Cuando Emilio Monzó concluyó con firmeza la votación sobre la despenalización del aborto en Argentina en la Cámara de Diputados, el Gobierno nacional respiró con alivio.
El debate había sido abierto por el presidente Macri en el inicio de sesiones con una apuesta inédita: no hubo una línea política bajada desde la cima del oficialismo para encolumnar la voluntades de la coalición gobernante. Hubo pañuelos verdes y celestes en la Casa Rosada.
Pero era inevitable que la tensión entre los dos vectores sociales enfrentados en esa discusión -que atravesó el país entero- decantara en algún sentido tras el debate parlamentario, con resultados políticos. El poder neutral es una ilusión de alquimistas.
Para Macri, que le sacó un cepo de años al debate del aborto pero manifestó una posición personal contraria a la legalización, la votación de los diputados implicaba un riesgo político. Si la marea verde era detenida en Diputados por un resultado exiguo, el relato de la cancha inclinada iba a ser inevitable. Con graves daños internos para la coalición gobernante y un campo fértil para las peores suspicacias de la oposición.
Resucitado en la mesa chica del oficialismo, el radical Ernesto Sanz le advirtió con tino a Macri que había un sólo resultado posible para que el gobierno no sumara otro motivo de desconfianza social. Desde su restauración política, Sanz viene apuntado por Elisa Carrió en la interna del oficialismo.
Carrió reaccionó de manera destemplada tras la votación en Diputados. La discusión social ya había alcanzado un nivel tan intenso que no admitió su tardía pretensión de protagonismo. La amenaza de ruptura con el oficialismo duró tanto como un enojo.
La despenalización del aborto todavía debe sortear la votación en el Senado. Desde los números, la presión para que salga como llegó de Diputados pesa en la espalda del peronismo. Desde lo cualitativo, el macrismo tiene un desafío similar. Comenzando con la vicepresidenta Gabriela Michetti, los referentes del PRO en la Cámara alta se han pronunciado en contra del proyecto que ya obtuvo media sanción.
Con reflejos rápidos Miguel Pichetto y Luis Naidenoff adelantaron el voto favorable. Pichetto conduce al peronismo federal y Naidenoff a los radicales. Su anticipo no es certeza. También en el Senado los bloques se encuentran atravesados por posiciones disímiles.
La expresidenta Cristina Fernández, que obturó el debate del aborto durante la década en la que contó con mayorías faraónicas en el Congreso, se ocultó tras el anuncio de Marcelo Fuentes, presidente en los papeles del bloque del Frente para la Victoria. Como en Diputados, la bancada kirchnerista se adaptó a los pañuelos verdes.
La jugada de Pichetto fue perspicaz. Su posición personal es proclive a la despenalización. Dejará que la opinión contraria la impulsen los gobernadores de las provincias justicialistas. Sabe desde el inicio que la unidad de un bloque no se juega en las votaciones transidas por el principio de objeción de conciencia.
Aunque la presión de la Iglesia católica será más intensa sobre los gobernadores, Pichetto ya señaló que la marea verde también llegará al Senado. Acaso advirtió la señal que disparó el discurso de la diputada Silvia Lospennato.
Macrista paladar negro, Lospennato le agradeció al Presidente la apertura del debate parlamentario. Pero le adjudicó el mérito de la media sanción a un movimiento social.
El alivio del gobierno tras el debate en Diputados duró poco. Mientras el Congreso votaba, estalló una crisis cambiaria de efectos más nocivos que la anterior. La vida es lo que sucede mientras se hacen otros planes.
Por la nueva disparada del dólar Macri no podrá culpar a la oposición. La última corrida había sido acicateada por la conjura del peronismo contra el sinceramiento de tarifas. En esta ocasión, el Gobierno tenía a favor la contundencia del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional y el aval del G-7.
Los gobernadores justicialistas habían comenzado a negociar con cautela las condiciones del ajuste fiscal, pero sin promover todavía medidas conjuntas de presión. Esta vez, fue el Gobierno el que se disparó en los pies.
Nadie en las estructuras del oficialismo -que en tiempos electorales se jactaba de distribuir desde la Jefatura de Gabinete las líneas de su discurso- puede explicar todavía por qué el relevo de Federico Sturzenegger en el Banco Central no fue decidido y anunciado junto con el acuerdo de asistencia del FMI.
La realidad es que se asemejó a un volantazo resuelto de improviso en la residencia de Olivos. El ministro Nicolás Dujovne no acrecentó su poder. Es Macri quien avanzó sobre la autoridad monetaria. Todo el peso de la crisis está ahora en la espalda del Presidente.
Con el mercado de corto plazo en llamas, la Casa Rosada argumenta que la tranquilidad llegará cuando se acrediten los desembolsos del préstamo del Fondo Monetario. Confía en la habilidad de Luis Caputo para desmontar la compleja trama de financiamiento con letras que le costó la cabeza a Sturzenegger.
La lógica del poder suele ser impiadosa con las iniciativas a destiempo. La devaluación del peso, en un semestre, superó el 50 por ciento. Mientras Caputo desteja las Lebac, el gobierno deberá resignarse a un rebrote de la protesta.
La CGT ya prepara un nuevo paro nacional. Pablo Moyano apuesta a extenderlo con sus camiones. Las organizaciones piqueteras se van a plegar. Todos juntos consiguieron la bendición de la Iglesia. De Roma viene lo que a Roma va.