Dos vertientes de opinión ya se enfrentan de manera soterrada en el oficialismo nacional.
Están los que creen que los más recientes errores políticos son consecuencia del angosto margen de error que le deja al gobierno la crisis económica. Caminando en un desfiladero, siempre hay tropiezos.
Y están los que piensan lo contrario. Que las equivocaciones son deméritos propios, producto de la incomprensión de la gravedad de la crisis y sólo contribuyen a agravarla. Muchos en el oficialismo ni se dieron cuenta del desfiladero por el cual caminan y con cada error aumentan el riesgo de caída.
Después de varios experimentos -con mesas políticas estrechas y gabinetes largos, con mesas ampliadas y gabinetes chicos- el Gobierno nacional ha persistido en un modo de funcionamiento que reproduce una y otra vez el mismo modo de cometer errores.
El politólogo Eduardo Fidanza utilizó la misma figura propuesta tiempo atrás en esta columna para describir esa pulsión autodestructiva de la coalición gobernante. Son disparos en el pie.
Pero la recurrencia en el método sugiere a esta altura una conclusión poco agradable para el desempeño presidencial. Si con distintas configuraciones de la administración, los errores se repiten del mismo modo, algo de la conducción está funcionando mal en el vértice.
Analizar el obsequio político que le hizo Macri a la oposición con las idas y vueltas en el cobro del ajuste retroactivo en la tarifa del gas, revela una rutina del error que en un contexto de recesión económica irrita a toda la sociedad.
Javier Iguacel, el secretario de Energía, dispuso un ajuste que fue presentado como la actualización de facturas ya pagadas para compensar la suba del dólar.
Ya es materia prescripta de chismes para comadres si lo hizo con el conocimiento del ministro Dujovne, al que en teoría reporta. La decisión fue del Gobierno y fue comunicada por la misma vía del más reciente fracaso comunicativo oficial: a través de un video brevísimo en redes sociales.
La notificación le fue cargada por la Jefatura de Gabinete a la cuenta personal del Presidente y sólo subrayó la inevitabilidad de la medida. Podría el oficialismo haber recurrido de inicio a su línea argumental más sólida. Sobre el engaño que significa para los usuarios eludir los ajustes de precios dolarizados por la vía subsidaria, sin explicar que a los subsidios también los paga el bolsillo del contribuyente.
Otra vez el radicalismo salió a tomar distancia de la medida, habilitando al peronismo a duplicar la suya. De nuevo aparecieron impugnaciones judiciales que recordaron aquel primer ajuste tarifario que escaló hasta la Corte Suprema. Donde entonces Ricardo Lorenzetti no era el juez herido que es hoy.
Otra vez el Ejecutivo dejó correr el costo político hasta que el Congreso armó la acechanza de una sesión especial y aún Cristina Fernández tuvo su minuto de alivio, hablando de los padecimientos sociales por la crisis, antes que de los propios con los jueces.
El jefe de Gabinete se quedó con un video de Instagram entre las manos y una semana de ausencia en su responsabilidad de vocería. Hasta que el retroceso se tornó inevitable. Tanto que la oposición tuvo margen para recordarle al oficialismo que a la vía subsidiaria que eligió finalmente, también la pagan los contribuyentes. Sombra terrible de Aranguren.
Mientras esa secuela de desaciertos era protagonizada por un ala de la coalición gobernante, por otro flanco se desenvolvía la saga de Elisa Carrió contra el ministro Germán Garavano.
La prueba de que Garavano se equivocó al andar teorizando en abstracto sobre juicios a expresidentes la dio en las últimas horas el fallo condenatorio contra Carlos Menem en la causa de los sobresueldos que pagó a funcionarios de su administración con fondos reservados.
Esta vez sí, la doctrina Pichetto sobre el desafuero a senadores de su partido será puesta a prueba. Con un impacto directo en la situación futura de Cristina Fernández.
Pero la queja legítima de Carrió contra Garavano derivó en una broma casi extorsiva de la que la legisladora de la Coalición Cívica tuvo que retrocecer sin excusas.
Tampoco la Jefatura de Gabinete pudo articular una salida rápida del escándalo entre uno de los ministros que coordina y la aliada de mayor peso electoral en la ciudad del Presidente.
Antes de su viaje a Estados Unidos para cerrar el segundo acuerdo con el Fondo Monetario, Mauricio Macri instó a su equipo a recuperar la iniciativa. Como se anticipó entonces en este espacio, Macri venía reclamando medidas para reactivar el crédito hipotecario y despejar incertidumbres sobre los préstamos UVA. Las decisiones aparecieron varias semanas después.
Con la comunicación devaluada y la coordinación lenta, evidentemente hay algo en la Jefatura de Gabinete que ya complica al Presidente con un saldo de imagen negativo. Su equipo político avanza a un ritmo tan cansino que hasta el dólar pareció -después del torniquete monetario- responder a los anhelos de Macri antes que los reflejos de los funcionarios.
El proyecto de Presupuesto 2019 que negocia Rogelio Frigerio con los gobernadores se ha transformado en una partida interminable. Comenzó cuando el país cerraba el primer acuerdo con el FMI como una promesa de gobernabilidad y todavía sigue en el ámbito de un regateo harto menos lírico.
En el entorno de la gobernadora de Buenos Aires hacen la cuenta y concluyen en que, a lo largo del año, aquello que ganó Vidal en la reforma previsional de diciembre de 2017, ya lo tuvo que devolver a las provincias justicialistas desde que desbarrancó la crisis.
Y todavía les falta actualizar el desgaste de la inflación. Miran cómo le fue a Iguacel y se agarran la cabeza.