro de Arena borgeano y nuestros pasos se escriben un día, se reescriben al siguiente y así sucesivamente. Vaya uno a saber, esas cosas de la filosofía.
La Toscana y las bicicletas Con seguridad y sin caer en los devaneos que interesan sobre la escritura del destino, la niñez de Gino Bartali pasaba entre azadas, cabras, horquillas y parvas. ¿Qué otra cosa podía pretender un campesino?
Sin embargo, siempre hay algo diferente en el camino. Por azar (o no) el padre de Gino le consigue trabajo de bicicletero. No se trataba de un negocio de venta de bicicletas sino a la antigua usanza, era un taller de reparación. Tiempos antiguos donde los objetos debían ser perdurables, como las palabras, los juramentos y hasta los desencantos.
Lo cierto es que ese inicial contacto con esos locomóviles de doble rodado transformarían para siempre (y como) la personalidad de aquel muchacho. La sensación de subirse al aparato, auto trasladarse impulsado apenas con una fuerza natural y lograr el desplazamiento mecánico…eso es más o menos andar en bicicleta. Eso fue lo que percibió Gino y que no dejaría nunca más.
Hay grandes diferencias entre los ciclistas de llanura y los de montaña. Y en nuestro caso, se trataba nada menos que de un innato conocedor de los caminos y senderos alpinos, donde la regulación de la fuerza en subida contraste (como todo en Italia) con la contención del rodado en las cuestas hacia abajo. Todo eso mientras se lucha contra el viento, la velocidad, la falta gradual de aire por la altura y el cansancio. El cansancio, el agotamiento que a veces corrompe la voluntad y la destreza. EL cansancio, vil enemigo de los sueños. Pero a veces (esto hay que decirlo) también pierde; y este es el caso.
Gino Bartali dejo el taller, el campo y se dedicó a las carreras de bicicletas, una actividad muy afamada en Europa e incluso rentada. Quizás sea extraño a nuestras costumbres pero no a la de ellos, y en ese marco es que Bartali no tuvo más que correr el velo de lo escrito y asir firmemente lo sagrado…allí estaba entonces la glorificación deportiva.
Los mejores años siempre están por venir Gino solamente desplegó sus habilidades. Y ello le permitió ganar nada menos que el Giro de Italia y el Tour de France, varias veces antes y después de la guerra. Como muchos otros deportistas, nunca sabremos la cabal dimensión de sus aptitudes porque los años perdidos entre 1939 y 1945 jamás se recuperarán. Pero aun así, a pesar de aquellas suspensiones por motivos bélicos y horrorosos, Bartali se fue transformando en un ícono idolatrado por los italianos, considerándolo como una especie de ídolo al cual todos apreciaban y respetaban.
Admiro a esos tipos que jamás adoptan posturas clásicas o condescendientes, mucho menos la obsecuencia o las cuestiones acomodaticias. Porque gustaba de la buena mesa, del excelente vino y de fumar, con la parsimonia de los montañeses y la inconveniencia de los deportistas.
La guerra suspendió sus records, los cuales retomo al ganar nuevamente el Giro de Italia en 1947 y el Tour de France en 1948. Quien sabe dónde habrían llegados los números de sus logros sin aquellos años perdidos. Aún así, llevaba consigo un triunfo importante: se había negado a dedicar el triunfo del Giro de 1947 al Duce Mussolini.
Pero ahora sí, retornemos a la Lombardía de Legnano, allá en el periodo de la guerra y al joven Gino militando en el equipo de esa ciudad, entre bombas y martirios.
Lo que dicen de un hombre Bartali entrenaba en el circuito de montaña. Rodeado de soldados y con el hostigamiento de la sospecha, sin embargo jamás detuvo su rutina y la familiaridad con la cual podría mantener su excelencia deportiva. Paso a paso e impulsando la bicicleta recorría cada día, a la misma hora durante todo el mes de todos el año ese circuito de más de 100 kilómetros. Paso a paso, pero sin detenerse nunca.
Cierta vez y en el punto álgido de los combates fue detenido por las tropas alemanas. Interrogado, indagado y hostigado por las mismas fue liberado al poco tiempo ya que únicamente se le encontró su malla de travesía. Y volvió a sus entrenamientos.
Cosas de la vida, donde los secretos a veces ocupan el mejor de los sitios: ocultos, como es su naturaleza. Porque en verdad, Bartali transitaba por aquellas rutas exponiéndose peligrosamente ya que en el marco hueco de sus bicicletas, transportaba documentación clandestina que permitía el salvataje de cientos de judíos que eran perseguidos por el régimen. Lentamente, paso a paso fue salvando a casi 800 personas de la barbarie.
Portaba fotos y documentos falsos, como parte de una red de salvataje donde operaban obispos, curas y civiles en el intento supremo de la vida: salvarla. Los llevaba hacia un sitio y luego volvía en los tubos de la bicicleta. Vaya milagro en dos ruedas Dicen que todo va pasando La guerra terminó. Bartali siguió corriendo y retomó los grandes triunfos. Pero el tiempo siempre es inexorable. Y así fue que ya en la década del ’50 dejo las carreras para transformarse en entrenador, vendedor de vinos y un buen tipo. Fue siempre reconocido por sus logros en el ciclismo y considerado un alto exponente del deporte italianos.
Sin embargo, es recién en este cercano siglo (el XXI) cuando por azar y a través de una confesión introspectiva de uno de sus hijos se conoció la hazaña humana de Gino, aquella del salvataje, aquella del peligro para poner a resguardo a 800 personas que no conocía.
Nunca dijo nada, jamás se vanaglorió de semejante cosa. Silencioso y temperamental, como en sus carreras en la montaña tenía también el suficiente temperamento para guardar secretos. Hace poco, el estado israelí se hizo eco de lo que pasó. Y por tal, fue galardonado con el reconocimiento que otorga dicho estado como Justo entre las Naciones.
Gino Bartali falleció en el año 2000, allá en la Toscana, en el mismo pueblo donde nació y había trabajado de bicicletero.
Lo que se suele decir, un gran tipo.
Por Carlos Saboldelli.