En su DNI dice Hermenegildo Sábat, pero todo el mundo lo llamaba simplemente "Menchi". Su estudio, en plena "zona caliente" de la redacción del diario Clarín quedó tapizado de fotos de gente que lo inspiró: Duke Ellington, John Lennon, Groucho Marx, Rembrandt, Gardel, Borges, Marlon Brando, Ingmar Bergman y otros muchos, muchísimos más. Allí también supo acopiar recortes de diarios que fue coleccionando con el correr de los años, títulos insólitos como "Un comerciante mató a otro asaltante" o "Preocupa el tráfico de papas desde Bolivia". Así fue como trabajó el más grande de los caricaturistas políticos de la Argentina, un tipo nacido en Montevideo en 1933, que fue durante sus 85 años de vida, ampliamente reconocido como uno de los grandes de su oficio a nivel mundial.
En esta charla íntima de hace algunos años, Sábat habló acerca de su trabajo y de la manera en que captó la esencia de los grandes personajes de la historia argentina reciente. Pero "Menchi", como tantos otros grandes, detestaba hablar de sí mismo. Así que lo que salió fue esta conversación- que vale la pena recordar- sobre lo que era su verdadera y gran pasión: la música.
¿Cuándo fue que descubrió que tenía el don del dibujo?
Para mucha gente, esta habilidad puede que parezca un don o algo así, pero a mí me complicaba mucho la vida: me la pasaba dibujando, no me podía concentrar, no me conectaba con lo que hacían mis compañeros. Así que lo mejor que podía hacer era sacarle partido y por eso ya a los 16 años comencé a publicar mis primeras cosas y a los 21 ya estaba dentro de la redacción de un diario, allá en Montevideo. Luego pasé al diario El País, donde había publicado una de mis primeras caricaturas, que era la de un jugador de fútbol uruguayo. Allí hacía un poco de todo –dibujaba, escribía– hasta que me propusieron que fuera Secretario de Redacción. Y como yo no servía para andar siendo jefe, acabé renunciando y me vine a la Argentina. Era el año 1966.
¿Cómo recuerda esos primeros tiempos en la Argentina?
Durante los primeros años tuve dificultades y recién me acomodé un poco cuando, en 1971, entré al diario La Opinión, donde estuve hasta que en marzo del 73 entré a Clarín. Mi mamá era porteña y yo tenía familia en Buenos Aires, así que crucé el charco a ver qué pasaba. Buenos Aires era muy interesante por esa época. Había algunos lugares muy buenos para ir a ver tango, como uno de la calle Cangallo, donde tocaba Lucio Demare, y el Viejo Almacén, que comandaba Edmundo Rivero, lugares donde se vivían los últimos coletazos del romanticismo en el tango.
También aquella era una buena época para el jazz...
Y, sí. Era la época de Oscar Alemán, por ejemplo. Y también de muchísimos conjuntos de aficionados, muy estudiosos de este género, como la Guardia Vieja Jazz Band, integrados por músicos maravillosos. Y, al mismo tiempo, había tipos que militaban en lo que entonces se llamaba el "jazz moderno", el más famoso de los cuales era Lalo Schifrin, que tocaba en un boliche en el centro que se llamaba 676, donde también se presentaba Piazzolla. Era gente muy talentosa y que amaba la noche. Una noche muy bohemia que creo que ya no existe más.
Con Piazzolla usted tuvo una relación bastante cercana.
Piazzolla, para mí, fue la figura más trascendente de la música argentina. No hay con qué darle. Yo tuve el placer de conocerlo bien. Me lo presentó Horacio Ferrer y así pude descubrir que, además de poseer un enorme talento natural, era un gran trabajador, un tipo que se levantaba y se ponía a tocar el piano durante horas y horas. Piazzolla era un tipo muy culto, musicalmente hablando. Digo musicalmente, porque para otras cosas creo que era medio esnob. Había estudiado en Francia y tenía una formación musical impecable. Lo lamentable es que aquí sigue siendo un personaje discutido y hasta ignorado, cuando en otros países del mundo es considerado como uno de los grandes de la música del siglo XX.
Piazzolla debió ser todo un personaje, ¿qué recuerda de él?
Piazzolla, como buen tanguero, era medio melancólico. Y le gustaba contar historias. Recuerdo que una vez me contó cómo fue su ingreso en el mundo del tango. El entró muy jovencito a la orquesta de Aníbal Troilo y le sorprendió mucho el ambiente que se vivía. Por ejemplo, una de las cosas que lo había dejado impactado fue enterarse que el famoso cantante Francisco Fiorentino era, además de músico, un reconocido cafisho, que tenía varias mujeres que trabajaban para él.
¿En dónde reside la esencia de un personaje?
Creo que una parte muy importante de la personalidad de la gente está en el rostro. Hay gente que se ha dedicado al estudio de esto. Uno de los más famosos fue Cesare Lombroso, un italiano que establecía tipologías criminales según el rostro de la gente. Obviamente que esas son ideas que ya han sido superadas, pero mi padre tenía el libro y para mí fueron una revelación cuando lo leí de chico.
¿Y cómo hace, entonces, para captar eso que plasma en sus retratos?
A mí no me gusta trabajar de memoria. La memoria no es muy confiable que digamos. Por suerte, cuento con la ayuda del archivo fotográfico del diario, que me permite contrastar mis imágenes mentales con imágenes reales. Para hacer esto que hago hay que ser observador, y eso es algo que a veces te trae problemas. Me acuerdo que una vez, en el subte me quedé mirando a un tipo. Y lo miré tanto que me encaró. "¿Qué hay, que mirás?", me gritó. Era Guillermo Patricio Kelly, no sé si alguien se acordará de él.
¿Los rostros de la gente que ocupa el poder tienen un denominador común?
Lo que se repiten son las circunstancias. El denominador común del poder son sus circunstancias. Y los rostros están moldeados por ellas. En determinados momentos políticos hubo situaciones que me permitieron hacer cosas mejores que otras, ha habido momentos de mucha monotonía, ha habido momentos de mucha mediocridad. Y, en esos contextos, tuve aciertos y desaciertos.
¿Lo suyo es periodismo?
Yo lo que trato de hacer es una síntesis visual que, a lo mejor, es difícil expresar con palabras. Me es muy difícil definir exactamente lo que hago. Una vez, para una entrevista que me hicieron en la revista Time, dije que mi profesión es similar a la de los pianistas de cabaret: que tocan en medio del barullo, del humo de los cigarrillos, del chocar de las copas, pero nunca pueden equivocarse en una nota. Es una definición que me surgió así nomás, pero que me gusta bastante.