Uno protagonizó el "abrazo del alma" con Fillol y Tarantini, en Argentina '78; el otro fue el que cargó a Diego Maradona en sus hombros en los festejos de México '86. Ambos dieron la vuelta olímpica y se transformaron en leyendas anónimas. Ahora dicen que para que la Selección se consagre en Moscú, tienen que estar ellos presentes, bien cerca de Messi.
La revista Viva reunió a estos protagonistas. Nunca se habían visto personalmente, pero cuando se miraron a los ojos, se transportaron hacia un pasado feliz: Uno inclinado, con las mangas de su suéter vacías e impulsadas hacia adelante por la inercia; el otro, gigante de bigotes, llevando en andas al mejor de todos los tiempos y junto a él, a la más linda, la Copa del Mundo. A Víctor Dell'Aquila la vida le devolvió su felicidad con un abrazo invisible. A Roberto Cejas la entrada a la gloria eterna le costó apenas 17 dólares.
"¿Qué hacías ahí? ¿Cómo entraste?"
Ambos cuentan sus hazañas. "Yo siempre iba a la cancha y me metía en el campo para saludar a los jugadores. Pero ese partido era diferente, nadie me conocía y había más seguridad", cuenta Víctor. El momento llegó cuando el árbitro levantó la mano y pitó lo que muchos pensaron que era el final del partido. El hombre entonces saltó con sus 50 kilos desde una rampa y cayó al césped sin que nadie se diera cuenta.
Comenzó a correr y levantó la vista, el partido todavía se jugaba y lo que había pitado el árbitro era una falta. Entonces caminó y se quedó quietito junto a uno de los palos del arco donde atajaba el Pato Fillol, quien lo miró de reojo y le dijo “¿Qué hacés acá?” Víctor le respondió: “¡Lo mismo que vos! Esperando a que se termine para poder festejar”. Lo que siguió fue el descontrol de la alegría, las corridas y la foto eterna captada en la cámara de Ricardo Alfieri.
Por su parte, Roberto Cejas hace 32 años le había jurado a sus compañeros de trabajo de la Lotería Santa Fe, que si Argentina le ganaba a Bélgica las semifinales, viajaría a México. Sin entradas llegó con un grupo de amigos un día antes y para ingresar al estadio tuvieron que sobornar con 17 dólares al controlador de una de las puertas para que lo dejara entrar, algo que hoy sería imposible en una final del mundo.
El partido lo vio detrás del arco donde el Tata Brown metió el cabezazo para poner el 1-0 parcial en el primer tiempo. Con el partido terminado, Roberto saltó y descontrolado corrió y empezó a mover una peluca que había conseguido para que lo reconocieran su familia y amigos.
En medio de la algarabía Roberto corría detrás de Diego Maradona, que ya tenía la Copa del Mundo entre sus manos. "En un momento alguien levanta a Pasculli que también trotaba junto a Diego, quien se frenó, se dio vuelta y me miró como diciendo 'dale, levantame'. No sé cómo me agaché y él se sentó en mis hombros. Yo no veía nada, sólo fotógrafos a mi alrededor y Diego me manejaba con las piernas. Di casi media vuelta olímpica con él ahí arriba".
Como obra del destino los dos se transformaron en el símbolo de los mundiales '78 y '86. Ahora, soñando juntos, dicen que en Rusia, la Argentina puede salir por tercera vez campeón. Eso sí, si viajan los dos. Si alguien los lleva.