Poco después de la medianoche de un domingo, Daniel Zalazar (30) llegó a la casa del barrio Trapiche de Godoy Cruz donde vivía Lorena Arias, una chica de su edad que había conocido cuando la tuvo de alumna en taekwondo.
Era la primera vez que Zalazar iba a esa casa. La reunión entre Arias y Zalazar se debía a una bebé que la mujer había dado a luz 9 meses atrás. Lorena le aseguraba que esa bebé era fruto de su relación con él. Más tarde, las pruebas de ADN confirmaban que la beba efectivamente no era hija de Zalazar.
El hombre, nacido en Catamarca, criado en Santa Cruz y con diez años de residencia en Mendoza, vivía de enseñar taekwondo: en uno de ellos era profesor de dos de los hijos que Lorena había tenido con otros hombres: uno de 8 años y otro de 11.
"Venite y arreglamos bien el problema", le explicó ella. El profesor se iría alrededor de cinco horas más tarde de esa casa. Pero no con el asunto solucionado.
Alrededor de las 5 de la mañana, después de que la discusión por su paternidad ganara en violencia, el hombre agarró un cuchillo probablemente de la casa- y mató a Lorena.
A la muerte de Lorena sobrevino la de Marta (45), que ocurrió cuando ella intentó impedir el ataque a su sobrina. Con los dos cadáveres esparcidos en un pasillo de la casa, y con la idea de no dejar testigos vivos, Zalazar fue hasta la pieza de la dueña de la vivienda, la anciana Silda Díaz (90), a quien degolló en la misma cama sin darle tiempo a que despertara.
Con su presunta hija y con el nene de 11 años hijo de Lorena, Zalazar creyó que había hecho lo mismo: aniquilarlos Con ellos no fue tan violento, tal vez por ser menores. Los dejó con vida, aunque creyendo que los había matado.
Mientras esta faena criminal se llevaba adelante, otro de los hijos de Lorena, un nene de 8 años, logró escabullirse y pasó un buen tiempo escondido en el patio entre medio de unas macetas, junto con su perro, mientras su profesor de artes marciales recorría la casa con un cuchillo en una mano y una linterna en la otra.
Y después de ver pasar varias veces al asesino cerca de él y tratar de respirar silenciosamente, corrió y con sigilo se metió -también con su perro- en el baúl del Chevrolet Astra de la familia que estaba en la cochera.
Zalazar, cansado de buscar al que creía el único sobreviviente, abandonó la casa, pero antes tomó una vela artesanal, la encendió y la colocó en una base de cerámica; después liberó el gas de las cuatro hornallas de la cocina.
En el momento en que el niño estuvo seguro de que su profesor ya no estaba en casa, salió del baúl, fue a la cama donde estaba su hermano de 11 muy malherido pero milagrosamente consciente; él le dio su celular y el nene de 8 años llamó a su abuela. "Traigan ambulancias, el sabon (así llamaba a su profesor) mató a todos".
Hoy, Daniel Zalazar fue condenado a prisión perpetua.