A tres meses desde su asunción, el gobierno del presidente Javier Milei evitó una espiralización inflacionaria. El problema es que el esquema de ajuste que moderó la inflación no es el más apropiado para llevarla a niveles normales.
Así lo destaca en un informe Francisco Ballester, director de análisis económico de la fundación Ecosur, la entidad creada por la Bolsa de Comercio de Córdoba junto con Guido Sandleris, expresidente del Banco Central de la República Argentina (BCRA), cuyo lanzamiento se concretó la semana pasada. Junto con Fabio Ventre, director de Consultoría, serán los encargados de llevar adelante el trabajo de la fundación que reemplazará al anterior Instituto de Investigaciones Económicas de la Bolsa.
“Bajar la inflación desde niveles como el actual requiere, además de fundamentos sólidos en lo fiscal y monetario, políticas de coordinación, para atenuar las expectativas. Si el Gobierno recurre sólo al ajuste fiscal y al monetario, la baja de la inflación será más lenta y costosa en términos de actividad”, señala.
Para Ballester, la devaluación del dólar oficial en diciembre era ineludible, dada la brecha cambiaria heredada de 170% y porque, producto de esa brecha, las reservas netas habían caído hasta un valor negativo de U$S 11 mil millones y seguían en caída. Esto desencadenaba inevitablemente una aceleración en la inflación.
“Lejos de salirse de control, la inflación ya está cerca del nivel pre-devaluación. El relevamiento realizado por el BCRA a fines de diciembre indicaba una expectativa de inflación acumulada entre noviembre y febrero de 88%. Finalmente, y todavía sin el dato oficial de febrero, el aumento de precios en esos tres meses habría sido alrededor de 70%, cerca de 18 puntos inferior a lo esperado”, señala.
Recesión y anclaje
Según el economista, dos elementos explican esa desaceleración de la inflación: la recesión y el anclaje de expectativas usando el tipo de cambio.
La recesión es producto de la “licuación”. Tanto los salarios y jubilaciones como el stock de pesos transaccionales –circulante y depósitos a la vista– en manos del sector privado fueron “licuados” hasta alcanzar sus niveles mínimos en casi dos décadas (en términos reales). Quiere decir que se contrajeron tanto los ingresos como la riqueza en pesos, lo que limitó la capacidad de la demanda para convalidar aumentos de precios.
El problema es que seguir usando la recesión como herramienta anti-inflacionaria no es sostenible políticamente; más temprano que tarde, se resentirá la popularidad del Gobierno.
Por su parte, el ancla a las expectativas está dada por el deslizamiento del dólar oficial a un ritmo de 2% mensual. Pero sostener el tipo de cambio moviéndose continuamente por debajo de la inflación haría que la economía se volviera demasiado cara en dólares. Significa alimentar un nuevo desequilibrio macroeconómico.
El problema de dolarizar
Ante este panorama, el economista resalta la necesidad de un programa antiinflacionario que no genere nuevos desequilibrios, que no sea tan costoso en términos de actividad y que derrumbe las expectativas inflacionarias. Ante esto, hay dos opciones: dolarización o plan de estabilización.
“Hoy no es viable una dolarización”, previene Ballester. Una razón es el tipo de cambio al que se convertirían en dólares los pesos existentes y la otra es el porcentaje de depósitos que efectivamente estarían respaldados por dólares. En ambas variables, juega un papel crucial el nivel de reservas en el BCRA. Si bien estas se recuperaron mucho, todavía están en un nivel negativo en torno a los U$S 3 mil millones. Si subieran rápidamente hasta un nivel positivo de U$S 10 mil millones, la cantidad existente de pesos por dolarizar –pesos en circulación más depósitos– haría que el tipo de cambio de dolarización –con respaldo pleno de los depósitos– fuera de $ 6.200 pesos. Devaluar hasta este tipo de cambio generaría una hiperinflación.
Por otro lado, si se quisiera dolarizar a un tipo de cambio cercano al actual, por ejemplo $1.500, esos supuestos U$S 10 mil millones sólo alcanzarían para respaldar al 15% de los depósitos. En este caso, habría un riesgo muy alto de corrida bancaria.
Cómo estabilizar
Queda entonces la opción de un plan de estabilización. Estos planes incluyen medidas de shock que derrumban las expectativas de inflación y ayudan a que la inflación baje con poco o nulo costo sobre la actividad. Los requerimientos principales son: fundamentos sólidos en lo fiscal y monetario, algún elemento que coordine expectativas y que los precios relativos estén cerca de su nivel de equilibrio, para que no ocurran grandes correcciones después de la desinflación.
Ya hubo avances en el primer paso, pero hay problemas con el segundo y en el tercero. El mecanismo utilizado generalmente para coordinar expectativas es la política de ingresos, pero el Gobierno no hizo intentos en esa dirección. Por el lado de los precios relativos, ya hubo algunas correcciones (tipo de cambio) y faltan otras (tarifas energéticas). Pero el principal problema aquí es que, con los ajustes hechos, el salario real quedó muy por debajo de su nivel de equilibrio (ver gráfico). Con salarios tan bajos, una estabilización rápida sería difícil, ya que las presiones para la recuperación salarial podrían filtrarse hacia los precios.
Al respecto, Ballester concluye: “Implementar un plan de estabilización significaría, para el Gobierno, incurrir en el costo de dejar nuevamente de lado algunos de sus dogmatismos. Seguir este camino requeriría que lidere mecanismos de coordinación por fuera de los de mercado. El Presidente se ha manifestado en general en contra de entrometerse en la determinación de precios. Sin embargo, también ha demostrado ser lo suficientemente pragmático para priorizar el equilibrio fiscal antes que las promesas de no subir impuestos. Si ahora busca una baja más rápida y menos dolorosa de la inflación, probablemente tenga que pagar nuevamente el costo de romper un dogma”.