El objetivo de la conferencia a la que se convocó con una anticipación inédita para estos casos no fue otro que montar el escenario desde el cual el Presidente pudiera enviar su mensaje de fortaleza política como piloto de tormenta en medio de la crisis cambiaria con consecuencias crecientes sobre la economía.
El mismo se encargó de sintetizar ese propósito con las dos definiciones con las que cerró la reunión con los periodistas. Palabras más, palabras menos, dijo que "la tormenta que estamos atravesando no es una crisis similar a las del pasado", en una implícita referencia al colapso institucional, político y social de 2001, aunque nadie presume semejanza alguna ni quiere ese desenlace.
Y que la misma requiere de un "nivel de responsabilidad inédito" de todos los sectores políticos y sociales, en un pedido de colaboración a la oposición para hacer el ajuste comprometido con el FMI y que debería reflejarse en el Presupuesto 2019.
Pero lejos estuvo de sustentar ese mensaje con, al menos, la admisión de méritos propios de su Gobierno en la generación de "la tormenta", como de transmitir la firmeza y el sinceramiento político que se le espera a un capitán de tormenta. En la media hora de la conferencia no tuvo una definición acerca de la mayor preocupación de la población: la inflación.
Cuando se le preguntó si prevé medidas adicionales ante el 15% del primer semestre y la perspectiva de que llegue al 30% este año, no hizo más que volver a lo que para su concepción es la madre de todos los problemas (el déficit fiscal) y a confirmar el compromiso con el FMI: será de un dígito en el lejano 2020 tras bajar 10 puntos en 2019; admitió así que su gobierno habrá fracasado en lo que había prometido sería uno de sus combates principales.