Pegados al centro, lejos de un buen hogar

En el puente Sarmiento está la villa más próxima a la plaza San Martín. En el lugar ni siquiera hay acceso a agua potable. Los vecinos reclaman viviendas, pero por ahora no hay solución.

Pegados al centro, lejos de un buen hogar
Villa a metros de Puente Sarmiento

Por Juan Pablo Martínez.

Del otro lado del Suquía, arriba de una loma, ocultos detrás de una gran cantidad de árboles, viven unas 15 familias que todos los días batallan por subsistir. Pasan inadvertidos, pero están apenas a 14 cuadras de la "city" financiera, del San Martín que está frente al Cabildo y que apunta con su dedo índice hacia la Cordillera de los Andes. Estas familias, cuyos ingresos apenas les alcanzan para algo de comida y un techo precario, viven frente al Hospital de Urgencias.

Esta villa está a metros del puente Sarmiento y es la más próxima al centro de la ciudad. La mayoría sus habitantes son "naranjitas", pero también hay obreros, pintores, niños y personas que por alguna incapacidad física no pueden trabajar.

Néstor y su mujer, Leticia, llegaron hace un mes al asentamiento. Su vida diaria se hizo cuesta arriba cuando comenzaron a escasear las posibilidades de conseguir trabajo en las construcciones de la ciudad, entonces decidieron dejar de pagar el alquiler en la pensión en la que vivían.

“Teníamos que pagar una fortuna, como tres mil pesos mensuales por una pieza con un baño compartido, ya no nos alcanzaba para la comida; y por un conocido llegamos a este ranchito”, cuenta Néstor frente a la puerta de su casita precaria, hecha con cartones, maderas y chapas, de apenas una habitación sin puerta, sin baño, sin agua.

Leticia sostiene que mudarse fue “la mejor decisión”. Ahora no comparte baño con personas que no conoce, y a eso lo valora mucho por el bienestar de su hijo, a quien manda a un colegio en barrio General Paz: “Además me puedo ir caminando a todos los hospitales y estoy en el medio de un tratamiento contra el asma, que se me agudizó por el frío y el agua que se mete a la casa cuando llueve. Yo creo que lo voy a poder superar para poder volver a trabajar”, dice Leticia.

Un algarrobo centenario es el corazón de este asentamiento, su gran copa le da sombra y refugio a estas familias. Justo frente a él vive Walter Ramírez, quien llegó al lugar en 2006. El patio de su ranchito tiene una vista privilegiada a la Costanera y al río Suquía: ahí tiene su parrilla y decenas de plantas que cuida todos los días.

Walter es naranjita, cuida vehículos en el Centro, en la calle Santa Rosa, y considera que la ubicación de esta villa es “ideal” para él por la facilidad de acceso que tiene, pero está dispuesto a mudarse si pudiera conseguir una vivienda que mejore su calidad de vida.

Agua, un lujo escaso. En este asentamiento la falta de agua potable es un drama cotidiano. Dentro de cada uno de los ranchitos hay entre uno o dos carritos de supermercado. No están llenos de comida, sino de bidones vacíos.

Todos usan los recipientes para abastecerse de una “toma” (llave) de Aguas Cordobesas que se encuentra a unos 200 metros de la villa, a la altura del puente Sarmiento.

Cada vecino tiene su manguera y todos repiten el mismo ritual para conseguir el agua con la que más tarde van cocinar, limpiar o higienizarse.

Con el carrito cargado de bidones, los vecinos cruzan el espacio verde que los separa de la calle Sarmiento, para luego cruzar el puente, donde el tránsito es incesante, y llegar a la “toma”.

En la esquina con Ovidio Lagos está la improvisada canilla comunitaria de la red de Aguas Cordobesas a la que deben retirarle la tapa, conectar la manguera y abrir la llave de paso. Luego, los bidones se llenan uno por uno, y con el changuito cargado, otra vez cruzan el puente.

“Es lo más difícil que tiene este lugar, con los dos carritos que tengo me alcanza para tener agua durante toda la semana yendo una sola vez a cargar”, asegura Walter en su hogar.

Néstor está contento con no tener que pagar más pensión, pero reniega con el agua. Su familia tiene un lavarropas que dejaron de utilizar, también por la falta de una conexión eléctrica segura.

Al fondo de barrio vive Cristian Gatica con su familia. Su mujer lava a mano decenas de prendas de ropa, todo queda colgado frente a la casita de madera que habitan. El carrito de súper con los bidones está afuera. Aquí se pierde de vista al gran algarrobo y aparecen las figuras de los edificios de barrio General Paz, el nuevo polo de desarrollo urbanístico de la ciudad.

Esta familia llegó hace seis meses al asentamientos. Ellos también lo hicieron tras ser expulsados de la pensión en la que estaban por no poder hacerle frente al alquiler.

Mientras dialogan con Día a Día una sopa se hace dentro del rancho, en la hornalla del anafe que es alimentado por una garrafa. En la incomodidad, todas estas familias se esperanzan poder dejar el asentamiento y mudarse a viviendas dignas, conseguir trabajos estables.

Por ahora tienen un consuelo: viven en la villa más próxima al Centro y esa cercanía al corazón de la ciudad los hace sentirse menos excluidos.

En terrenos fiscales. Desde el Ministerio de Desarrollo Social de la Provincia aseguran que pensar en un plan de vivienda para estas familias en esa zona es inviable, porque se encuentran usurpando tierras nacionales pertenecientes al ferrocarril.

Por otro lado, remarcaron que actualmente la Provincia no tiene en carpeta planes de construcción de viviendas para vecinos en asentamientos de emergencia, por lo que tampoco es viable una relocalización.

La semana pasada, luego de las intensas lluvias en la ciudad, asistentes sociales del ministerio fueron al lugar a realizar un relevamiento y detectaron una necesidad habitacional de unas 20 viviendas.