El Gobierno ha cumplido el requisito básico para alcanzar el más alto nivel de necedad. En una entrevista concedida al diario Financial Times, Alberto Fernández, a mediados del año 2021, afirmó: “Francamente, no creo en los planes económicos.”
¿Qué se puede esperar de un presidente que piensa así? Obviamente, no se trata de un estratega. Parece ser un partidario del “vamos viendo”. Coyunturalismo puro.
Por años, una suerte de “ejército de creyentes” ha sostenido los populismos, engañando a buena parte de la gente. Hasta que los resultados golpean duramente.
Desde principios de este año, el tamaño del “ejército de creyentes” viene cayendo dramáticamente. Evidentemente, la gente no come vidrio.
La desconfianza en el Gobierno se vislumbra claramente en la huida del peso. La velocidad de rotación del dinero se ha acentuado.
Es decir, la gente se deshace lo más rápidamente posible de los pesos para dirigirlos a la compra de dólares o de bienes. Y así se acelera la inflación que este año llegará seguramente a más de 150%. Se explica, entonces, por qué la propuesta de dolarización fue tan atrayente en las recientes elecciones.
Un indicador claro de la desconfianza es el de la brecha cambiaria. Luego de la devaluación post PASO, en lugar de reducirse, la brecha aumentó. Hoy la distancia entre el dólar libre y el contado con liquidación (CCL) gira en torno al 130%. Es mayor que el 120% de julio del año pasado, cuando Martín Guzmán renunció, y más aún del 40% del 2015, cuando Mauricio Macri quitó el cepo cambiario.
Ciertamente, el Ejecutivo no ha creído ni cree en planes. Pero, el problema de la deuda ha exigido determinados planes, con sucesivas correcciones por falta de cumplimiento.
Ya en el límite de los soportable y habiendo cumplido los deberes, el FMI aprobó la quinta y sexta revisión del acuerdo con Argentina y, en consecuencia, realizó el desembolso de USD7.500 millones.
Sin embargo, la desconfianza no ha amainado, por el contrario, sigue aumentando, con un Gobierno sin credibilidad y extremadamente débil.
Terminaron las PASO, y tiene los días contados. A partir del reciente acuerdo, el FMI se retira de las negociaciones hasta que asuma el próximo Gobierno. Por lo tanto, acabamos de ingresar en un período de transición que, por definición, exige mucha fortaleza política, algo que justamente escasea sobre todo después de las recientes elecciones, donde el ministro de Economía es el candidato presidencial oficialista que ha mostrado un papel débil.
El Gobierno se aboca, ahora, únicamente a apagar incendios. Y ha lanzado un programa -en cuenta gotas- para sostener la actividad económica, a fin de paliar la grave situación donde los más humildes llevan la peor parte.
El programa incluye “mejoras” salariales y de jubilación, créditos para Pymes y fomento de la exportación, junto con la reducción de determinados derechos de exportación. En un ambiente enrarecido, se destaca la posibilidad de que la industria oleaginosa pueda disponer del 25% de las divisas exportadas, algo que debería incrementar la capacidad de pago interna y, en consecuencia, a los productores/tenedores de soja.
En vista de la inflación esperada, lamentablemente, los beneficios del programa se licuarán en gran parte. Hoy se aprecian las consecuencias de la falta de un plan, en un cuadro donde lo que impera es la desconfianza.
Falta muy poco para la llegada de un nuevo Gobierno. Pero si no hay un drástico cambio de rumbo con generación de confianza, el país se dirigirá a la hiperinflación.
La suerte sobre una buena cosecha jugará papel importante, pero no suficiente para salir de la emboscada.
El punto no es menor pues, después de tres años de Niña, se aproxima un Niño. Pero sus características están cambiando permanentemente. Los otrora pronósticos de grandes y generalizadas lluvias ahora apuntan a un evento más moderado. De cualquier manera, el escenario futuro es mejor.
Basta de depender de la suerte. Urge un cambio que plantee un plan integral con suficiente fuerza para llevarlo adelante. Se requieren poder político y equipos que brinden un marco de credibilidad porque la magnitud de las reformas será muy intensa y no todos podrán entender el proceso y, por lo tanto, apoyarlo.
Después de las elecciones, ha aparecido la luz. Gran parte del electorado ha votado por un cambio de rumbo; por mayor libertad, por políticas más amigables con la libre empresa y, consecuentemente, con el campo. La sequía ha dejado en claro el peso del sector en la economía.
El nuevo Gobierno deberá actuar con extrema velocidad, sabiendo que el paso del tiempo será su mayor enemigo.
Si actúa con racionalidad, el promotor será el agro pues el fenómeno El Niño y el potencial competitivo del sector generarán millones de dólares de exportaciones. A ello, se agregará la oportunidad energética, considerando que somos el segundo país en desarrollo de recursos no convencionales y tecnológicos.
¿Se están abriendo las puertas a una nueva etapa? Uno diría que sí.