La inundación del 7 de marzo dejó a Bahía Blanca sumida en una emergencia profunda: viviendas destruidas, familias desplazadas y una reconstrucción que avanzó con dificultad. En ese escenario, la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) anunció una iniciativa que despertó expectativas inmediatas: por cada gol que marcara la Selección mayor, se donaría una casa a los damnificados.
El anuncio fue realizado por Claudio “Chiqui” Tapia en conferencia de prensa y presentado como un gesto solidario concreto. No se prometieron viviendas lujosas, pero sí soluciones habitacionales dignas para quienes lo habían perdido todo. Los goles llegaron: cinco en partidos oficiales (cuatro ante Brasil y uno frente a Uruguay) y dos más sumados como “gesto extra” tras un amistoso entre la Selección mayor y la Sub-20. El saldo fue de siete casas.
Sin embargo, lo que se anunció como una respuesta rápida a la tragedia terminó convirtiéndose, para las familias beneficiarias, en una nueva fuente de frustración. Las viviendas comenzaron a llegar recién entre fines de julio y comienzos de agosto, cuando ya habían pasado varios meses desde la inundación y la urgencia seguía siendo la misma.
Al verlas instaladas, los vecinos se encontraron con una realidad inesperada. Las llamadas “casas de la AFA” eran casillas de madera extremadamente precarias, sin aislación térmica ni acústica, con filtraciones visibles y estructuras endebles, armadas de forma rudimentaria. “Cuando hay ráfagas fuertes, la casa se mueve toda”, relató una vecina. Otro testimonio fue aún más crudo: “Si llega a haber un tornado como el de la otra vez, esto se levanta”.

La falta de servicios básicos agravó la situación. Durante meses, las viviendas no contaron con cloacas, lo que obligó a las familias (muchas con chicos) a hacer sus necesidades en baldes dentro de la casa. “Yo tenía el olor adentro, en las cortinas, en todo”, contó una mujer. Recién semanas atrás comenzaron a hacerse los pozos, aunque al momento de los testimonios todavía no había avances concretos para una conexión definitiva.
El interior de las casillas expone con claridad la precariedad: un único ambiente que funciona como dormitorio, comedor y cocina, y un baño mínimo. El supuesto aislante es apenas una tela sostenida con cinta adhesiva. En algunos sectores, la luz del día entra directamente desde afuera, dejando al descubierto la falta total de hermeticidad frente al frío, el viento o la lluvia.
El malestar en el barrio se profundizó por otro motivo: para instalar al menos tres de las viviendas se eliminó una pequeña cancha de fútbol que los vecinos mantenían como espacio comunitario para los chicos. “La AFA, que es fútbol, le sacó la cancha a los chicos”, resumió un vecino, mientras señalaba los arcos tirados a un costado del terreno.
Según relatan las familias, su incorporación al programa se dio a través de asistentes sociales, con la aclaración de que se trataba de viviendas de emergencia y la promesa de futuras ampliaciones de material. “Supuestamente nos van a dar una ampliación de 6 por 4, toda de material, y traer los materiales”, explicó una de las mujeres que vive allí desde septiembre. Hasta ahora, esa promesa no se concretó.
Para los vecinos de Bahía Blanca, las siete casas que llegaron tras la inundación no simbolizan la solidaridad anunciada, sino una respuesta tardía y deficiente. “No esperábamos un palacio, pero sí algo digno”, repiten.



































