Se cumplen 30 años del crimen de María Soledad Morales. La joven catamarqueña de 17 años que desapareció a la salida de una fiesta estudiantil y fue encontrada tres días después por dos obreros de Vialidad Nacional sobre la ruta 38. Su cuerpo estaba cuerpo semidesnudo. Había sido violada.
El hecho conmocionó a la provincia y a todo el país por la crueldad del asesinato pero también por el vínculo político del caso que terminó con la renuncia del gobernador de ese entonces, Ramón Saadi.
El 7 de septiembre de 1990 se vio por última vez a María Soledad, desapareció después de ir a bailar por la elección de la reina del estudiante del colegio al que asistía en la capital catamarqueña.
Los restos estaban quemados con cigarrillos, sin orejas ni un ojo, con la mandíbula fracturada, con el cráneo apastado y sin cuero cabelludo. Su padre pudo reconocer el cadáver por una pequeña cicatriz en la muñeca izquierda. La autopsia probó que la muerte se debió a un paro cardíaco causado por una sobredosis de cocaína.
Allí comenzó la lucha por justicia por María Soledad. La religiosa Martha Pelloni, rectora del colegio al que asistía lideró las incansables marchas del silencio que se multiplicaron en el país pidiendo justicia por la joven.
La insostenible sostenible situación política en la provincia derivó en la renuncia del entonces gobernador Ramón Saadi. Debido a ello, el presidente Carlos Menem ordenó la intervención de la provincia y rápidamente la investigación del homicidio apuntó contra los llamados "Hijos del Poder". Se trata de Pablo y Diego Jalil, sobrinos del entonces intendente, José Jalil; Guillermo Luque, hijo de un diputado nacional, y Luis Tula, novio de la joven asesinada.
El 27 de septiembre de 1998, ocho años después del crimen, Luque fue condenado a 21 años de cárcel por asesinato y violación, mientras que Tula recibió 9 años de pena por ser encontrado partícipe secundario de ese abuso sexual. Actualmente ambos residen en pleno centro de la capital catamarqueña.