En comunidades de altura de la Puna jujeña toma fuerza como oportunidad de desarrollo la resignificación del patrimonio biocultural, reconocido en el pastoreo y el manejo de camélidos o en el hilado y tejido artesanal de su fibra, entre otras prácticas que atesoran conocimientos ancestrales en armonía con la singular geografía y los recursos disponibles.
Tal es el caso de experiencias en Santa Catalina, el poblado más septentrional del país y uno de los más altos, a 3.800 metros sobre el nivel del mar (msnm), donde distintas instituciones confluyen para articular con sus habitantes iniciativas que contrarresten una latente erosión cultural.
El grupo de investigación Vicam (vicuñas, camélidos y ambiente) es uno de los que trabaja junto a las comunidades del lugar, principalmente para recuperar la práctica comunitaria conocida como “chaku”, de esquila de vicuñas en estado de silvestría.
Integrando el conocimiento indígena con la ciencia moderna asociada al bienestar animal, se apuesta a la obtención de la apreciada fibra, de alto valor y demanda internacional.
Para ello trabajan con asociaciones locales como el Consejo Comunitario de Santa Catalina, conformado por las comunidades indígenas Aucapiña Chambi, Atu Saphis y Peña Colorada-Canchillas, que suman alrededor de 250 habitantes.
TIEMPO DE CAMBIOS EN LAS MONTAÑAS
“Es difícil la vida en nuestras comunidades, con campos desiertos. La gente mayor es solo la que se queda, con la cría de llamas y ovejas. Los chakus se muestran como una fuente alternativa de trabajo”, contó a Télam Fabio Bejerano, coordinador de dicho Consejo.
En principio, según relató, avanzaron en tomar conciencia sobre el cuidado de las vicuñas, a las cuales “se les había tomado cierto recelo, porque no se las puede matar por estar prohibida su caza, pero comían el pasto de los camélidos y ovinos, arruinaban alambrados”.
“Aprendimos cómo podíamos trabajar con las vicuñas, sobre su comportamiento, del contagio de enfermedades y siempre estamos organizando eventos vinculados”, destacó Bejerano y apuntó que en 2013 tuvieron un primer chaku, que sumó además la participación de la Universidad Nacional de Jujuy y el Conicet, además de instituciones locales.
En torno al desarrollo del lugar, reflexionó sobre la necesidad de más proyectos como el de las vicuñas, que respeten la cosmovisión de las comunidades indígenas, aborden el cambio climático y eviten un “gran desarraigo” en registro.
“Hacen falta programas impulsados por el Estado que se generen de manera conjunta y den valor agregado a los recursos con los que contamos”, valoró, mientras se mostró optimista ante la creencia de estar atravesando un pachakuti -”tiempo de cambios” en la cultura andina-, por el que “las comunidades van a tomar auge”.
Finalmente, ponderó las iniciativas que sostienen los mismos pobladores y su transmisión a los más chicos, como la alfarería, curtido de cuero, cría de truchas, un invernadero y una radio, entre otros.
Entre las prácticas de revalorización se encuentra el hilado con pushka, respecto al cual el grupo Vicam comandó recientemente un concurso para indagar acerca de la persistencia de los conocimientos legados.
La actividad se dio en la celebración del 2022 como Año Internacional del Desarrollo Sustentable de las Montañas, e incluyó también una intervención educativa en la escuela primaria de la zona, en línea con el mensaje “las montañas importan: para la gente y el planeta”, proclamado por la Asamblea General de la ONU.
(*) Corresponsal de Télam en Jujuy