El flamante escribano Daniel Sileci cumplirá 60 años en 2022. Lo de flamante es porque se recibió el 10 de diciembre pasado, después de 20 años de cursado –con idas y vueltas-. Y como si esto ya no fuera lo suficientemente destacable, el agregado es que el mendocino cursó la carrera de Escribanía en la Universidad Nacional de Tucumán y, salvo cuando comenzó la pandemia, desde 2001 se cansó de completar viajes de 13 horas en colectivo para rendir parciales y finales.
“No es que me considere un superhéroe ni nada de eso porque sé que hay gente que ha pasado situaciones más difíciles. Pero el otro día, hablando con un amigo, me dijo que quizás mi historia podía servirle a otra persona que esté pensando en abandonar la carrera”, resume con humildad y verborragia el escribano de 59 años. Y es que quiere despegarse de la imagen de “modelo” o “ejemplo”. Sin embargo, eso no es algo que él pueda decidir –guste o no-, sino que es la propia vida quien lo ha colocado en ese lugar.
Con 40 años y con casi 25 años ya de experiencia trabajando en distintos lugares, en 2001 Daniel Sileci comenzó la facultad en Tucumán. Como estaba trabajando, intentaba acomodarse para completar el viaje de 13 horas por la noche, llegar a la provincia norteña el mismo día en que rendía y regresar esa misma noche para retomar su rutina.
“Recuerdo que en septiembre del 2001, cuando derribaron las Torres Gemelas, yo estaba en Tucumán por rendir. También a finales de ese año, mi esposa Viviana había viajado a Buenos Aires con mi hija Rocío, que bailaba en una competencia. Y yo tenía que viajar para rendir, pero no se podía sacar dinero de los cajeros por el Corralito. Entonces le pedí a mi peluquero plata prestada y viajé con Lautaro, mi otro hijo que tenía 6 años, porque no tenía con quien dejarlo. En Tucumán se lo dejé a la familia de la casa donde paraba para poder ir a rendir”, rememora Daniel entre infinitas anécdotas de estos sinuosos 20 años en que se extendió su carrera.
Una infancia difícil
La vida de Daniel Sileci fue cuesta arriba desde el primer momento. Criado en una familia humilde, hijo de madre soltera y con un padrastro que lo acompañó desde muy chico y quien –además- le dio su apellido. Junto a su madre, su padrastro y sus dos hermanos menores –o hermanastros- vivían en una especie de conventillo en Las Heras.
“Éramos 5 personas en una sola habitación, una cocina y, para ir al baño, teníamos que cruzar un patio. Solo había un inodoro. Fue una vida difícil, como la de muchas familias”, explica el hombre.
Ya había comenzado el secundario y había completado el primer año cuando, con 14 años, tuvo que salir a trabajar. Lo hizo como asistente de un verdulero, por lo que todas las mañanas se despertaba antes de las 5 para preparar la camioneta e ir a la feria de frutas y verduras. Luego llegaba el momento de acomodar todo en la verdulería para que el negocio pudiera abrir sus puertas. En ese momento tuvo que elegir entre el trabajo y el estudio, y fue la secundaria lo que quedó afuera de su vida.
Un año después, cuando ya tenía 15, Daniel Sileci empezó a desempeñarse como cadete de una asociación mutual y sus tareas eran de lo más variada, desde picar el jardín hasta ir a la farmacia. “Estuve como 10 años ahí y, a los 25, me nombraron jefe de personal en el lugar. También en 1986 decidí retomar la secundaria, con 25 años, en el colegio Manuel Belgrano de Godoy Cruz y que quedaba en frente de donde trabajaba. Iba por la noche”, reconstruye.
En 1987 a Daniel lo echaron de la mutual y debió salir, una vez más, a buscar trabajo. Y es que si bien la familia había podido salir del conventillo y se había mudado una precaria casa en Guaymallén, el día a día era difícil. Porque el trabajo de su padrastro como ordenanza de la Casa de Gobierno y las changas que podía hacer su madre en trabajo doméstico no generaban los ingresos suficientes.
Tras breves pasos por distintas empresas, Daniel llegó a una importante fábrica de conservas y en la que trabajó por 20 años. Allí llegó a estar entre los responsables de Recursos Humanos de la firma.
Tarda en llegar
Entre 2000 y 2001, y mientras Daniel seguía trabajando en la conservera, se encendió en él la curiosidad por iniciar una carrera universitaria. “Siempre me gustó mucho leer, desde chiquito. Cuando tenía algo de plata, me compraba libros. Y a veces leía con una vela o una linternita para no molestar, porque éramos 5 en la misma habitación”, rememora sobre sus años en el conventillo de Las Heras.
Fue entonces que un día fueron a casa de los Sileci los primos de la esposa de Daniel y les contaron que habían estado averiguando para comenzar a estudiar Escribanía en Tucumán. Porque allí existía la carrera específica, en una universidad pública y los padres de ellos vivían en esa provincia. “A mí Derecho fue una materia que siempre me llamó la atención, desde la secundaria en la nocturna y gracias a algunos profes que tuve. Por eso, cuando salió la idea de estudiar Escribanía en Tucumán, me gustó”, sigue el escribano, quien aclara que no tenía ni la más mínima posibilidad de estudiar la carrera en Mendoza en una universidad privada.
Y así fue como, no sin antes sacar Inglés –materia que le quedaba pendiente de sus años en la secundaria nocturna-, en 2001 comenzó la vida universitaria de Sileci. “El cursado en Tucumán nos daba esa posibilidad de no hacer presencial todo el año. Íbamos, nos decían todo el material que teníamos que recolectar para estudiar para los parciales, nos quedábamos en la casa de los padres de uno de mis primos políticos y volvíamos a Mendoza. Y después solamente teníamos que volver a viajar para rendir los parciales”, resume.
Desde entonces, Daniel se acostumbró a las 13 horas de viaje en micro hasta aquella provincia, y también a comunicarse por teléfono fijo –o algunos celulares de esos gigantes y que parecían un ladrillo- con sus compañeros para confirmar los contenidos de las materias y hasta las fechas de los exámenes. El WhatsApp o las redes sociales eran apenas una idea lejana, y si es que allá por 2001.
“Ese primer año llegábamos, repasábamos el mismo día del parcial e íbamos a rendir. Éramos tantos alumnos que rendíamos en un anfiteatro cerca de la Casa de Gobierno”, sigue con su recuerdo.
Los años pasaron, algunos compañeros de Daniel quedaron en el camino y –entre ellos- estuvieron los primos de su esposa. En 2003 quedaba solo él como alumno, y los viajes en micro a Tucumán y que durante un par de años compartió con sus familiares, ahora los hacía solo. Para colmo, en la empresa donde estaba trabajando Sileci el panorama se había complicado. Ya no era tan simple que le dieran autorización para ir a Tucumán a rendir.
“Igual yo me inscribía todos los años. Nunca perdí la ilusión de seguir, aunque me costó mucho acostumbrarme y encontrar un ritmo o un lugar para estudiar, más que ahora me había quedado solo cursando y viajando. A eso se suma que En 2007 me volví a quedar sin trabajo, se me vino el mundo abajo”, agrega Daniel y comienza a darle paso a lo que se evidenciaba como un inminente nuevo abandono de su trayectoria educativa.
Pero Daniel Sileci se mantuvo firme, consiguió otro trabajo en una empresa similar y allí fue cuando decidió optimizar los tiempos: viajar de noche a Tucumán, llegar el mismo día para rendir lo que había preparado y regresar a Mendoza, la misma noche en que había rendido y para estar de regreso en su trabajo al día siguiente.
Un año estuvo Sileci en ese nuevo puesto de trabajo, pero esa empresa quebró y Daniel volvió a quedar sin trabajo. “Entré en un estado depresivo y no lo quería asumir”, aclara. Para 2010, Daniel Sileci se acercaba a los 49 años y estaba sin trabajo, ni tampoco conseguía nada estable.
Y al final hay recompensa
Para la misma época en que Daniel estaba atravesando esta crisis personal, una amiga que él había conocido estudiando Escribanía y viajando a Tucumán –ambos eran mendocinos e iban a aquella provincia en micro- se recibió. Para celebrar esto, invitó a su amigo y compañero a casa y ella le insistió en que priorizara la carrera. Sin trabajo estable, Sileci había invertido algo de dinero en artículos, había alquilado una fotocopiadora y había instalado una librería en el garaje de su casa. Eso sí, con los libros de Derecho siempre consigo. “Cuando no iba nadie a la librería, me sentaba a leer. Y así pasaba horas y horas”, confiesa.
En agosto de 2011, Daniel Sileci comenzó a trabajar con el esposo de su amiga. Él, contador, necesitaba alguien que lo ayudara con las liquidaciones de sueldo. Y esa persona fue Daniel. De hecho, el recientemente recibido de escribano sigue trabajando con él. Y aunque la mantenía en un segundo –o hasta tercer plano-, la carrera universitaria siempre estaba merodeando su vida.
“Todos los años me inscribía con la ilusión de retomar. De vez en cuando iba a Tucumán, aprovechaba y rendía alguna materia: Ya había WhatsApp y tenía como mantenerme en contacto. Así fue como un día me animé y le dije a mi jefe que quería retomar la carrera de lleno”, cuenta. Y aclara que fue entre 2016 y 2017 cuando retomó el cursado de forma activa y prioritaria.
Pero como, por lo visto, nada parecía estar destinado a resolverse de forma simple en la vida de Daniel Sileci, al intentar retomar se encontró con otra dificultad. Y es que el plan de estudio estaba a punto de quedar sin efecto y a Daniel le quedaban –todavía- 10 materias por rendir. Cuando se actualizó el plan, esas 10 asignaturas pendientes se convirtieron en 20 y hasta debió recursar el primer año. “No conocía a mis compañeros, eran todos números raros en un grupo de WhatsApp. Pero ellos me ayudaban grabando las clases, y yo creaba documentos para compartir en el Drive y así poder seguir estudiando”, acota.
Mientras que para muchos estudiantes universitarios la pandemia no trajo más que complicaciones, para Daniel Sileci fue una oportunidad más que favorable. Porque él ya estaba acostumbrado, en cierto modo, a un cursado a distancia y que consistía en viajar simplemente para rendir parciales. Pero con el Covid-19, no solo que se crearon aulas virtuales para los contenidos diarios, sino que las mesas de examen también mutaron a la virtualidad.
Así transcurrieron las últimas 6 materias en la vida universitaria de Daniel, incluida práctica notarial y la engorrosa tarea de completar toda una carpeta con modelo de distintos formularios y escrituras para modelos concretos. Dieciocho horas ininterrumpidas y en las que no pudo siquiera descansar los ojos ni un instante le demandó preparar el trabajo final, el mismo que presentó este 10 de diciembre para obtener el título de escribano.
“Haber terminado la carrera me significa mucho. Para mí era muy importante, fue una satisfacción muy grande, por la alegría y el apoyo de mi familia. Mi actual empleador también me acompañó. La verdad es que costó llegar, pero cuando uno persevera, las cosas salen”, reflexiona casi al final de la charla.
Desde hace ya algunos años, en todo el país el ejercicio para los escribanos está ligado directamente a llamados a concursos para que puedan ingresar a un registro. La otra opción, si no, es que estos profesionales trabajen como adscriptos de otros notarios ya registrados.
“Si consiguiese alguien que me permitiera trabajar como adscripto, me gustaría. También sé que tengo 60 años y me quedan 5 para jubilarme, pero me gustaría y quiero ver la posibilidad de encontrar alguna escribanía que me dé la oportunidad y poder trabajar y palpar lo que es ser escribano”, concluye.