Por Laura Giubergia
"Siempre, siempre, hay algo para dar". Ángela habla con la convicción que sólo su inmenso corazón le da. Esa convicción que la lleva a esperar hasta la medianoche a dos pequeños vecinos que terminan tarde la recorrida en el carro. "Si no los espero, no comen", advierte, mientras le ayuda a su nuera Yanina a picar los tomates y las cebollas que van a saborizar el guiso.
"Acá tenemos 50 pesos de alitas de pollo, tomate, cebollas, una lata de arvejas, un poco de puré de tomate, menudos y dos bolsas de arroz. Y el pan, porque nunca puede faltar el pan", dice, señalando los ingredientes dispuestos sobre la mesada.
La buena voluntad y la solidaridad hacen que esos cerca de 50 platos de comida puedan estar servidos cada noche para los niños de IPV Argüello desde hace dos meses, cuando la necesidad golpeó la puerta de la casa de Ángela, hoy devenida en el comedor infantil "Los Angelitos".
Pablo Molina, del proyecto Plato Lleno, es uno de los colaboradores frecuentes del comedor. La premisa de la organización que integra es "rescatar" comida sobrante de eventos o de comercios, para acercarla a dónde más falta hace.
"Llevamos 8 meses rescatando comida que queda de cumpleaños o de cualquier fiesta, y la llevamos a comedores y merenderos de Córdoba", cuenta Molina, un empleado municipal que también da clases de rugby y hockey en el barrio.
"Yo estaba en el playón y había dejado estacionada mi camioneta. Ángela vio el logo de Plato Lleno ploteado en la puerta, entonces se acercó y me preguntó de qué se trataba. Desde ese día incluimos este comedor entre los lugares en los que repartimos las donaciones", explica el hombre, mientras ayuda a servir. Y detalla que también colaboran con el comedor de un asentamiento en barrio Centro América.
"Yo fui un pibe más como ellos en Cruz del Eje, de una familia muy humilde, por eso tengo la necesidad de ayudar. Por suerte mis hijos me acompañan en esto, somos ocho familias haciéndolo", resume. Y asegura que sus cinco hijos de sangre y un sexto del corazón le ponen el hombro a la labor que iniciaron a principio de año.
Ángela asiente con una sonrisa, porque desde que se embarcó en el proyecto del comedor busca quienes la ayuden a sostener la entrega diaria. “Un poco de pollo me lo donaron, otro poco lo compré. El panadero me da el pan, pan fresco. Pablo también me trajo arroz, fideos y sal. Tengo pocos colaboradores, pero seguros”, refuerza. Y agradece.
Y así, juntando buenas voluntades, Ángela y Yanina ponen la casa y la mano de obra para que la olla esté repleta de rica comida, que se reparte a cucharones entre los platos que los niños acercan hasta el comedor de Alfredo Pian 7491.
Necesidad. "Antes teníamos negocio, pero desde hace varios años hacemos pizzas y empanadas para vender. Lo que pasó fue que empezaron a venir cada vez más niños a pedirnos una porción, o alguna sobra", repasa la mujer.
Uno pidió un día, al otro día eran dos, y con el correr de las semanas se fueron sumando niños con necesidad. “Son niños que, si no comen acá, no comen nada caliente. ¿Cómo no voy a prepararles algo?”, se pregunta Ángela.
–¿Siempre te alcanza?
–Hacemos que siempre alcance. Un día se nos terminó la comida, y vinieron unos chicos cuando ya no quedaba nada. Rápido con la Yani nos pusimos a pelar unas papas, y les dimos papas con huevo. Porque siempre, siempre, hay algo para dar.
Y si ellas pueden..., ¿quién va a decir que no?